Coronavirus en el mundo: “Esto en España pudo haberse amortiguado”

“Por favor, quedate en casa”, es el mensaje de una periodista argentina que desde hace unos meses vive en una ciudad de Andalucía.

30 Mar 2020
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Veníamos sobrellevando el encierro porque sabíamos, pensábamos, que en 15 días terminaba. Pero a la semana, Pedro Sánchez, el presidente de España, comunicó que el estado de alarma se extendería 15 días más y pidió que nos preparemos: “Lo peor está por llegar y pondrá al límite nuestras capacidades”, expresó. A la mayoría, sólo entonces, le cayó la ficha: esto está pasando, es real.

Veíamos como el coronavirus hacía estragos en Italia. Se hablaba en los medios, en la calle, en las casas, en las aulas. Veíamos cómo empezaban a aparecer algunos casos en las ciudades españolas, tal vez, más pobladas. El gobierno español comenzó a dar recomendaciones a la población sin trasladar demasiada importancia. El número de casos aumentaba, lo comunicaban los medios, la gente en la calle lo comentaba, en la casa, en las aulas, como si entre el objeto y el sujeto hubiese una gran distancia. La primera información que se fijó en la sociedad fue que no afectaba a los niños, seguíamos llevándoles a la escuela, a los parques y cumpleaños. Hasta que se conoció el primer caso. Los jóvenes siguieron sus actividades porque a ellos, “una gripe más, no les haría nada” y mientras, la rueda de producción económica seguía girando. Y cuando se suspendieron las clases en algunas escuelas y facultades y algunas empresas fomentaron el teletrabajo, muchos alumnos y trabajadores “aprovecharon”: salieron más o viajaron. El virus se expandió contacto por contacto.

Sabíamos que había que cuidar a los mayores y que era importante lavarse las manos pero nadie entendió -hasta ahora- que cualquier persona podría ser el nexo. Mucho menos imaginamos que los hospitales no estaban listos para tantos infectados.

Cuando se decretó estado de alarma, el 14 de marzo, las cifras eran muy distintas a las de ahora. Habían más de 5.000 infectados y 132 muertes a causa del covid-19. Según el último balance del Ministerio de Sanidad, trece días después, España registra casi 5.000 muertos con coronavirus y supera los 56.000 contagiados. En un día se sumaron más de 8.000 casos. En 24 horas aumenta ahora lo que un principio se percibía por semana.

Ya no es noticia que los hospitales de Madrid, principal foco de propagación del virus, están colapsados. Hay una guerra sin descanso por conseguir mascarillas, respiradores y test rápidos antes del colapso del sistema sanitario. No hay certezas de lo que pueda pasar en un mes, ni siquiera las predicciones por día son seguras. Y aunque se van viendo señales de que la balanza comienza a estabilizarse, sabemos que si salimos a la marcha, se corta el hilo.

No queda otra que guardarse, cuidarse y cuidar al resto. No queda otra que lidiar con el confinamiento y practicar la paciencia en un presente continuo. Mirar para atrás, revisar qué hicimos mal o qué no hicimos a tiempo. Y mientras esperamos, aun desconociendo qué tan larga será la espera, mientras afuera hay héroes y heroínas poniendo curitas en los cortes que dejamos, podemos reconfigurarnos y que valga de algo la experiencia.

Soy argentina y desde hace unos meses estoy viviendo en Cádiz, una ciudad de Andalucía, España. Estoy viendo de cerca los efectos de una pandemia que fue subestimada. Estoy escribiendo desde la angustia, la incertidumbre y la rabia.

Porque el encierro puede ser desesperante cuando el futuro es indeterminado, cuando proyectar es un ideal por falta de plazos tangibles y más, cuando estás lejos de la familia, de la patria. Porque lo que pasó en España pudo haberse evitado; o al menos, amortiguado. Porque todas y todos tenemos un grado de responsabilidad en cómo se dieron y se van dando las cosas, y trasmitirlo es mi revancha. Amigos, amigas de Argentina, por favor, quédense en sus casas.

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