Solange y el sargento Cruz

Por Marcelo Gioffré.

30 Ago 2020
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CLAVE. El gaucho Martín Fierro y el sargento Tadeo Isidoro Cruz se inclinan por la persona y la amistad contra la aplastante burocracia.

La llanura argentina es inmensa y plana como un océano inabarcable pero sin agua: esa vaga simbología del infinito que intentaron mentar Héctor Bianciotti en sus libros de voluntario exiliado parisino y Mariano Llinás en sus películas desaforadas. Las estrellas refulgen más en esa vasta soledad. Una de esas noches Martín Fierro fue cercado por una partida policial que acudió a reclamarle por las muertes que había infligido.

La pelea se desató y Fierro se defendió como una fiera contra todos los gendarmes. Logró herir y matar a varios de los agresores. Ese coraje descomunal impresionó al sargento que comandaba la partida oficial, Tadeo Isidoro Cruz, que increíblemente se cambió de bando y pasó a pelear junto a Fierro, el malhechor, contra sus propios subordinados. Debemos presumir que no fue solo el coraje lo que provocó la conversión de Cruz, él era quien portaba la orden contra Fierro y razonablemente conocía o podía inferir, dadas las circunstancias, su biografía desdichada. Al fin y al cabo, usar el aparato coercitivo del Estado para mantener instituciones injustas es una forma de fuerza ilegítima contra la que los individuos tienen derecho a rebelarse. Al adoptar la decisión Cruz dictamina que matar a un valiente como Fierro es cometer un delito. No dice cometer una injusticia, tal vez sin saberlo Cruz está hablando del derecho natural o incluso del derecho constitucional (hacía ya veinte años que la Argentina se había dado su Constitución).

Borges en 1953 dice que la decisión del sargento Cruz se debe a que “en estas tierras el individuo nunca se sintió identificado con el Estado”. Para el argentino el mundo es un caos. Por eso el héroe popular es el hombre solo que pelea con la partida. Este rasgo que señala Borges parecería que es negativo, o anárquico, sin embargo Borges invierte el problema y hace un encendido llamado a la desobediencia: “El más urgente de los problemas de nuestra época es la gradual intromisión del Estado en los actos del individuo: en la lucha con ese mal, cuyos nombres son comunismo y nazismo, el individualismo argentino, acaso inútil o perjudicial hasta ahora, encontrará justificación y deberes”.

Martínez Estrada, en 1948, en Muerte y transfiguración de Martín Fierro, censuró la rebelión del sargento Cruz llamándola “la acción más repulsiva”: si de lealtad se trata se la debía más a sus compañeros que a un desconocido; en cuanto a deberes profesionales, tenía que hacer cumplir la ley; en cuanto concierne a la moral, de pronto se da vuelta contra sus subordinados y los mata. La radical deserción del sargento, señala en cambio Carlos Gamerro, “es el momento de mayor júbilo y mayor libertad de nuestra literatura”. Cruz, que parecía haber sido domesticado, haber sido incorporado como pieza de la maquinaria del Estado, quema las naves. El acto de Cruz al cruzarse de bando encaja en lo que Ronald Dworkin llama “desobediencia basada en la integridad”: alguien a quien su conciencia y su integridad le prohíben absolutamente hacer lo que exige la ley, si sigue la ley se des-integra. Como se advierte, Borges da en el clavo: con las dos figuras, Fierro y Cruz, que emprenden la travesía del desierto sobre sus caballos, cruzan la frontera, miran hacia atrás, lloran y se alejan, termina la primera parte del libro canónico de los argentinos, esas figuras conmovedoras produjeron el acto revulsivo de desobedecer y, bajo ese influjo, conseguir la síntesis dialéctica de fundar un nuevo orden. Martín Fierro seguiría así la tradición española del Quijote y se inclinaría por el individuo y la amistad en contra de la aplastante burocracia estatal.

¿Sabrían los policías que en el retén de Huinca Renancó detuvieron al padre de Solange, le impidieron pasar y seguir viaje para asistir a su hija moribunda que, lejos de actuar como valientes, estaban rompiendo una gran tradición argentina, la de rebelarse frente a las leyes injustas y miserables? ¿Sabrían que estar al lado de una hija cuando muere es un derecho humano que ninguna norma puede quitar? ¿Sabrían acaso que nuestra Constitución, en este caso, estaba del lado de la rebelión y no de la sumisión a la ley? Aquello que supo Antígona, que enterrar a su hermano era un derecho aunque hubiera una ley que lo prohibiera, aquello que supo Cruz, que vale más la justicia que el orden, no lo supieron esos gendarmes. Con el tiempo tal vez descubran que romper la ley, a veces, enriquece y estabiliza la democracia. La culpa tampoco es de ellos, no siempre se puede pedir la moral excepcional de un Cruz, sino de quienes al implantar la cuarentena dijeron: “De los que circulen se encargará la policía, por las buenas o por las malas”.

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