Sarmiento solitario y final

El sanjuanino reflexiona y repasa su vida.

26 Abr 2020
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INVITACIÓN. Nahmías llama a oír el pensamiento del prócer en su último día.

NOVELA

EL INMORTAL

GUSTAVO J. NAHMÍAS

(Edhasa – Buenos Aires)

A la manera de lo que sucede en algunos libros de Félix Luna, a partir de “aceptar una situación ficticia”, Nahmías nos convoca en El inmortal a escuchar los pensamientos de Domingo Sarmiento el 11 de septiembre de 1888, mientras yace en Asunción en su último día de vida. En sintonía con las memorias de Manuel Belgrano y de José María Paz, con una voz filosa y entrecortada, Sarmiento se apronta a enfrentarse a la “maledicencia” y desafía a sus detractores a que sigan ladrando, porque los continuará interrogando.

Sarmiento se pregunta a sí mismo cuáles serán sus últimas palabras. Sin embargo, sus pensamientos siguen con aquellos que admira más allá de las polémicas, como Juan Bautista Alberdi, o con los otros a los que ha enfrentado sin cejar con la escritura y la política: son las sombras de Juan Manuel de Rosas, Bartolomé Mitre o Julio Argentino Roca las que continúan apareciendo en el ocaso. También las mujeres que ha amado y el recuerdo doloroso y frágil de su hijo Domingo, muerto en el suelo paraguayo que ahora lo hospeda.

El desierto y el futuro

Roca es la figura crucial a la que decide enfrentarse con su último aliento. Es él quien ha hecho del desierto un reparto injusto de la tierra pública. En este sentido, fueron Sarmiento (en el Senado nacional) y Leandro Alem (en la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires) de las únicas voces que se alzaron en contra de la Ley de Premios. Él, a quien siempre desveló estar presente, ahora recuerda esos enfrentamientos ingratos.

Existe una particularidad en la voz de Sarmiento, ya que el escritor-político inmortal también lee, recuerda y cita el futuro. Aparece la voz de Roca que se confiesa ante Félix Luna. En su día postrero, el último Sarmiento es un muerto que habla, un prócer póstumo que se divierte mientras preparan la máscara mortuoria o con la puesta en escena de su efigie en la silla para la fotografía, leyendo hasta el final mientras el montaje se revela ridículo: “¡Burros! Avísenle al fotógrafo... la bacinilla salió en la foto...”.

Sarmiento, como en los relatos de Borges, sigue vivo después del tiempo y la ceguera, lejos de la muerte en un milagro secreto: “como un soñador que nos sigue soñando”. Así lo refiere el poeta inmortal de Borges: porque cuando se acerca el fin, sólo quedan las palabras de los otros. Acaso así lo comprende Sarmiento cuando asume que alguien también tendrá que rescatarlo: “para entrar en la Historia es preciso que alguien nos devuelva ese soplo de vida”.

© LA GACETA

Máximo Hernán Mena

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