Gabo y el cine

Rodrigo García Barcha, primogénito de Gabriel García Márquez, recorre la estrecha, y no demasiado conocida, relación de su padre con el séptimo arte. Sus películas preferidas, su labor como guionista y crítico, su Escuela de cine y la llegada de su obra cumbre a Netflix. “Cien años de soledad es la novela de un director de cine frustrado”, afirma.

03 May 2020

“Agradezco la discreción de los presentadores, pero estoy aquí porque soy el hijo de Gabriel García Márquez”, dice en su primera intervención Rodrigo García Barcha, primogénito de “Gabo” y de la no menos mítica Mercedes Barcha. Así comienza el diálogo que él mantendrá con Alberto García Ferrer, quien fuera director de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (La Habana, Cuba), experiencia que puso por escrito en el libro Ojos que no ven... Mil seiscientos cincuenta y nueve días en la escuela de cine de Cuba. La aclaración del cineasta García Barcha (dirigió a la talentosa Glenn Close, la actriz con más nominaciones al Oscar que nunca fue premiada por la Academia, en El secreto de Albert Nobs -2011-), es sólo para romper el hielo. Porque está ahí, más bien, porque su filiación con el premio Nobel le permitió ser un testigo inigualable no sólo de la vinculación de su padre con el séptimo arte como guionista y realizador, sino también como espectador. De ello habló en la generosa charla online que organizó la Fundación Gabo el pasado sábado 25, con el sencillo e irresistible título de “Gabo y el cine”.

Para mayores merecimientos, García Ferrer manifestó que días antes de la conferencia le había contado a García Barcha que el director de fotografía Ricardo Aronovich supo contarle que García Márquez se mostraba muy interesado en la fotografía, justamente, por la inclinación de su hijo por el séptimo arte. Y que el autor de La hojarasca también había contado, reiteradamente, que Barbarroja (1965), de Akira Kurosawa, era la película acerca de la cual todos los días conversaba con sus hijos.

“Es una obra poco conocida de Kurosawa y la película favorita de Gabo”, dispara su hijo a la audiencia virtual. Y la pantalla comienza a llenarse de “corazones” que los espectadores pulsan en sus dispositivos. Claro está, en los 70 no existían las plataformas digitales para buscar la película y verla cuando se quisiera. “Había que esperar que algún cineclub las pasara para verla. Por fin, cuando yo tenía 18 años, fuimos a ver Barbarroja en París. Era una ciudad que por entonces tenía 500 cines proyectando estrenos y también clásicos”, rememora el director nacido en 1959. Gracias a su testimonio, ciertamente, la Fundación Gabo elaboró una nómina con las 16 películas favoritas del autor de El general en su laberinto. (Ver La lista de las favoritas)

En el recuerdo de García Barcha también está muy presente la imagen de su papá escribiendo guiones en México. “En mi adolescencia, cuando él ya había tenido el éxito de Cien años de soledad, lo hacía en el estudio de la casa, junto con (Ruy) Guerra y (Paul) Leduc. Esa es mi figura. Literatura y cine son cuestiones que van de la mano en él. Es difícil saber dónde empieza uno y dónde arranca otro”.

Y de pronto, arremete con una definición que sólo un hijo podría dar de su padre. “Cien años de soledad es la novela de un director de cine frustrado. Mucho se ha dicho que su frustración lo llevó a escribir libros que él creía que podían llevarse a la pantalla grande. Lo que fue pérdida para el cine fue ganancia para la literatura”.

Un virus

El también director de “Los últimos días en el desierto” (2015) revela, además, que Tita Cepeda, viuda del escritor y periodista colombiano Álvaro Cepeda Samudio, encontró una foto de cuando Gabo, a los 30 años, ya exhibía su pasión entera por el cine y soñaba con una escuela de cine, que finalmente fundaría en Cuba con el correr de los años, los libros, y las consagraciones. “Inclusive, entre los 21 y los 24 años escribe muchas críticas de cine”, que están compiladas, precisa. “Y antes, iba mucho al cine de niño. El cine fue un virus, aunque esta sea hoy una mala metáfora. Uno que agarró desde pequeño y que jamás lo soltó”.

La imagen le da pie a García Ferrer para recordar que en 1979 se estrena “El año de la peste”, película que dirige Felipe Cazals con guion de García Márquez. “El libro de Daniel Defoe tiene una influencia declarada allí”, puntualiza García Barcha, en referencia al “Diario del año de la peste”, que relata los acontecimientos que coincidieron con la epidemia de peste en la Londres de mediados del siglo XVII. “Los recuerdo perfectamente trabajando (en ese libreto) en la calle Fuego, en México. La reacción de las autoridades y la negación de la realidad terminan siendo tristemente vigentes”, conecta.

El cineasta precisa que, en rigor, las pestes están presentes no sólo en los escritos cinematográficos, sino también en la literatura de su padre. “Como la enfermedad del sueño en ‘Cien años de soledad’”, ejemplifica. El pasaje de la peste del insomnio es una de las glorias de esa novela total: el síntoma que traía aparejada era el olvido. Así que en Macondo se abocaron a pegar carteles con el nombre a cuanto objeto encontrasen, ganado incluido, para luchar contra la desmemoria. “Así continuaron viviendo en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de la letra escrita”, escribió el nuevo Cervantes.

“También hay una plaga en el favoritísimo libro de Gabo: Edipo Rey”, espabila García Barcha. La trascendental obra de Sófocles fue adaptada por el propio García Márquez para la película “Edipo Alcalde”, que se estrenó en 1996.

Música de fondo

García Ferrer interviene con dos disparadores. Uno, de fondo, es que al autor de “El amor en los tiempos del cólera” había descubierto, en el cine, que el montaje era sumamente útil para la narración. Otro, de forma, para manifestar que “a Gabo le gustaba ver películas en las cuales él mirara lo que nos pasa a los latinoamericanos”.

“Para Gabo todo era contar un cuento. Un chiste, una anécdota, un sueño, una novela, una obra de teatro, una narración oral…”, reflexiona su hijo. “A él le gustaban las obras más especializadas: era un ‘fan’ del ‘Ulises’, de James Joyce. Pero también lo era de las canciones de Rocío Jurado, que componía Manuel Alejandro -contrasta-. Él me decía que sentía envidia de cantautores como él, como Joaquín Sabina o como Joan Manuel Serrat, que podían contar historias perfectas en sus canciones”.

“En cuanto a lo que dices del montaje, él era consciente, como cada narrador, de que nada es más difícil que la estructura. El choque de dos imágenes tiene un altísimo impacto cinematográfico. Pero la ‘macroedición’ de una historia, elegir qué va primero y qué va después, es crucial. Ninguna buena historia sobrevive a una mala estructura”, sentenció.

Franquismo y dinosaurios

García Ferrer retrocede a la “etapa” en España del autor de “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada”. Específicamente, en Barcelona y a los cineastas de los 60 como Ricardo Muñoz Suárez y Glauber Rocha.

“Los recuerdos son subjetivos, porque yo tenía entre 12 y 14 años. Muñoz Suárez era un buen amigo de Gabo. Tenía la conciencia de vivir en la España franquista y que muchos cineastas no podían hacer lo que querían, o que a sus películas debían ‘masajearlas’ para ‘suavizarlas’ y superar la censura. Era, además, muy amigo de Luis Buñuel y admiraba mucho a Carlos Saura. Y recuerdo que muchos latinoamericanos viajaban para trabajar con Gabo. Como Ruy Guerra, por el guion de ‘La cándida Eréndira…’, que iba a rodar Margot Benacerraf, de Venezuela. Y con Paul Leduc y José Agustín trabajaron en una adaptación de ‘Bajo el volcán’, que finalmente no prosperó”, detalla.

De la “etapa” de Barcelona, García Barcha recuerda también el asesinato de Luis Carrero Blanco, quien se desempeñara como jefe de Gobierno en los últimos años de la dictadura del franquismo, hasta que fue asesinado por la ETA. “Gillo Pontecorvo quería hacer una película sobre ello. Él era el director de La Batalla de Argel y Gabo consideraba imprescindible esa película. Me acuerdo, por eso, que admiraba mucho a guionistas como Franco Salinas, que escribe Estado de sitio junto con Costa Gavras; y a Césare Zavattini, que (junto con Vittorio De Sica) realiza El ladrón de biciletas (1948) y Milagro en Milán (1951)”. La mentada adoración de García Márquez por el neorrealismo italiano queda definitivamente confirmada.

“Con Luis Alcoriza siempre estaba escribiendo guiones -evoca-. Y los vendían. Yo les preguntaba para qué estaban todo el día escribiendo. Y Alcoriza me contestaba: ‘Para ganarnos la plata, coño’ -se ríe-. Juntos hicieron la película Presagio (1975), por ejemplo. Y de la casa de Alcoriza se iban a los encuentros con Buñuel”.

De pronto, recuerda una de las preguntas de García Ferrer. “Es cierto: él prefería los filmes que contaran nuestras historias -reconoce el hijo de Gabo-. Tiburoneros (1962), del propio Alcoriza, o El chacal de Nahueltoro (1969), de Miguel Littín, eran películas a las que él quería sin esnobismos, porque reflejaban nuestro mundo y no el mundo europeo”, describe.

“Era una constante: Gabo nunca se separó del cine”, sintetiza García Barcha. Y va más allá. “Hoy, con el desarrollo que han alcanzado, el disfrutaría mucho de los efectos especiales para crear momentos mágicos. Él fue muy ‘fan’ de Jurassic Park, que por cierto no es de mis favoritas aunque admiro muchas películas de Steven Spielberg. Gabo decía que ese filme le había permitido ‘ver’ a los dinosaurios. Entonces, los efectos especiales le habrían permitido ‘ver’ momentos mágicos que, hasta su época, sólo la literatura podía crear”. Po ejemplo, García Barcha repara en que “Remedios, la bella”, ascendiendo al cielo envuelta en sábanas de bramante, es un pasaje eminentemente cinematográfico en Cien años de soledad.

Cortes y rebanadas

“Muchos sostienen que en 1990, a partir de la serie Twin peaks, la creatividad del cine, como dice Bernardo Bertolucci, se ha mudado a la televisión”, le apunta García Ferrer.

“Gabo no tenía prejuicios: si la historia era buena y estaba bien contada, le daba igual si era pantalla grande o pequeña -responde García Barcha-. También le interesaba llegar a públicos más amplios, como los que acceden a la televisión”. A ello agrega que su padre, lejos de ser un conservador, fue siempre “amigo de la tecnología” para “contar mejor” sus historias. “Arrancó en máquina de escribir; luego, en la semieléctrica; después, en la eléctrica; más tarde, en el llamado ‘editor de texto’; y escribió en una Mac hasta el final de sus días”, puntualiza.

Entre la afinidad de García Márquez por las nuevas tecnologías y su falta de prejuicio respecto de la televisión, su obra cumbre, finalmente, “saldrá” del papel.

“Una de sus reticencias para que Cien años de soledad llegase al cine era la imposibilidad de contarla en dos, tres o cuatro horas. La TV, en cambio, sí permite extenderse en el tiempo que sea necesario”, da cuenta García Barcha. Y, obviamente, hablar del ciclo que produce Netflix se torna ineludible.

“Con mucha astucia, los de Netflix contrataron a José Rivera como guionista. Es un dramaturgo portorriqueño muy bueno. Él les está aconsejando como rebanar la historia, es decir, como dividirla. Se habla de que (el producto final) tendrá entre 16 y 20 horas. No sé cuántas temporadas. Ya leí el capítulo uno y es realmente muy bueno. El trabajo del director inicial será también fundamental”, manifiesta.

“Estoy involucrado (en ese proyecto) como asesor. Junto con mi hermano (Gonzalo García Barcha) damos nuestra opinión. Pero no queremos ser productores muy involucrados, porque para un director sería imposible trabajar con un productor que también fuera guionista y, además, hijo de Gabriel García Márquez. Ya de por sí, abordar Cien años de soledad es demasiado intimidante, así que lo que menos necesitan es que los hijos del autor anden jodiendo”, razonó, jocosamente.

García Barcha puntualiza que no hay fecha para el estreno de la serie, o que en todo caso él no la conoce. Y admite que hubo “mucho debate” cuando se conoció que habían vendido los derechos de Cien años de soledad.

“Estuvieron con que ‘Gabo sí quería’ y con que ‘Gabo no quería’. A ver: él siempre quiso el cine, pero veía varios obstáculos. El primero, del que ya hablamos, era el tiempo de duración. El segundo: quería que el libro existiese en la cabeza del lector, sin imágenes ni rostros impuestos. Mucho menos de actores ingleses famosos hablando en su idioma. Pero la verdad es que con esas objeciones era flexible: si Kurosawa le hubiera propuesto dirigirla, él hubiera aceptado. De hecho, tuvieron conversaciones por El otoño del patriarca”, reconoció.

“Hoy no hay cortes comerciales, y la realización puede ser enteramente en español -consigna el hijo de Gabo-. Y él nos dijo: ‘cuando yo esté muerto, hagan lo que quieran’. Nos dio luz verde. Nosotros atendimos todos sus reparos. Y también le hicimos caso en lo de hacer lo que queramos”.

© LA GACETA

Alvaro José Aurane - Prosecretario de Redacción de LA GACETA, profesor de Historia Contemporánea en la Unsta.

La lista de favoritas

En la última semana de abril, la Fundación Gabo dio a conocer el listado de las 16 películas favoritas de Gabriel García Márquez, elaborada con la colaboración de su hijo, el cineasta Rodrigo García Barcha. El objetivo de la nómina es acercar a los seguidores del Premio Nobel a esa otra faceta que tanto lo apasionó.

• Barbarroja (1965) - Akira Kurosawa
• Jules et Jim (1962) - Francois Truffaut
• Ladrón de Bicicletas (1948) - Vittorio de Sica
• Los Fusiles (1963) - Ruy Guerra
• Canoa (1976) - Felipe Cazals
• La Historia de Adele H. (1975) - Francois Truffaut
• Playtime (1967) - Jacques Tati
• Cristo se Detuvo en Eboli (1979) - Francesco Rosi
• Ciudadano Kane (1941) - Orson Welles
• Z (1969) - Costa Gavras
• Providence (1977) - Alain Resnais
• La Conversación (1974) - Francis Ford Coppola
• A la hora señalada (1952) - Fred Zinnemann
• Tarde de Perros (1975) - Sydney Lumet
• Perros de Paja (1971) - Sam Peckinpah
• The General (1926) - Buster Keaton

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