Entrevista a Gonzalo Gossweiler: “Todo es fascinante en la niñez, todo es aventura, miedo injustific

La suya es una irrupción afortunada en las letras argentinas. Con Los hologramas no hacen compañía (China Editora), Gossweiler se inscribe en una tendencia de escritores que echan mano a un modo de contar historias a través de ciertas convenciones, antes que adherir religiosamente a un género estanco e inviolable como resulta para algunos la ciencia ficción. Pocos escritores argentinos plantearon un eje imaginario Japón-Argentina: Gossweiler, con promisoria juventud y una prosa lacónica pero efectiva, explora asuntos y temas propios de la niñez -la soledad, la familia, la ansiedad por el futuro- comunes tanto en Oriente como en Occidente.

08 Mar 2020

Por Matías Carnevale

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

En “Lo que no podemos decir”, asistimos a un desgarrador relato que puede recordarnos a Hiroshima y Nagasaki, mientras que “Despedida” narra la última noche sobre el planeta Tierra, según la perspectiva de un grupo de exiliados humanos que alcanza a escapar en un transbordador. “El silencio de las cigarras” cuenta una tierna historia de un primer amor, haiku de Matsuo Basho de por medio.

- En la contratapa, Carlos Chernov observa “ecos de Bradbury” en tus cuentos, tal vez pensando en “Bordado” o “Canto al cuerpo eléctrico” ¿reconocés eso? ¿Qué otros autores leíste en el proceso de escritura de Los hologramas? ¿A quiénes leés ahora?

- No lo sé a nivel consciente, pero sí, recuerdo haber leído a Bradbury hace mucho y me dejó un eco. Siempre leo cosas diversas, desordenadas, desde la ciencia ficción china de Cixin Liu, el manga japonés de Hiroya Oku y Masakazu Katsura, y literatura súper clásica de Japón. Eso además de las novedades argentinas de todos los géneros, por ejemplo de Martín Sancia Kawamichi leo todo. Miro mucho animé, lo nuevo, y cine como el de Makoto Shinkai, Mamoru Hosoda y Studio Ghibli. Todo eso se me mezcla en la cabeza.

- Estuviste viajando por Japón hace pocos años. Tu estadía allá ¿te sirvió para documentarte, investigar sobre aspectos de la cultura japonesa que finalmente se ven reflejados en tus relatos?

- Estuve en 2016, pero ya era fanático desde antes. Me sirvió para ver los detalles más mínimos, la forma de comportarse y de vivir de los japoneses, con gestos dignos de otra cultura, recursos que sirven para escribir. Si sos gaijin (extranjero) todos te ven y se dan cuenta, pero te miran de reojo, para no ser maleducados. El contacto físico es una barbaridad en los contextos más comunes. La obligación de comportarse correctamente en público pesa en el aire, el temor a quebrar una ley te persigue de manera constante. Por otra parte no hay miedo físico, tenés la certeza de que podés salir a la calle en cualquier momento del día o de la noche y no te va a pasar nada, porque no pasa nada. Todo eso, y más, sirve para imaginar otras sociedades posibles.

- ¿Cuán importante es para vos estar al tanto (e incluir) avances tecnológicos para componer tus ficciones?

- Creo que eso, que en otras épocas, como en la Edad Dorada de la ciencia ficción era casi obligatorio, hoy ya no rige. Se ve en las obras del género de la actualidad, con muchas de ellas apelando tangencialmente a la ciencia ficción y fundiéndola con la fantasía, o un realismo que se desdibuja. Existe ahora -en la literatura, el cine y las series- un realismo atravesado por la tecnología, incluso aquella que aún no existe. Entonces no, no me preocupa ser demasiado fiel a la ciencia, pero intento al menos no desviarme demasiado. El objetivo, siempre, es contar buenas historias.

- En uno de los relatos aludís primero a un “Gobierno Mundial” y luego a una “Guerra de las religiones”. ¿Creés que estas son posibilidades en un futuro cercano?

- Un Gobierno Mundial, si fuese de carácter humanista, sería la forma más eficiente de distribuir recursos y bienestar. Lo veo difícil por ahora. Pero hay avances. Con tropiezos vemos que en la Unión Europea las fronteras se desdibujan. Allá los nacionalismos, al menos sus bordes más filosos, se diluyen al igual que las religiones, en comparación a niveles de hace un siglo. De todos modos, los extremismos religiosos persisten y se convierten en una fuente de atraso y conflictos que, si crecen, podrían arrastrar a los Estados a conflictos a gran escala.

- ¿Por qué la niñez, el mundo infantil, cobra tanta preeminencia en tus relatos?

- El extrañamiento en la mirada de personajes chicos y chicas te permite desarmar situaciones complejas en acciones simples y al descifrarlas nosotros como lectores recibimos todo el golpe de lo que está sucediendo. Todo es fascinante en la niñez, todo es aventura, miedo injustificado, esperanza, alegría. Es un descanso del peso de ser adulto. Disfruté mucho al escribir en ese tono un poco melancólico que tiene, tal vez, una resonancia en mi propia infancia.

(C) LA GACETA

Perfil

Gonzalo Gossweiler nació en Lomas de Zamora en 1984. Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación y trabaja como periodista y editor en Ámbito financiero. En 2015 publicó Antártida, su primer libro, editado por el entonces Ministerio de Cultura de la Nación. Los hologramas no hacen compañía es su segundo libro.  

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