Lo mejor de la poesía que emerge hoy de las profundidades

Reseña de “A menos de 30° te congelás en 1 minuto”, de Sofía Landsman

19 Jun 2020
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Por Mario Flores

A los 29 años, Sofía Landsman ejercita a la perfección una poesía que combina la crudeza de lo carnal con la ternura de lo fantástico. Ejercita: porque la escritura es eso, un ejercicio cerebral a la vez que emocional. Una especie de gimnasia entre cuerpo y lenguaje, donde ninguna escena está ahí porque sí: el libro “A menos de 30° te congelas en 1 minuto” tiene apenas cuatro poemas y una entrevista a la autora que consta de seis preguntas. Para los fundamentalistas ortodoxos: poquito material que clasificarán peyorativamente como fanzine o plaqueta gratuita en contexto de pandemia. Sin embargo, el peso de la obra no se deja ver por la densidad del producto, sino por lo que logra generar.

El libro de Sofía Landsman fue editado por @_ELBA_LASO (Tucumán)

Desnudez sobrenatural en primera persona. En poemas que aparecieron en publicaciones de años anteriores, Sofía Landsman hablaba de que “en Santiago se come escabeche de vizcacha”, y utilizaba todo el registro de lo vivencial como la génesis de un espacio inasible pero natural. Santiago del Estero era ese escenario donde el territorio de la visión de su infancia ya desacralizaba toda idiosincrasia posible. Ahora, redobla la apuesta en el primer poema del libro: dice “pero Santiago está florecido / sus lapachos me avisan / que es invierno”, mientras camina por avenidas interminables que no llevan a ningún lado más que a la necesidad de una respuesta para la ausencia del otro. Ese cuerpo desnudo que camina y habla, también cuestiona. No se limita a recordar al otro y lanzar frases poéticas al aire sobre lo lindo/feo que es extrañar, sino que rellena esa ausencia con preguntas: “un cuerpo desnudo / escarchado / que busca a un sabio que le explique / la metáfora de la vida y la muerte”.

El libro se puede descargar desde acá

Elba Laso, una ramificación de La Cimarrona Ediciones que se encarga de difundir obras en formato digital (publicaron a Alexander Rivadeneira y a Juan Coronel y un libro colectivo de poesía apocalíptica titulado “21/12”), detalla en los datos de catalogación que este libro fue editado “durante una cuarentena que nos mató a todxs”. Por eso no sorprende que, en su mayoría, las escenas de los poemas se den puertas adentro: habitaciones privadas, balcones suicidas, camas destendidas, noches de insomnio, sesiones de sexo con ventanas abiertas.

Balcón

la otra noche

no podía dormir

me imaginé que me levantaba

salía al balcón

me pasaba al otro lado

de la baranda

me soltaba

y al fin

podía dormir.

La mejor poesía emergente de las profundidades abisales, para que la leamos nosotros los pobres terrestres. Lo mejor de esta publicación es, sin duda, el último poema, titulado “Cuarto azul”. No sé por qué me hizo acordar a “Submarine” de Richard Ayoade, porque la verdad no tiene nada que ver, excepto por la extrema tensión del paisaje submarino donde los cuerpos se alteran hasta desintegrarse por la extrema presión. El poema de Sofía dice “ese fondo oscuro y frío / donde habitan seres extraños / acostumbrados a la soledad y la quietud”. En el impasse de la cama vacía, la sombra y la luz, el cansancio y el hambre, se desarrolla una trama secundaria mucho más heavy: todo ese mundo peligroso y desconocido (¿o todo lo que desconocemos se revela como peligroso?), las palabras indicadas no conjuran el fin de la soledad sino que la hacen carne. Una fluidez poética comparable a la de Flor Codagnone pero con el ritmo musical de las slammers Kentucky Fried Chicken. La escena es sencilla: ella está en la cama, acariciando los vellos de su vagina, viendo cómo los reflejos solares en el acolchado azul convierten la pieza en un paisaje abisal. Cada monstruo abisal, por terrible depredador que sea, tiene su propia luz: esa trampa donde caen los peces indefensos. Por eso, el poema de Sofía arranca seduciendo: “me da hambre después de hacer el amor / porque necesito tener algo en el estómago / porque te doy mis mariposas mientras nos besábamos”; después, rompe todo: “me hundo como un pez extraño acostumbrada a la quietud / y toco el fondo, miro para arriba / y las olas del techo me recuerdan / la calma de la superficie”. Al final, siempre volvemos a hablar de amor, de sexo, de lejanía, de mundos privados. Lo que importa es, en realidad, desde qué ángulo vamos a lanzar la flecha. Estos no son otros poemas individualistas que romanticen la cuarentena, de los que ya abundan en ese reino photoshopeado que es Instagram: se trata de algo más. Es una poesía hecha con imágenes que a simple vista parecen suaves, femeninas, pero se tratan de escenas crudas, una hipnosis visual que juega con lo sobrenatural y lo amatorio en el medio del caos.

(*) Es escritor, DJ y becario del Fondo Nacional de las Artes. Autor de Hikaru (Editorial Nudista, 2018) y Necrópolis (Fondo Editorial de Salta, 2019).

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