Todas las vidas posibles

Una escritura que muestra las sombras y las luces de la vida cotidiana.

26 Abr 2020
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LA PRIMERA NOVELA. En la obra de la escritora estadounidense, autora de ¿Quién se hará cargo del hospital de ranas?, los protagonistas, bajo los mismo

NOVELA

ANAGRAMAS

LORRIE MOORE 

(Eterna Cadencia – Buenos Aires)

La transformación de un personaje, se sabe, es la esencia de una novela. La novedad en Anagramas (Eterna Cadencia, 2020), la primera novela de Lorrie Moore que vuelve a editarse en estos días, es que bajo los mismos nombres, los protagonistas cambian de trabajos, experiencias, vínculos como si vivir fuera adoptar todas las formas posibles, es decir, ser otros en el sentido más lineal de la palabra.

A ver si las escenas sucesivas aclaran la estrategia de la escritora norteamericana: Benna Carpenter canta en un club nocturno y es indiferente a su vecino Gerard que la ama; Benna Carpenter es profesora de aerobics para ancianos y está enamorada de Gerard, pero él está demasiado preocupado por su música; Benna Carpenter es profesora universitaria y Gerard su asistente; y finalmente, Benna Carpenter es profesora y las hormigas invaden su departamento, Gerard, esta vez, es su mejor amigo. Las historias no solo son independientes, sino que parecen mantener solo los nombres de los personajes, que tienen vínculos e, incluso, personalidades diferentes. Solo que los fragmentos no logran armar una totalidad, y muy lejos de eso, resultan piezas ingeniosas y por momentos superficiales. Sin embargo, el verdadero problema parecer ser qué idea de hacer anagramas desplazó la textura de la historia, el carácter de los personajes y toda posibilidad de revelar lo particular detrás de personas ordinarias, es decir, todos los rasgos centrales en la escritura de la autora. Basta leer ¿Quién se hará cargo del hospital de ranas?, otra de sus novelas publicada por Eterna Cadencia, para encontrarse con una escritura capaz de mostrar las sombras y las luces de la vida cotidiana.

Claro que las imágenes precisas, el ingenio y la ironía filosa de Moore son chispazos que despiertan, de tanto en tanto, la narración. Así y todo el relato no consigue la vitalidad suficiente, y parece naufragar a medio camino entre la agudeza de un cuento y el arco transformador de una historia de largo aliento. Aún así el juego estético expone la destreza de Moore para descubrir el verdadero sentido del lenguaje, con hallazgos como “En el diccionario, mandíbula abultada viene justo antes de maníaco, pero en la vida no existen esas pistas”; o “A Gerard, el mundo le gustaba más a cierta distancia, como una fotografía o un recuerdo, y eso me asustaba”.

Ahora bien, si es suficiente la valentía de querer cruzar una frontera formal para que la obra tenga sentido, será una aventura personal que cada lector desafiará en la lectura.

© LA GACETA

Verónica Boix

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