De robots y platos voladores que andan por ahicito

Carlos Hernán Sosa es doctor en Letras, Investigador asistente del CONICET y en esta columna escribe sobre una reciente antología de relatos de ciencia ficción del NOA.

23 Ago 2020
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CARLOS HERNÁN SOSA, COLUMNISTA.

*Por: Carlos Hernán Sosa, doctor en Letras, Investigador asistente del CONICET.

La labor editorial de Kala Ediciones en la ciudad de Cafayate, gestionada por Fló Gaia y Nico Ruiz, sigue afianzándose con nuevos desafíos concretados. A los volúmenes para niños y adultos que ya se han publicado –exquisitamente acompañados por la tarea de los ilustradores–, se suma ahora una antología de relatos de ciencia ficción, Coplas intergalácticas & otros yuyos. Escritores de CS FI del NOA, que acaba de editarse con la compilación de Marco M. Caorlin.

En el horizonte de la narrativa salteña reciente, la ciencia ficción ha venido realizando apuestas en contados antecedentes. Las novelas Detrás de las imágenes de Daniel Medina y Gen Incarri de Rafael Caro, algunos relatos de Benjamín Liendro e incluso un poemario como Jaguares de David León, con su enrarecido clima tropical postapocalíptico, pueden mencionarse entre las producciones que se aventuraron por esta vertiente temática. El aporte de esta antología –la primera en el rubro, hasta donde tengo conocimiento– con su perspectiva regional –donde se incluye autores salteños, tucumanos y jujeños, y otros procedentes de diferentes lugares pero que se han afincado en esta zona– invita a un acercamiento panorámico sobre los modos en que los jóvenes escritores están produciendo ciencia ficción por estas latitudes. Precisamente, la mención detallada de las procedencias de los autores, antes que un gesto de vindicación autómata y estéril de los localismos, interesa en la medida en que, como lo menciona Daniel Medina en su prólogo al libro, permite problematizar el tratamiento particular que recibe la ciencia ficción en estos ámbitos culturales donde tiene relativa tradición previa. Una provocación que el propio libro desde su título mordaz parece incitar a descubrir.

Efectivamente, no es sólo la escasez de antecedentes literarios lo que podría acercar matices distintivos al modo en que logra plasmarse esta modalidad en nuestro ámbito cultural. Interesa también pensar sobremanera cómo, en un espacio periferizado en tantos aspectos como el noroeste, donde no han podido todavía materializarse los íconos ya envejecidos de la modernidad –la ciencia y la técnica, que han seducido tanto a la ciencia ficción–, logra perfilarse esta escritura particular, huérfana de ciertas comodidades emblemáticas y urgida, por lo mismo, hacia otras demandas. Porque, con frecuencia, en la vida del noroeste, en los márgenes de subsistencia esforzada y pobreza crónica de muchos de estos lugares olvidados –o “desclasificados” de las prioridades de la administración estatal–, se impone que el agua corriente, por mencionar un ejemplo vulgar y contundente, devenga un privilegio sobrenatural, en apariencia sólo realizable en una realidad otra, como aquellas que postula la literatura de anticipación.

Y es que, justamente, en la ciencia ficción, aunque se refunden otros mundos autosuficientes en sus remotas posibilidades, ya sea atrincherados en la racionalidad más estricta de la tecnología (como en las vertientes clásicas y contundentes de Isaac Asimov y George Orwell, o la más reciente y estilizada propuesta de una narración revulsiva como Cadáver exquisito de Agustina Bazterrica); o en otra tendencia, en la familiaridad engañosa de lo maravilloso (como ocurre en esas dos enormes novelas que son El nombre del mundo es Bosque de Úrsula Le Guin y Kalpa imperial de Angélica Gorodischer); todo tratamiento busca pretextos embusteros de representación para confrontarnos –siempre– con el mundo alucinado, contante y sonante, de nuestro presente. Toda distopía entonces, se lo ha dicho muchas veces, no es más que una fotografía intervenida, a veces muy levemente, para distanciar un poco la mirada de la alienación taylorista en la que nos movemos de manera gregaria. Recuerdo ahora un relato genial de Sergio Gaut vel Hartman, “Los trepadores”, de su libro Cuerpos descartables, donde se nos cuenta la historia trivial de un grupo de personajes que toman un ascensor, el cual, una vez iniciada la marcha, no parará en los pisos correspondientes y se elevará infinitamente por espacios irrisorios. Todo ello, con la complicidad habituada, imperturbable, de los ocupantes incapaces de cuestionar lo que les está ocurriendo. Alcanzan a percibir que hubo un cambio de planes, evidentemente, pero como la rutina del ascensor funciona, generando un anclaje en la costumbre, no parece haber razón aparente para preocuparse…

En el entramado de temas y resoluciones narrativas que emprenden los relatos incluidos en esta antología, resuenan diversos modos de dialogar con estas tradiciones culturales paradigmáticas de la ciencia ficción y los soportes expresivos a través de los cuales se divulgaron masivamente (el cómic, el cine, la literatura, entre otros), apropiados desde intereses también diferentes.

Un grupo de relatos elige tramar sus historias ceñido a la recuperación de la imagen del autómata, una revisión de la escena topicalizada del hombre como versión mediocre del Creador (que sólo puede producir criaturas imperfectas como el Golem, Olimpia, Frankenstein), que la ciencia ficción amparada en la tecnología pudo perfeccionar con la figura del robot. El cuento “La emigración de los robots”, de Bruno Gareca, aparece acompañado del poema “La saga del tiempo” que funciona como una suerte de antesala del escenario post bing bang que el enunciador del poema no logra contener y en el que el cuento finalmente se ambientará. La anécdota del relato apunta a la expulsión de los humanoides, en el contexto de una lucha de especies, guiados por EXO 3450, una suerte de nuevo Noé mutante que desde una nave guía a su prole robótica hacia un nuevo poblamiento del universo.

Por otra parte, en los relatos “Mnemosine” de Celeste Carabajal y “La máquina” de G. Natalia Zuccón, los humanoides protagonistas parecen aproximarse más a los cyborgs (entidades híbridas que conservan ciertas prerrogativas vitales del hombre), en la medida en que son algunos componentes privativos de los seres humanos como las afectividades, lo que se problematiza justamente en ambas historias ante la pervivencia o súbita irrupción que se opera en las máquinas. En el caso de Carabajal, el contexto de lucha de humanos y máquinas se vislumbra desde la tarea de un cazador al que se le asigna la eliminación de una mujer que sobrevive en el desierto. La empresa, durante la cual se le dosifica información al cazador para que active estrategias de persecución, termina fracasando debido a que el androide logra articular unas asociaciones muy –demasiado– cercanas a una memoria afectiva y decide no colaborar más en la persecución. El relato de Zuccón ofrece un perfecto monitoreo del punto de vista narrativo, para desmontar la ingenuidad del trabajo rutinario de un centinela, que se ve enredado en una revuelta con robots “fallados”. Mediante la rápida reacción que logra revertir el accionar de los sediciosos y es coronada con la condecoración por el mérito, se va desnudando el señalamiento de la propia “falla” del centinela, incapacitado por fábrica para realizar razonamientos; con esos condimentos, el relato elabora una reflexión punzante sobre la administración del poder y las asignaciones desconocidas que sufren los gobernados.

Por las resonancias que guarda con estos temas, en esta sección tal vez también podría pensarse la incorporación de “Game over” de Daniel Medina. El aporte de Medina encabalga rasgos del fantástico con la ciencia ficción, en un cuento donde se participa del movimiento inquietante hacia el umbral de la deshumanización, tal como la vive un testeador de juegos en red. Con la desmarcación riesgosa entre los niveles del juego mediático y la realidad, y sus contaminaciones recíprocas, se organiza una historia de progresiva entidad virtual plagada de guiños irónicos sobre la cultural salteña. Con esta reedición se alcanza, además, una versión depurada de este relato, que se había publicado antes en Oparricidos, y cuya reescritura aporta ahora mayor contundencia al final del cuento.

Otra sección de la antología aporta en la línea de las historias de mundos sobrevivientes, donde lo postapocalíptico se palpa en las redefiniciones causadas en las convenciones de la vida cotidiana –algo que la pandemia de nuestros días, con la modificación estatal abrupta de las rutinas, nos viene enrostrando arbitrariamente por fuera de la literatura…  Nunca más certero, por estas horas de COVID-19, aquello de que la realidad supera a la (ciencia) ficción.

En la contribución de Rafael Caro, Fermín Steinberg encarna al héroe rupturista, que tanto cautiva en la ciencia ficción. El personaje, rebelde en un mundo hipercontrolado, logra aislarse de los medios de vigilancia de un universo adiestrado por la mirada de los desconocidos pero efectivos Vigías, entidades que a partir de la psicoesfera que cubría la Tierra y, luego, con la más efectiva acción de trajes con psico campo personal, digitaban la vida de las personas. Por su parte, a través de la escena prototípica de una expedición, en este caso a la Tierra devastada, Edle Julve presenta las operaciones súper tecnificadas de dos científicos mientras intentan acceder a la recuperación arqueológica de una biblioteca subterránea, ignoto testimonio de lo que fue la humanidad. La circunstancia es propicia para el encuentro con un grupo de sobrevivientes, otra criatura que también fascina en la ciencia ficción, cuando como en este caso presenta distopías involucionistas, con humanos barbarizados hasta el canibalismo que hacen fracasar la excursión. En el caso de Marco Caorlin, su relato se ambienta en los Valles Calchaquíes, azotados por otra versión local de la guerra de los mundos. Una invasión de alienígenas que amenaza con la usurpación del lugar es el marco de acción de un grupo de soldados –la consabida vanguardia de defensa del mundo– que amparado en una batería de armamentos sofisticados hacen esfuerzos por contener a la otredad amenazante del enemigo exterior.

Una última sección armada por solidaridades temáticas dentro del libro, se encauza hacia la presentación de otras versiones alternativas de la historia de la humanidad. En el caso de “El conocimiento del fuego” de Matías Baldoni Amar, es la ventana ruinosa del fin de los tiempos la que se abre para mirar y volver a historizar el mundo. Voces de ultratumba se convierten en guardianes pesimistas de la memoria, encarando una narración sobre un universo de temporalidades lo suficientemente generosas como para incluir períodos inmensos, desde el imperio inerte de la vida geológica, pasando por la conquista planetaria de los seres vivos, hasta las disputas en la emergencia y desarrollo –prontamente derruido– de las civilizaciones. En el caso de “La leyenda de Esteco según Sócrates Mamaní”, de Franco Hessling, el cuento propone una historia sustituta de la ciudad de Esteco, enclave colonial que impregna hasta el presente los imaginarios sociales, religiosos y populares de Salta. Con un tono relajado que combina la parodia con lo desopilante, la historia de Esteco resurge cargada de referencias grotescas y al mismo tiempo por todos conocidas, como la mención de los Gauchos Aladinos fundadores de la ciudad y toda la sarta de reglamentaciones, formas de sociabilidad e instituciones de gobierno mediante los cuales el cuento va compendiando el iterativo fracaso democrático de las sociedades. Porque en este relato, a diferencia del triunfalismo aparente que entrañaba el gesto del rebelde en otros cuentos, el revolucionario de apellido de origen andino no tiene otra opción más que el camino a la cicuta.

Polifónico en el planteo de sus registros y en los carriles que se privilegian como tradición para encauzar los relatos, con variaciones también en los tratamientos temáticos que se van sucediendo, el conjunto de cuentos de la antología constituye una bocanada de aire fresco por estos lares. Transitan nuevos modos para contarnos historias por fuera del realismo esclerosado de la región, arriesgan con potencia sus lecturas sobre tópicos de hondas raíces en las culturas mundiales de la ciencia ficción; y nos develan, con sus aportes propios, la peripecia para nada insólita de escribir literatura de anticipación, ahicito nomás, a la vuelta de un cerro.

IMAGEN ILUSTRATIVA

*Carlos Hernán Sosa,  es doctor en Letras, Investigador Asistente del CONICET. Responsable de las cátedras de Introducción a la Literatura y Literatura Argentina en la carrera de Letras de la UNSa.

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