Peste y novelas en Tucumán*

Las epidemias son para los escritores, desde siempre, una interrogación crucial, una alegoría poderosa. Así lo fue también para novelistas que registraron la peste en sus ficciones sobre Tucumán, como se demuestra por primera vez en esta investigación.

29 Mar 2020
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FASCINACIÓN POR EL OCASO. Los relatos acerca de las pestes, epidemias o muertes colectivas a gran escala tienen la potencia de revelar cómo la muerte se lleva a iguala todo.

Por Máximo Hernán Mena

PARA LA GACETA - TUCUMÁN

Los principios siempre tienen relación con los finales. Así lo define George Steiner al iniciar Gramáticas de la creación: los comienzos se articulan con la conciencia del final, de los cierres, de la muerte. Los relatos acerca de las pestes, epidemias o muertes colectivas a gran escala, tienen la potencia de revelar cómo la muerte se lleva e iguala todo, esa “común mortalidad”, el modo en el que conjuga esa asombrosa fascinación por el ocaso, a la manera de las “Danzas macabras” españolas, como sucede en la pintura “Der Zug des Todes” de Gustav Spangenberg o en la escena final de trípticos de Hyeronimus Bosch. La presencia y representación de la peste es un memento mori inevitable. Sin embargo, si la muerte atrapa a todos, las ficciones intentan registrar/escribir/inscribir las muertes anónimas, las de aquellos que mueren en calles de ciudades atestadas, para perder rostros, cuerpos, recuerdos, mientras los espacios urbanos se convierten en cementerios interminables.

Desde la antigüedad, la peste era un enigma y la encarnación de una catástrofe, como lo expresa Steiner: “¿quién, salvo Tucídides, ha igualado su manera de presentar la peste, esa «marea de muerte» venida de Egipto que engulle a Atenas, agostando a los hombres hasta volverlos locos?”. Por su parte, Albert Camus, coloca como epígrafe de La peste (1947) una frase de Daniel Defoe: “Tan razonable como representar una prisión de cierto género por otra diferente es representar algo que existe realmente por algo que no existe”. Se podría suponer en un primer momento que la cita de Defoe está extraída del Diario del año de la peste (1722); sin embargo, el fragmento proviene de Las aventuras de Robinson Crusoe (1720). Por lo tanto, se encuentran en la obra de Defoe las metáforas de la isla y de la peste como herramientas para abordar el enfrentamiento del hombre con el mundo y con su propia finitud. Camus señala entonces que la peste también puede ser otras cosas, emplean esta alegoría para generar una reflexión de índole histórica. Desde la serie de textos que propone Ivan Jablonka, con los libros de Defoe, Alessandro Manzoni, hasta los de Albert Camus y Philip Roth, a los que se agregan los escritos de Procopio, Tucídides, Tito Lucrecio Caro, Giovanni Bocaccio, Jack London y los más recientes de José Saramago, Patrick Deville o Edmundo Paz Soldán, la peste, como señala Jablonka, “puede decir la verdad trasponiéndola”.

Escrituras de la peste en Tucumán

A pesar del gran número de historiadores que se han dedicado a estudiar el impacto de la peste de 1886-1887 en Tucumán**, la presente investigación es la primera que aborda la aparición del tema de la peste en la literatura y la novelística sobre la provincia. En este sentido y en contra de lo que se podría pensar en un primer momento, el género de la novela tiene una presencia muy importante: entre 1950 y el año 2000 se publicaron cerca de 87 novelas de autores que escribieron sobre Tucumán. Desde esta perspectiva, se puede afirmar que las novelas del corpus emplean la alegoría y el motivo de la peste para problematizar la historia de la provincia y algunas representaciones sociales vigentes. Al mismo tiempo, otras novelas del corpus se ven recorridas por la peste, convertida oportunamente en cólera, muerte inevitable, condena o apocalipsis, y como silueta roja del miedo y del silencio. La peste toca, infecta la narración y la convierte con su roce, en otra cosa, en un relato de lo extraño, de lo que se pierde, de la muerte que interroga el futuro desde el pasado.

Por ello, se pueden identificar dos grupos de novelas que representan las pestes. En primer lugar, una extensa serie de obras mencionan y recuentan la epidemia de cólera morbo acaecida en Tucumán entre diciembre de 1886 y febrero de 1887: obras de Pablo Rojas Paz (Hasta aquí, no más, 1936; Mármoles bajo la lluvia, 1954), Julio Ardiles Gray (Las puertas del paraíso, 1968), Adolfo Colombres (Los días imposibles, 1972; Territorio final, 1987; Sacrificio, 1991), Hugo Foguet (Pretérito perfecto, 1983), Walter Guido Wéyland (El descendiente, 1989) y Eduardo Rosenzvaig (El sexo del azúcar, 1991; La bomba silenciosa, 2009). Mientras tanto, en una segunda serie, la peste se transforma en una forma del silencio y del miedo en estrecha relación con la premonición de las tragedias del futuro. Los sueños, las pesadillas, son anticipos del apocalipsis: en obras de Elvira Orphée (Dos veranos, 1956), Tomás Eloy Martínez (Sagrado, 1969), Adolfo Colombres (Portal del paraíso, 1984), Sara Rosenberg (Un hilo rojo, 1999). En ambas series el motivo de la peste se reconoce como una “huella” continua.

Recordar/reescribir la peste

La epidemia de cólera que se desencadenó en Tucumán entre diciembre de 1886 y febrero de 1887 dejó una profunda marca en la historia de la provincia, no sólo por la gran mortandad que produjo, sino también por el modo en el que se entrelazaron la peste, la muerte, la religión y la política. Así se lo puede leer en palabras del Dr. Eliseo Cantón, protagonista de La bomba silenciosa de Rosenzvaig: “las condiciones de los ingenios, la situación de salubridad en estas fábricas azucareras es espantosa, el cólera encontrará aquí a su principal amante, se enredará con él, creando miles de ángeles exterminadores y de huérfanos si acaso invade. ¡Hay que detenerlo a cualquier costo! La provincia se verá un cementerio señores”.

Como bien señala Cynthia Folquer, durante la peste la muerte se volvió anónima, despersonalizada, se “desacralizó” al abandonarse los rituales enterratorios, los procesos de paso. Por otro lado, la peste también alteró las relaciones humanas entre los miembros de una misma familia y los vínculos del tejido social. En la novela de Rosenzvaig, se reconstruye, a través de la ficción, cómo el estado nacional emplea la peste como herramienta política de represión y control. Allí, personalidades de la historia se convierten en protagonistas de La bomba silenciosa: el gobernador Juan Posse, los médicos Eliseo Cantón y monsieur Bruland, el químico Federico Schickendantz, Clodomiro Hileret, Lídoro Quinteros y el ministro Eduardo Wilde.

Finalmente, años después, la epidemia retrocede en las tierras de Tucumán pero queda una nueva epidemia con las cicatrices del silencio: “Entonces estalló el miedo y se extendió peor que la peste”. A pesar de que la frase de la novela de Ardiles Gray se refiere aún a la epidemia de cólera, en Sagrado de Tomás Eloy Martínez, se recupera el motivo de la peste para aludir al miedo, al silencio y la represión en plena crisis y resistencia de los obreros azucareros con las marchas del hambre. Desde esos años, en la novela de Tomás Eloy, el miedo se transforma en la “más triste y pestilente plaga de los parajes tropicales”, en una ciudad en la que reina la resignación “fétida del hambre”. El miedo y el hambre son las dos nuevas pestes que arrasan Tucumán. En un escenario de huelgas, manifestaciones, resistencia y ollas populares, el otro es una peste, el pobre es un apestado. El hambre ya tiene la fuerza de una epidemia. Con este escenario en ebullición y sujetos en crisis, se perfilan los rasgos de una nueva peste con la confluencia del hambre, el miedo y el odio: la amenaza de la “guerrilla”, como se lee ya en Sagrado.

El miedo se gestiona, se conduce, se “amamanta” con él a los niños desde que nacen. Este miedo inculcado desde la infancia está representado en la novela Dos veranos (1956) de Elvira Orphée. Los niños reconstruyen el mundo y los significados de la peste, pero también la emplean para excluir y marcar a los otros. Sara Rosenberg recupera también la imagen del miedo como un hilo que rodea y atrapa a los individuos en Un hilo rojo, o como una peste en Cuaderno de invierno, un estigma que todos llevan consigo. Para la narradora en la novela de Rosenberg, el miedo ubicuo es “una de las pestes contemporáneas”.

La peste como lugar de reunión

Después de realizar este recorrido se puede entender cómo la peste funciona, de acuerdo con Cecilia Pascual, como un “condensador de sentidos” que permite problematizar, evocar y representar cuestiones socioculturales. Permite revisitar, reactualizar e interrogar el pasado en vínculo con el presente. Por ello, se puede entender la pronunciada recurrencia al tópico de la peste en la novelística sobre Tucumán, porque escribir sobre la peste, la plaga, la epidemia, la enfermedad, ficcionalizarlas, permite contar los vacíos y reunir tiempos diferentes en el presente de la escritura.

En las novelas se recuperan imágenes de la muerte masiva y catastrófica en un Tucumán que busca su forma. De este modo, el apocalipsis, como bien destaca Claudio Magris, se convierte en “revelación”, que descubre y pone de manifiesto “las cosas escondidas”. Es posible concebir a la peste como un apocalipsis revelador, en el que aparecen los verdaderos rostros de los individuos y se muestran en funcionamiento mecanismos del miedo, el silencio y el terror. Esta es una lectura válida para entender la alusión a la epidemia de cólera que aparece en Pretérito perfecto. Porque mientras Ramón Furcade habla y le cuenta su pasado a Clara Matilde, procura que confluyan en un lugar y en un tiempo varias historias: a pesar de los 85 años de distancia que median entre 1887 y 1972 Furcade presiente que todo está en contacto: “eran tantos los muertos, la peste los limpiaba tan rápido que tuvieron que abrir un nuevo cementerio justo en el lugar donde ahora se están pulseando con cascotes y granadas. ¿Usted no lo sabía? En la Quinta Agronómica las plantas crecen con tanta fuerza y los árboles son tan altos y gruesos porque las raíces se hunden en la fosa común: las sales de los huesos, el calcio y el magnesio, el fósforo, la sabiduría de 85 años de obra misteriosa, de vuelta del polvo al polvo, tan en secreto”.

Como ardieron las casas y los cuerpos durante la epidemia de cólera, hombres y mujeres resisten al fuego y al humo. Arde Tucumán que resiste al fuego de las armas, al humo de los gases lacrimógenos que también se emplea para fumigar la peste de la insumisión, de la rebelión social y estudiantil. La muerte de ayer se conjuga y comparte el espacio con la vida del presente, con el hoy vivo en la sangre de los estudiantes rebeldes que en junio de 1972 se enfrentan al Ejército con piedras y hondas. Se intenta transformar la peste en algo vivo. La rebeldía y resistencia se elevan justamente en el cementerio del pasado, como un deseo para el futuro.

© LA GACETA

Máximo Hernán Mena - Doctor en Letras por la Universidad Nacional de Córdoba y becario postdoctoral del Conicet.

* El presente artículo es un fragmento del capítulo respectivo que integra la Tesis Doctoral en Letras “Tucumán: reescrituras de la historia en su novelística (1950-2000)”, defendida en marzo de 2019 y que será publicada en breve por Editorial Biblos.

** Se debe mencionar a Noemí Goldman, Carlos Páez de la Torre, Daniel Campi, María Celia Bravo, Cynthia Folquer, Beatriz Garrido, Marta Barbieri, Santiago Rex Bliss, Paula Parolo, María Estela Fernández, María Cecilia Gargiulo, Cecilia Pascual, María José Navajas, Eduardo Rosenzvaig.

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