Una división entre Oriente y Occidente

El 19 de marzo el gobierno chino anunció que no se había registrado ningún caso de contagio local del nuevo coronavirus. La noticia fue presentada como un triunfo de las políticas aplicadas para combatir la propagación y contrastaba con los números que se expandían en Europa. Días antes la ciudad de Wuhan, el epicentro de la crisis, cerró el último de los 16 hospitales montados especialmente para tratar a los enfermos.

29 Mar 2020
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Por Salvador Marinaro

PARA LA GACETA - MADRID

Los anuncios del gobierno chino vinieron a reforzar una tendencia que ya se veía en ciudades como Shanghai, Cantón, Pekín o Shenzhen. Con poblaciones que van de los veinte a los treinta millones de habitantes, las grandes urbes chinas registraron cero infecciones durante la última semana.

De hecho, si excluimos el foco inicial, el resto del país asiático experimentó una progresión que puede compararse con naciones que tuvieron un impacto medio del virus. Solo la región de Hubei, cuya capital es Wuhan, reúne el 80% de los casi 82.000 contagiados (la mitad que en toda Europa). Ninguna otra provincia supera los 1.400 casos detectados. Es decir, ni siquiera la segunda provincia más afectada, Guangdong, poblada por más de 113 millones de personas y en un área muy interconectada hacia afuera y hacia adentro del país, podría compararse con España, Francia, Alemania o Estados Unidos, sin mencionar el más triste de los ejemplos: Italia.

Por motivos personales, viví el inicio de la crisis dos veces. Trabajo como profesor en una universidad de Shanghai y el inicio de la cuarentena nos tomó por sorpresa cerca de Hong Kong, cuando mi pareja y yo volvíamos de nuestras vacaciones. Desde ese momento, empezamos un periplo que nos llevó hasta Madrid, donde escribo estas palabras en la más estricta cuarentena. En el camino pude ver las reacciones de ambos continentes y la diferencia a la hora de responder frente a la crisis.

Desde el 21 de enero las ciudades chinas parecen detenidas en las fotos de un libro de arquitectura. El transporte público se restringió, así como también el movimiento de las personas, salvo las actividades de vital importancia (como el servicio de salud o la producción de barbijos), el trabajo se realiza desde casa, incluyendo las clases para todos los niveles escolares y universitarios. Los residentes en China, incluyendo los extranjeros, tuvimos y tenemos que rellenar un formulario diario que indica el lugar de residencia (incluso si te encuentras fuera del país), las temperaturas corporales y si tenemos síntomas o no. Incluso, existe una aplicación en el celular que indica la línea de metro, colectivo, tren o avión, junto con la hora y el asiento en el que viajaron personas que dieron positivo.

Más allá de las características de la sociedad y el gobierno chinos (que vuelven posibles esta clase de políticas), no fue el único país que tomó recaudos. Tanto Japón como las regiones autónomas de Hong Kong y Macao, tomaron medidas rápidas y urgentes, que quizás se adaptaban mejor a sus poblaciones.

Mientras tanto, las noticias llegaron a Europa y las imágenes se repitieron por televisión y por las redes sociales hasta el hartazgo. Megalópolis cerradas, hombres desinfectando los andenes del metro, personas camufladas hasta el pelo. Sin embargo, en España no se aplicó ninguna clase de precauciones hasta que Madrid registró más del doble de contagiados que los que tuvo Shanghai en dos meses de crisis. Se perdió un tiempo vital para impedir que el virus se propagara por una falta de percepción de la peligrosidad y, quizás, de cuán cerca está China.

De alguna manera, la crisis estuvo marcada por un eje Oriente y Occidente. Mientras el brote del coronavirus se circunscribía al Extremo Asiático, la Unión Europea solo aplicó políticas superficiales (como anulación de vuelos y restricciones de visas) hasta que la situación hizo explosión en uno de los países miembro. La misma interpretación cabe para el resto de las sociedades occidentales, que reaccionaron principalmente para contener la onda que se expandía desde el norte italiano.

Una de las grandes fallas fue no atender a lo que sucedía del otro lado del mundo y desconocer hasta qué punto lo que sucede en el gigante asiático puede afectar hasta el rincón más alejado del planeta.

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Salvador Marinaro – Periodista y escritor salteño. Profesor de la Universidad de Shanghai.

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