El Ojo Crítico: "On sunset"

No es Bowie, es el mejor Paul Weller.

04 Jul 2020
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EN PLENA FORMA. Prolífico e inspirado, Weller entregó un disco colmado de

MUY BUENO

SPOTIFY / ITUNES

No es fácil dejar “On sunset”, disco irresistible, gozoso por donde se lo escuche, pletórico de ideas admirablemente traducidas por Paul Weller en una serie de suites que de tan redonditas obligan a una escucha interminable. Sí, David Bowie ocupa varias páginas en el catálogo de referencias que componen el sonido de Weller, pero la reminiscencia que lo acerca a “On sunset” es la elegancia. Sofisticación no es sinónimo de impostación en el caso de Weller, felizmente inclasificable por más que en las bateas de disquerías imaginarias a “On sunset” se lo coloque bajo el rótulo de “soul”.

El disco suena tan clásico como actual, colorido desde la mixtura de beats con arreglos orquestales que Weller juega sin riesgo de perderse en un pastiche. “On sunset” es profundo en sus texturas, saltarín en su desapego por los géneros y capaz de sorprender. Bebe de Bowie, claro, pero también de los Kinks, de cierto dramatismo lírico que estruja el corazón (“Rockets” encaja como banda sonora del Hollywood dorado) y de un buen gusto electrónico digno de Thom Yorke y Damon Albarn. A Weller se lo nota tan desinhibido y feliz que reincide en experimentos sonoros con aires de free jazz y suena de lo más bien (“4th dimension”).

La mutación artística de Weller, tan visceral en The Jam y tan emocional con Style Council, y a sabiendas de que cargará con el rótulo de Modfather por los siglos de los siglos, ha concluido hace tiempo. En su absoluta y sabia madurez, Weller transita el mundo decidido a entregar belleza. Entonces compone una balada tan exquisita como “I’ll think of something”. Como en la mayoría de sus temas, el crescendo parte del piano o de una guitarra acústica -es este el caso- para elevarse en un coro de cuerdas y aterrizar con una suavidad celestial.

El corazón del disco es el tema que le da nombre. Imposible no identificar “On sunset” con los acordes iniciales de “My sweet lord”. Desde allí Weller va tanteando el terreno, suelta un pase de flauta y de inmediato la orquesta se mete en la conversación. Es una poesía triste, que habla de tiempos pasados y de un mundo que ya se marchó. La puesta de sol cantada con sentimiento soulero exige una entrega vocal a la que Weller le pone el cuerpo con entereza.

“Mirror ball”, la suite que abre el disco, es de lo más ambiciosa. Una melodía cambiante, que se detiene y arranca en direcciones impensadas, pero interesantes y sugerentes. Es, lógico, lo más Bowie desde la complejidad de su estructura. Tanto que por momentos suena a Pete Townshend y en cuestión de segundos se sumerge en una melodía digna de Roxy Music, para saltar de inmediato a algún paisaje netamente ambient.

“Baptiste” abreva en el gospel (en la edición de luxe viene también en versión instrumental) y en el acto el disco salta a “Old father tyme”, una joyita sonora propia de los tiempos del Style Council. “More” -uno de los singles- es una canción preciosa que incluye versos cantados en francés por Julie Gros. “Equanimity” transita a medio camino entre el blues y un homenaje a la chanson, registro tan fino como Weller puesto a componer pop.

Otra de las patas sobre la que se asienta “On sunset” es Hannah Peel, una arquitecta de sonidos que evitó excesos y calzó los arreglos de cuerdas en los lugares y los momentos precisos. Peel hizo un trabajo soberbio, ensamblado en el estudio por Weller y por el coproductor Stan Kybert.

Bonus track: 11 temas conforman “First rose of spring”, disco editado por Willie Nelson a sus rozagantes 87 años. El último mohicano del country compuso dos canciones (“Blue star” y “Love just laughed”) y reversionó un clásico de Charles Aznavour (“Hier encore”).

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