Sexualmente hablando: la eyaculación femenina

Por Inés Páez de la Torre, psicóloga.

08 Mar 2020
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Aunque hablar de “eyaculación femenina” puede parecer una referencia novedosa, no lo es en absoluto: ya entre los antiguos griegos, tanto Aristóteles como Galeno reconocieron su importancia. Y el propio Hipócrates destacó su protagonismo, al punto de considerar necesario que se juntara con la eyaculación masculina para crear vida.

Posteriormente, muchos médicos y sexólogos, como Alfred Kinsey o Masters y Johnson, refutaron su existencia, afirmando que la sustancia en cuestión no era más que un poco de orina resultante de una pérdida del control de esfínteres durante el orgasmo.

Pero el enigma no tardó demasiado en resolverse, colocando un catéter a varias voluntarias e invitándolas a masturbarse. Se comprobó que buena parte de ellas eran “eyaculadoras” que emitían de 50 a 900 mililitros de fluido. Al analizarlo, observaron que lo constituían -además de ciertas secreciones naturales del cuerpo- un líquido proveniente de la vejiga. Pero no se trataba de orina; de hecho contenía niveles bastante bajos de urea. En cambio, presentaba fosfatasas y otras enzimas características de los líquidos prostáticos masculinos como el PSA (aunque, obviamente, sin contener espermatozoides). Los que provenían de las glándulas de Skene, situadas en la pared anterior de la vagina, en las proximidades de la uretra. Dichas glándulas deben su nombre al médico estadounidense que las descubrió en la década de 1880 (aunque eran conocidas desde el siglo XVII y se las consideraba como el correspondiente femenino de la próstata).

De aspecto lechoso, el “jugo del amor”, como lo llama el Kamasutra, sería entonces el resultado de la estimulación del punto G (esa estrecha zona de tejido eréctil que rodea a la uretra y recorre gran parte de la pared anterior de la vagina) y las glándulas de Skene.

Probablemente todas o casi todas las mujeres eyaculen durante la experiencia orgásmica, variando la percepción subjetiva de la emisión y su cantidad. En cualquier caso, se trata de un fenómeno natural, por el que no hay que preocuparse ni avergonzarse, como tampoco ponerse el objetivo de conseguirlo.

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