La historia de los Mercader, asesinos de Trotsky

23 Ago 2020
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Por Daniel Muchnik

PARA LA GACETA / BUENOS AIRES

Murió avejentado, aunque tenía sólo 60 años, rodeado de guardias, en México, en una especie de fortaleza adonde había encontrado refugio -la casona que le habían facilitado Frida Kahlo y Diego Rivera- tras su expulsión de la Unión Soviética, situada lejos del centro de la capital.

Antes, corrido por los odios había recalado en Turquía, Francia y Noruega, siempre esperando el ataque final, organizado por su enemigo.

En su nacimiento se llamó Lev Davidovich Bronstein, de padres pequeños terratenientes. Adoptó en la clandestinidad revolucionaria el nombre de Trotsky, de uno de sus carceleros en una de las prisiones que transitó en los tiempos clandestinos. Se usaban entonces los “nom de guerre” entre los tantos revolucionarios que vivían en Rusia o en el resto de Europa.

Después de la revolución bolchevique (en los hechos, un golpe de estado) de octubre de 1917, se convirtió primero en Comisario de Asuntos Militares y concluyó la Primera Guerra Mundial en 1917, por un acuerdo con Alemania, que firmó antes de concluir la gran contienda.

Organizó y capitaneó el Ejército Rojo; fue criticado por reconvertir oficiales zaristas. En cuatro años derrotó a 14 ejércitos extranjeros invasores y a las numerosas brigadas de “blancos” (por contraposición a los “rojos”) que intentaban restaurar el zarismo.

Aquellos fueron tiempos de hambrunas y de ríos de sangre, de devastación e incendios arrasadores donde nadie perdonaba la vida del prójimo. La violencia era patrimonio de los rojos y de los blancos, sin distinciones. Pero la violencia, la desconfianza, el espionaje interno y las delaciones recorrerán, sin cesar, la historia de lo que se conocería como Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, las que desaparecieron tras la caída del Muro de Berlín.

Lenin, el líder de la toma del poder, consideraba que Trotsky era el más adecuado para ser el mandamás del Partido, a partir de lo cual nació una indescriptible rivalidad con Stalin, un burócrata intrigante y sanguinario.

Trostky nunca estuvo en la cumbre, víctima de las frecuentes intrigas. Todos sospechaban de todos. Reinaba el miedo y la traición.

Ramón Mercader

Hay una vasta bibliografía sobre Trotsky y sobre su asesinato por el miembro secreto de la Cheka, antecesora de la KGB, llamado Ramón Mercader. También se conoce una amplia filmografía. Uno de los últimos trabajos editados de venta masiva fue El Hombre que amaba a los Perros, del escritor cubano Leonardo Padura, sobre los paseos del asesino en la isla caribeña.

Poco se ha escrito, sin embargo sobre los antecedentes que llevaron al atentado y acerca del hombre que le clavó un pico en la cabeza del revolucionario.

Quien se ocupó de la trama secreta y de la vida anterior de los principales protagonistas es Gregorio Luri, español, doctor en filosofía e historiador, quien editó hace cuatro años en Barcelona el libro El Cielo prometido - Una mujer al servicio de Stalin.

Es una investigación completa, muy bien escrita, detallista, basada en conversaciones con protagonistas, amigos, familiares y testigos de la vida en España de Ramón Mercader y de la influencia de su madre, Caridad Mercader (que nunca hizo homenaje a su nombre), una comunista ortodoxa obediente de Moscú, admiradora febril de Stalin, un miembro de los servicios secretos rusos.

Caridad según su hijo Luis, fuente informativa de Luri, fue una mujer muy fuerte, “terrible” dijo, que manejaba como ella quería la vida de su familia. A Luri lo guiaba una frase que leyó en sus tiempos jóvenes: “el miedo, la esperanza, el amor, el odio, son cuatro vientos fuertes que no dejan parar la verdad ni la pluma”.

Paralelamente, alejado ya de comunismo, el escritor Arthur Koestler escribió: “El individuo es un cero. El Partido es el infinito.” El individuo era, para el stalinismo, un “residuo burgués”, un lastre que debía ser abandonado en el camino hacia el futuro “de promisión”. La militancia, sin duda, consistía en una auténtica conversión análoga a la religiosa. Una entrega absoluta a la “causa de la Verdad”.

Caridad

Caridad aseguraba que vino al mundo el 29 de marzo de 1896, en la Cantabria con el apellido del Río. Sin embargo en los documentos oficiales consta que nació en Santiago de Cuba, el 28 de marzo de 1892. La leyenda sostiene que Caridad era una joven tan religiosa que padecía arrebatos místicos. Se casó en diciembre de 1910 con Pablo Mercader, un hombre formal, de convicciones monárquicas. Fueron padres de cinco hijos, que se educaron en escuelas religiosas.

Luego se rebeló contra su marido, a sus espaldas, y abrazó todos los modales de la vida bohemia, que admiraba. Había en ella algo duro e inflexible. Terminó adicta a la morfina e internada en un sanatorio psiquiátrico.

Después llevó a sus hijos a Francia, a la casa de una de sus primeras parejas, en la campiña.

Tras ese episodio y otras aventuras amorosas volvió a Barcelona y estuvo presente como dirigente comunista a lo largo de la guerra civil.

Actuó decidida, fusil en mano, en las acciones contra los golpistas en Barcelona. En las batallas que siguieron perdió a su hijo mayor e hirieron a Ramón. Recibió con alborozo la ayuda militar soviética. Al finalizar la contienda cruzó los Pirineos y se radicó en París, donde se puso en estrecho contacto con la Cheka y en especial con el agente soviético Leonid Alexandrovich Eitingon. Caridad y Eitingon convencieron a Ramón de formarse en espionaje en Moscú, para justificar su devoción a Stalin, quien tenía como objetivo primordial el asesinato de Trotsky, en el lugar donde se encontrara.

Stalin lo acusaba de complicidad con los alemanes precisamente en el mismo año que firmó un Tratado de Paz con los nazis, conocido como Molotov - Von Ribbentrop, porque desconfiaba de Francia y de Inglaterra. Londres, sin embargo fue su aliada desde 1941 contra el mismo enemigo.

La Cheka, Eitingon, Caridad y Pavel Sudoplatov -segundo de Laurenti Beria, jefe Supremo de la Cheka y amigo personal de Stalin- idearon la forma de quitarle la vida al máximo enemigo del dueño del Kremlin. Primero probaron con la ayuda de los comunistas mexicanos dirigidos por el muralista y pintor David Siqueiros. Ellos atacaron la casa de Trotsky en mayo de 1940, disparando 400 balas dirigidas especialmente a la habitación donde dormía el exiliado y su mujer. No lograron terminar con él.

El nuevo plan

Por eso mismo surgió el segundo plan a cargo de Ramón, un hombre alto, elegante y veterano seductor que se convirtió en Jacques Monard, belga, periodista deportivo y empresario según otros momentos, quien enamoró a quien oficiaba de secretaria de Trotsky, la norteamericana Ruth Agellof.

Mantuvo esa relación por meses y ganó la confianza de los custodios de Trotsky, a quien visitó en varias oportunidades junto con su novia, sin que el exiliado percibiera algo anormal.

Despuès de varias semanas, y sin que Ruth lo acompañara, entró al escritorio de Trostky con un impermeable que ocultaba un pico. Cuando lo hundió en la cabeza de Trotsky, éste profirió un grito de dolor y desesperación que acompañaría a Ramón toda su vida.

En las inmediaciones de la casa lo esperaban su madre, Caridad, y Eitingon subidos a un auto, sin despertar sospechas, para que el asesino pudiera escapar. No pudo ser y huyeron. Sabían de esa posibilidad, pero empujaron a Ramón para que hiciera lo que hizo.

Los guardias lo apresaron, convocaron a la Policía, fue sometido a interrogatorios y un juez lo condenó a 20 años de prisión. En todo ese largo tiempo se presentó como Jack Monard y jamás confesó la terrible confabulación de la Cheka.

Cuando los alemanes desencadenaron la Segunda Guerra Mundial, Caridad y todos los comunistas españoles encontraron refugio en Moscú y en otras ciudades. Muchos se alistaron en 1941 como soldados para participar en la guerra y frenar la invasión germana. La mayoría de ellos murieron.

Con el tiempo, Caridad y las mujeres que la acompañaban se fueron desilusionando de su febril ideología y en general tuvieron dificultades al terminar la contienda para dejar Rusia.

Después de la cárcel

Se dice que Caridad hizo algunos intentos por liberar a Ramón, pero fracasó. Cuando concluyó su condena, Ramón fue llevado por sus camaradas a Cuba y de allí a la URSS.

En una especial ceremonia en el Kremlin fue condecorado como Héroe de la Unión Soviética, le brindaron todos los regalos imaginables: casa confortable, automóvil, custodia, dinero.

Sus amigos Sudoplatov y Eitingon habían sido encarcelados tras la muerte de Stalin y la aniquilación de Beria por orden del Comité Central. Cuando consiguieron la libertad, entre 1962 y 1969, recibieron pensiones mínimas y no les reconocieron sus trabajos. Recién fueron reconocidos oficialmente en 1992. Sudoplatov escribió, con ayuda de su hijo, su autobiografía que tituló Operaciones Especiales.

Fieramente decidida a seguir en lo suyo, Caridad siguió haciendo espionaje para Rusia y murió hosca y retraída en París, a los 82 años de edad, en 1975. Nunca volvió a ver a su hijo Ramón.

Por su parte, Ramón, desilusionado, crítico de la invasión rusa a Checoslovaquia en 1968, perdió todos sus privilegios, la vida se le hizo muy difícil y fue en los hechos obligado a emigrar a Cuba.

Allí, Fidel Castro lo recibió como un huésped especial y le ofreció una villa situada a 200 metros de la playa, donde lo acompañarían sus dos perros “borzoi” o galgos rusos. Tuvo buenos amigos en la isla. Aunque siempre lo vigilaban de cerca, hizo buenas migas con el poeta Nicolás Guillén.

No quiso regresar a España tras la muerte de Franco. Doblegado por el cáncer murió en Cuba en 1978, en una clínica reservada para los altos cargos que rodeaban a los Castro.

El asesinato de Trotsky mostró al mundo las arbitrariedades patológicas del Kremlin, donde moraban dioses admirados por los militantes. Una historia de venganzas ciegas en un régimen despiadado.

El asesinato de Trotsky fue uno de los más importantes acontecimientos del siglo XX y corrió la cortina de los deseos y venganzas de un dictador, que debieron reconocer como ciertas por Kruschov y sus camaradas en el poder en 1956.

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Daniel Muchnik – Periodista. Miembro de la Academia Nacional de Periodismo.

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