Entrevista a Juan Villoro: “Trump representa la exacerbación de un problema que viene de muy lejos”

Dueño de una prosa que combina la potencia metafórica de la sentencia y la condensación conceptual, Juan Villoro es uno de los más destacados escritores contemporáneos. Maestro de la crónica, aquí habla sobre el género, se mete con críticos y autores, aborda algunos de sus libros. No elude opinar sobre la tensión entre su país (México) y los Estados Unidos: “Lo más interesante de las fronteras es la posibilidad de cruzarlas y de ejercer ahí el contrabando de símbolos”, apunta.

24 May 2020

Por Fabián Soberón

PARA LA GACETA - TUCUMÁN

Juan Villoro nació en Ciudad de México y desde allí transitó el terreno anfibio del periodismo y de la literatura. Como su antecesor Gómez de la Serna, ha ejercido una “escritura continua” que va desde la crónica a la ficción y viceversa: ha publicado ficciones y es uno de los exponentes de la nueva crónica, esa que se inició en los libros de Capote, Walsh, Wolf y Talese en los 60 y que reverdeció en Latinoamérica en revistas como Gatopardo.

Intelectual comprometido con la realidad social, escribió sobre el terremoto de Chile y sobre los asesinatos de los estudiantes en Ayotzinapa. Villoro sienta posición frente a la situación política de México. Frente al caso Trump, Villoro escapa al maniqueísmo que lo ve como la simplificada encarnación del mal y procura una visión que hunde sus raíces en el barro de la compleja escena política del México contemporáneo. De este modo, Trump no es un fenómeno aislado sino un eslabón en la densa trama de actores, sucesos e interpretaciones del escenario internacional. Para Juan Villoro, “Trump representa la exacerbación de un problema que viene de muy lejos. Obama fue la cara sonriente del mismo problema. Rompió récord de deportación, mandando de regreso a México a más de tres millones de paisanos. Una de las pocas ventajas de Trump es que su postura es tan extrema que ha servido de revulsivo para buscar otras salidas. Si Hillary hubiera ganado, muchos sectores lo habrían visto como un triunfo de la cordura y aun de la democracia. Sin embargo, la marcha del millón de mujeres hubiera sido tan necesaria con ella como con Trump”.

- El conflicto entre EEUU y México tiene un pasado frondoso. El cine ha abordado el conflicto de diversas maneras. En 1949, el director Anthony Mann filmó Border incident. La película narra el cruce ilegal de unos mexicanos a EEUU.

- Lo más interesante de las fronteras es la posibilidad de cruzarlas y de ejercer ahí el contrabando de símbolos. México ha resistido al embate norteamericano con una muy viva cultura fronteriza, a veces tan híbrida que prefigura un tercer país, hecho de los otros dos. Pero la situación política concreta es un sinsentido. Estados Unidos tiene trabajos disponibles, pero, para llegar ahí, los mexicanos deben sortear un safari que pone en riesgo sus vidas. Se trata de una situación ignominiosa. Los símbolos se mezclan bien en la frontera, pero los cuerpos mueren.

- En un ensayo ya clásico sobre la crónica, usted la definió como “el ornitorrinco de la prosa”. El “plurigénero” congrega diferentes herramientas del ensayo, el teatro, la novela y la autobiografía. Este cruce alimenta una investigación sobre el sentido y la manera de abordar la realidad: una investigación para evitar que el pasado ingrese en el olvido, tal como quería Heródoto, el lejano precursor griego.

- Alfonso Reyes dijo, famosamente, que el ensayo es el “centauro de los géneros”, un animal doble, que le debe algo a la reflexión y algo a la narración. La crónica admite muchos más estímulos y por eso me pareció apropiado que su mascota fuera un animal que parece la suma de muchos animales a condición de no ser ninguno de ellos; de la misma manera, la crónica combina recursos muy diversos, de la autobiografía al teatro (pensemos en los diálogos y en la presencia de la opinión pública, versión contemporánea del coro griego), pasando por el ensayo, el relato, el aforismo (los titulares de nota roja suelen serlo) y tantos otros géneros. Como todas las especies, el ornitorrinco tiene distintas formas de sobrevivir; puede convertirse en una plaga o estar en peligro de extinción. Me parece que por ahora goza de cabal salud.

- En los 50, cuando Rodolfo Walsh publicó Operación masacre, la crónica no ocupaba el lugar que tiene hoy entre los escritores. Como “género” ha mutado. Pasó de ser una novedad bastarda en el mercado a una zona de prestigio y snobismo, de exquisitez y oportunismo. Estudiar las transformaciones últimas más importantes es tarea pendiente.

-Empecé a hacer testimonios sin saber que se trataba de crónicas.

Nadie hablaba del género en esos términos. Mi primer texto de ese tipo fue una narración sobre el incendio del edificio Aristos, un rascacielo de la Ciudad de México. A los 14 años, estudiaba guitarra en ese sitio. Bajé del autobús para tomar mi clase, cargando mi guitarra, y vi el edificio en llamas. Me quedé encandilado con el microcosmos del incendio, el heroísmo de los voluntarios y los socorristas, la gente que subía a la azotea, los bomberos con sus escaleras telescópicas. Esto ocurrió en 1970. Con otros dos amigos, imprimía en la escuela un periódico en mimiógrafo, La Tropa Loca. Yo me hacía cargo de la “Sección de Chismes”, lo cual me daba cierto poder en clase, pues hablaba de romances en curso y otras noticias del salón. Debuté en el periodismo en el género rosa. Después de ver el incendio, regresé a mi casa y en vez de la “Sección de chismes” escribí lo que había visto. Fue mi debut como “cronista”, pero sólo lo supe muchos años después, cuando se reeditó Relato de un náufrago, de García Márquez, y me enteré de que eso era literatura bajo presión, es decir, una crónica. De entonces a la fecha ha habido, en efecto, muchos cambios. Elena Poniatowska hizo un relato polifónico de una masacre con las voces sueltas que le contaron La noche de Tlatelolco, Martín Caparrós ha escrito crónicas donde las declaraciones de los informantes siguen la cadencia de un poema, Leila Guerriero ha incluido su voz personalísima como parte decisiva de sus perfiles, Juan José Millás ha analizado su cuerpo como un síntoma de lo que pasa en el entorno, Julio Villanueva Chang ha sido un cazador de paradojas en busca de un tenor que no sabe silbar, en fin, los recursos se han ampliado y ha ganado prestigio, como lo revelan el Nobel a Svetlana Alexiéievich y el Cervantes a Poniatowska.

- En un ensayo del libro De eso se trata, revisa la idea que tiene el crítico Harold Bloom sobre Shakespeare. Bloom aboga en El canon occidental por una lista aristocrática y rápida de los mejores escritores de Occidente siguiendo una especie de capricho personal. Sin embargo, la idea de canon es dada por hecho en cierta zona de la crítica y funciona como medidor inevitable y subterráneo a la hora de pensar el medio literario contemporáneo.

- Toda idea de canon es autoritaria. Bloom se concibe como un profeta bíblico. Desde un punto de vista teatral resulta fascinante. Tuve la suerte de asistir a su seminario en 1994, sobre “La originalidad en Shakespeare”, y presencié la volcánica y arbitraria pasión con que defendía sus tesis. Por escrito se modera un poco pero de pronto opina con inflexible contundencia; por ejemplo, puede decir, sin necesidad de hacer aclaraciones, que Shakespeare ha sobrevivido a todo, “incluso a Peter Brook”. Se trata, obviamente, de un dardo algo humorístico contra un gran director de teatro, pero revela que con frecuencia Bloom se considera por encima de dar explicaciones, algo extraño en un crítico. Roberto Bolaño, de quien fui muy amigo, tenía una idea menos impositiva de la valoración literaria, pero que también se basaba en crear un club jerárquico. No postulaba un canon sino listas que iba cambiando según los merecimientos de los autores. Esos métodos son divertidos y útiles para discutir, pero el verdadero análisis no puede ser regional, ni panorámico, ni idiosincrático. Hay que leer autores, no corrientes.

- El testigo ganó el premio Herralde en 2000. Es una novela que combina un recorte de la historia de México, una mirada crítica sobre la poesía de López Velarde y una serie de episodios ficcionales. Es, en cierta medida, una novela erudita y realista, un cruce de ficción y no ficción. Quizás sea esta novela el terreno en el que se pueden ver más claramente los vasos comunicantes de la investigación del cronista y la fabulación del narrador.

- Alguna vez oí una entrevista con Daniel Barenboim, que es ante todo un notable director de orquesta, pero a veces se presenta como pianista, compositor o maestro de música. Le preguntaron por qué insistía en esas otras funciones, menos celebradas, y comentó que si no entendiera la música desde esos ángulos no podría ser el director que es. Ignoro en qué género de la prosa me desempeño mejor, pero me gusta pensar que en el novelista hay algo del cronista, en el ensayista algo del cuentista, en el dramaturgo algo del autor de libros para niños, y así sucesivamente. El testigo tiene que ver con varios momentos reales de la historia de México. La novela se sitúa en la alternancia democrática de 2001, cuando el PRI perdió el poder después de 71 años. Por otra parte, el narrador entra en contacto con supuestos papeles del poeta más leído e interpretado de México, Ramón López Velarde, y una rama de su historia familiar lo remite a la guerra Cristera, rebelión popular de los católicos en los años 20 del siglo pasado. Esas son las partes documentales de la trama, y seguramente en eso influyó que haya estudiado la carrera de Sociología o que practique el periodismo. Por otra parte, el protagonista, Julio Valdivieso, es investigador literario y en esa medida pone en juego algunas de las preocupaciones que tengo como ensayista. Pero el ensamblaje de una novela produce sorpresas para el propio autor. Esas zonas documentales o “informativas” fueron importantes para que comenzara a fabular, pero una vez en la tarea surgieron cosas inesperadas. Por ejemplo, el personaje del cura Monteverde. Se trata de un sacerdote culto que ha hecho una sobreinterpretación de López Velarde y considera que varios de sus poemas son testimonio de milagros. En su lectura, el poeta es un santo que merece ser beatificado. El tema me atrajo por extravagante pero poco a poco me fue ganando. Al final, sin duda alguna el personaje con el que más me identifiqué fue ese sacerdote, quizá porque yo estaba tratando de hacer algo parecido: darle otra vida al autor de esos poemas.

- Como Borges, Juan Rulfo es una referencia ineludible: puede ser una sombra favorable y también un fantasma terrible. Usted escribió sobre Rulfo en un ensayo incluido en Efectos personales: “El estilo rulfiano depende, en buena medida, de su sistema de repeticiones. El narrador junta palabras como guijarros pobres”.

- Pocos autores me deslumbran tanto en la relectura como Rulfo. Con escasos elementos (símbolo del territorio pobre en el que se mueven sus personajes) logra una poderosa música del idioma. Ningún mexicano ha hablado en la realidad como sus personajes y ninguno ha sonado más real. Logra un prodigio contradictorio: inventa la naturalidad de nuestra lengua. Por otra parte, su testimonio de la violencia, del despojo, de la desigualdad, no deja de tener actualidad. Su cuento Paso del norte trata de mexicanos acribillados cuando tratan de cruzar a Estados Unidos. Un anticipo del país de Donald Trump. Reclamar la herencia de Rulfo es tan pretencioso o tan inevitable como reclamar la de Borges. En cierta forma ambos ya se confunden con la lengua, somos sus personajes. Espero que el fantasma de Rulfo aparezca en lo que escribo. La descripción que hago del semidesierto en el cuento Coyote y en parte de mi novela El testigo, no podría haber sucedido sin la lectura de Rulfo.

- En los relatos de ¿Hay vida en la tierra? se mezcla la percepción de la realidad con “la mirada del fabulador”. Los textos breves mezclan los procedimientos de la crónica “realista” y las artimañas de la ficción.

- Como tantas cosas, esa mezcla comenzó por accidente. Un escritor vive de trabajos que no siempre tienen que ver con su obra de ficción. Cuando me ofrecieron tener una columna en un diario, recordé el precedente de Jorge Ibargüengoita, que había escrito textos muy personales, llenos de sentido del humor, absolutamente literarios en la prensa mexicana. Otro estímulo fueron las “Jirafas” que García Márquez escribía en su juventud y que se reunieron cuando se convirtió en un escritor famoso. Por cierto que en la primera de ellas dice que tendrá final de greguería, refiriéndose a Gómez de la Serna, otro escritor que me ha interesado mucho y que concebía una “escritura continua”, una especie de gigantesco rollo que atravesaba su obra entera y pasaba con la misma tensión del periódico a los libros. La situación de México ha sido tan terrible en los últimos años que muchos de mis artículos tratan de temas políticos. Otros, los más difíciles de escribir, buscan reaccionar a las historias que la realidad propone sin desarrollarlas del todo. ¿Hay vida en la tierra? trata de cómo las costumbres públicas afectan la vida privada. En ese sentido, son pequeños relatos que también son reportajes de costumbres.

- En Mi cita con Frank (incluido en ¿Hay vida en la tierra?), el narrador sostiene que “los confundidos escriben historias para que los demás opinen”. Y, antes, había dicho: “El papel del escritor consiste en preguntar para que otros respondan”. La crónica es también un género de opinión, en cierta medida, cuando aparece el ensayo personal.

- Caparrós ha dicho que toda crónica se escribe en primera persona, refiriéndose al hecho de que no hay textos imparciales, ajenos a las convicciones del cronista. Seleccionar una parte de la realidad es ya una forma de tomar partido. Hay cronistas, como Hemingway, que ponen énfasis en los sucesos, y otros, como Tom Wolfe o Carlos Monsiváis, que escriben crónicas comentadas, que incluyen opiniones sobre los hechos.

- La obra de Roberto Bolaño es insoslayable a la hora de pensar la literatura que se ha escrito en castellano en las últimas décadas. Sin embargo, no todas sus novelas son fundamentales: hay novelas imprescindibles –Estrella distante– y otras no tanto. En este sentido, es importante pensar cómo influye la crítica en la canonización de un autor después de su muerte.

-En el caso de Roberto influyeron muchos factores para que se transformara en una leyenda. La auténtica crítica vendrá en el futuro, cuando se analice más a un autor que a un fenómeno. En lo que a mí toca, debo decir que en mis primeros años fue importante contar con voces a la distancia que me hacían sentir que no estaba solo. Publiqué mi primer libro en 1980, los cuentos que integran La noche navegable. Durante 20 años no recibí un premio ni tuve algo cercano a un bestseller. Es un lapso largo. Durante esa travesía, que para mí ocurría un tanto en la oscuridad, de pronto encontraba los faros de la crítica, como una forma de contacto, estímulo y orientación. No debo olvidar eso.

- Su prosa está armada de líneas que tienen la contundencia de una sentencia y la condensación conceptual de un aforismo. Cito ejemplos: “la mujer con nervios de acero ante el volante y los problemas mentales era vencida por un adjetivo”; “La belleza no admite perfección: las manzanas más rojas provocan desconfianza”. Creo que usted sabe, como lo sabían Borges y otros esteticistas, que en la construcción de un relato es clave definir y cifrar en la prosa una forma de entender la escritura.

-Es complicado entrar en autodefinciones. La prosa es la respiración del narrador y cada quien la ejerce según el ritmo peculiar de su organismo. Me gustan los autores con voluntad de estilo, es decir, con respiración propia. Si abres un libro de Borges, Rulfo, Nabokov o Proust por cualquier página, sabes que se trata de cada uno de ellos. El lenguaje literal es tan neutro como un tanque de oxígeno, el literario va del asma a la hiperventilación. En lo que a mí toca, creo tener, como dices, cierta pasión por lo epigramático, por las frases que resumen con una píldora el síntoma que se estaba planteando. En este punto advierto que te contesto con metáforas médicas, tal vez porque es la otra vocación que quise tener. En Washington Square, Henry James habla de un médico que no abusa de sus recetas pero tiene la cortesía de recomendarle algo al paciente para tranquilizarlo. Supongo que como prosista trato de acercarme un poco a ese médico: el diagnóstico debe desembocar en una precisión, el nombre de un medicamento.

© LA GACETA

Perfil

Profesor, ensayista, crítico, Juan Villoro (México, 1956) explora con destreza diversos géneros. Publicó, entre otras, las novelas El testigo (premio Herralde), Arrecife, Llamadas de Ámsterdam, Conferencia sobre la lluvia, el libro de crónicas de fútbol Dios es redondo, los cuentos de El culpable y La casa pierde, la pieza teatral Filosofía de vida y los ensayos de Efectos personales y De eso se trata. Con Martín Caparros publicó Ida y vuelta. Una correspondencia sobre fútbol. Fue profesor de Literatura en la UNAM de México y profesor invitado en las universidades de Yale y Princeton. Publicó artículos en El País, Reforma, Jornada y El Mercurio, entre otros medios.

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