El escepticismo del presente: la narrativa de María Lobo

19 Sep 2020
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(*) Carlos Hernán Sosa    

En el contexto de las nuevas líneas de las narrativas recientes del noroeste argentino, las que arrancan más o menos desde la década del 2000 en autores que hoy rondan los 40 años, es acotada la participación de las narradoras; es decir, que a diferencia de lo que ocurre en el panorama de otros géneros, sobre todo con la poesía, es menor la cantidad de obras producidas por narradoras y, mucho más difícil aún, advertir el sostenimiento de una trayectoria autoral dedicada exclusivamente a esa tarea: escribir narrativa. La escritura de novelas, en especial, ha tenido generalmente un tránsito con intermitencias por los diferentes centros culturales del noroeste; para el caso de Salta, por ejemplo, en las generaciones anteriores figuras como las de Liliana Bellone, Gloria Lisé y Ana Gloria Moya modularon un afianzamiento y renovaciones genéricos en proyectos dedicados, prioritariamente, a la narrativa. Luego, parecería que podemos hablar de excepciones, pues la novela sigue siendo un género moroso, una situación que probablemente tenga que ver con las rémoras propias de dedicarse a esta especie, mucho más demandante y esclavizadora en términos de exigencias para el escritor que, generalmente, no pueden sostenerse frente a la necesidad de tener que mantener otras actividades por fuera de la dedicación literaria.

Hay excepciones por supuesto, por ejemplo, la de Ildiko Nassr abocada a los microrrelatos en Jujuy y, también, la de una autora tucumana como María Lobo, dedicada al cuento y la novela, que me gustaría acercar hoy a los lectores. Poco más de 300 km nos separan de San Miguel de Tucumán y, sin embargo, por el juego endogámico de centros y periferias de nuestra región, las derivas de sus ámbitos culturales son poco conocidas aquí en Salta; e incluso, pienso, existen menos vinculaciones en términos de redes, entre las formaciones culturales de los colectivos poéticos y las editoriales alternativas, que aquellas que por ejemplo relacionan de manera más aceitada a Salta con San Salvador de Jujuy. Por eso, toda instancia de divulgación de estos proyectos literarios es siempre necesaria ya que, excepto en contadas ocasiones, el desconocimiento de lo que pasa en el cuarto de al lado es una constante en la historia cultural del noroeste argentino.

La de Lobo es una de las trayectorias más consolidada en el terreno de la narrativa por varias razones. En principio, porque en un periodo de tiempo breve ha publicado de manera sostenida dos compilaciones de relatos -Un pequeño militante del PO (2014) y Santiago (2016)- y dos novelas -Los planes (2016) y El interior afuera (2018)-. Y además, porque, leída en conjunto esta producción, produce la sensación de haber sido escrita como un continuum -y esto es un efecto falaz, lo sabemos bien-. Pasamos de una obra a otra, de un cuento a una novela, y lo hacemos con esta percepción orgánica porque la autora consiguió lo que un escritor siempre persigue -y no necesariamente alcanza alguna vez-; Lobo logra afianzar un tono, un registro, personal.

Cuando contrastamos en bloque esta producción con otras apuestas contemporáneas en la región, por ejemplo con las que impulsan la escritura de Fabio Martínez, Claudio Rojo Cesca o Federico Leguizamón, entre otros, se advierten diferencias interesantes, que provienen especialmente del modo en que la narrativa de Lobo elige retratar, con insistencia programática, el mundo de la elite tucumana contemporánea. Frente a la preferencia por detener la mirada en los itinerarios existenciales de los sectores populares, que priorizan estos otros autores, poniendo especial énfasis en los derroteros anómicos de sus personajes, generalmente adolescentes y jóvenes que deambulan por un escenario inestable donde no logran afianzar sus existencias; en la narradora tucumana lo asfixiante es la red de conformidades del mundo pequeñoburgués, en el que agonizan por frustraciones los sectores medios y acomodados de la provincia. La examinación con la que la literatura devuelve discursivamente ese universo encuentra genealogías posibles, que no cuesta mucho rastrear, con las producciones de autoras del área metropolitana -sobre todo en ciertos sectores de la obra de Silvina Bullrich, Sara Gallardo y Marta Mercader-, que brindan radiografías milimétricas de lo que es vivir constreñidos, especialmente en el caso de los personajes femeninos, bajo los mandatos sociales tutelados por la elite. En el ámbito de tradiciones literarias más cercanas, con todos los matices diferenciales de cada caso, otras filiaciones pueden ensayarse también con las narrativas de Elvira Orphée o Zulema Usandivaras.

Conviene empezar un recorrido por las temáticas que Lobo suele elegir destacando este lugar de enunciación y el vínculo con estas tradiciones, en la medida en que a su obra podría endilgarse lo que padecieron dichas autoras, quienes sufrieron en muchos casos el desplante de la crítica que descalificó estas producciones, a veces, amparándose en comentarios inverosímiles sobre la autocomplacencia del mundo burgués, la pertenencia social de las escritoras, el éxito de ventas o el hecho de ser la esposa de… La circunstancia de que estas narraciones suelan transitar los carriles menos innovadores del realismo y apuesten por planteos ideológicos críticos sin la exaltación de barricada, o que reiteren el lugar del inconformismo sostenido por las mujeres representadas, incomodó a la crítica literaria argentina, tan poco amable con lo que no implique innovación narrativa experimental o cuestionamiento social duro y seco. Por otra parte, misoginia mediante, hay que decir que esta censura no alcanzó a otros autores varones que hicieron lo mismo, pero con pantalones. A partir de la Alejandra Vidal Olmos de Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato, por ejemplo, no se ensayaron análisis detractores de la obra y de su autor, por detenerse en este personaje femenino como exponente de la decadencia de una familia patricia. Así las cosas, la tentación de impugnar a una mujer que escribe sobre la elite debería estar ya definitivamente desmontada...

Trazada desde la honda tradición del realismo argentino, que constituye una convención enunciativa fuerte para pensar el presente en distintos momentos de nuestra historia literaria, las historias tramadas por Lobo focalizan en los conflictos de vida de personajes insertos en la elite económica e intelectual tucumana (empresarios, docentes universitarios, profesionales liberales).

Varias situaciones se van afincando en estas historias como lugares comunes de los destinos paradójicamente estacionados, inertes, de estos sujetos, en un pentagrama fijo en muchos casos con el trasfondo de la década de 1990, en la zona más propicia del menemismo y su política cambiaria del uno a uno, del consumismo descerebrado que registró tan bien la cuentística de Martín Rejtman, con la cual estas historias guardan también algún correlato. Uno de estos tópicos recurrente tiene que ver con el dilema de vivir (o no) en San Miguel; en varios de los cuentos y, sobre todo, en Los Planes, el canto de sirenas de querer ser un ciudadano del mundo nos devuelve su entonación más frustrante. Antropólogos, abogados, economistas, artistas, repiten el trillado decálogo de la indignidad de lo que significa sobrevivir en el tercer mundo, más aún en una periférica ciudad del interior nacional, y hacen grandes esfuerzos por acceder a los espejitos de colores con que los tienta la vida en el extranjero, para terminar regresando al terruño, muchas veces, con la boca amargada y sin un cobre en el bolsillo. Justamente, ambientar la narrativa en Tucumán o no es una decisión que tiene consecuencias, sobre la que debaten algunos de los escritores actualmente, pues con otros anclajes parecieran sacarse de encima la dificultad de tener que pensar historias in situ y hacer hablar a los personajes con determinada entonación. Frente a opciones como las de Máximo Chehin, cuya narrativa puede trazarse en paralelo a la de Lobo, que prioriza la no localización en este ámbito en la mayoría de sus relatos; Lobo apuesta por mostrar el malestar de las convenciones hondamente anidadas en este lugar en el mundo, al que retornan de manera condenatoria -como en las novelas de Elvira Orphée- y con personajes que resuenan, un poco, a tucumano.

Si tuviera que destacar un aspecto compositivo de estos relatos, tendría que mencionar sin dudas que desde el punto de vista procedimental despliegan una destreza técnica notable; calibrada por una sobriedad léxica y un registro también moderado que sobreimprimen en las historias una sensación de falsa liviandad enunciativa, que como calculada estrategia verbal termina por destacar mejor la ironía punzante que sobrevuela en estas historias. Y si bien en los cuentos, por una evidente demanda del género, los argumentos suelen presentarse mucho más condensados, en el respiro promedio de las treinta páginas que le imprimen un manejo preciso para la dosificación de la intriga; es en las novelas donde la fortaleza de la narración de Lobo alcanza mayor andamiaje, para explayarse sobre las aristas contradictorias de estos sujetos hipercodificados por la convención social y sus fracasados destinos.

El matrimonio en su raigambre más arqueológica, como espejo del mundo burgués en la literatura, es un elemento revisitado por la autora; el leve desasosiego de las rupturas afectivas, atemperadas hasta la inercia por la costumbre, la lógica proteica de las familias ensambladas, la falta absoluta de compensaciones en el terreno de los afectos -anémicos- que justifique el compartir un destino en común, son algunas de las variables que esta narrativa transita, en gestos cargados de desconfianza sobre los vínculos amorosos. Al igual que el matrimonio, la solvencia económica, ocupar un lugar profesional consagrado o el reconocimiento social no garantizan, en lo más mínimo, la felicidad; todos los relatos, en su justa medida, funcionan como la caja de resonancia de este sinsabor. Probablemente sea en El interior afuera, el proyecto más ambicioso de Lobo en términos compositivos, pues estamos ante una novela de 350 páginas, llevada adelante con una pericia narrativa que asombra, donde se visualice mejor este tratamiento. Organizada desde la lógica fragmentada del collage, pespunteada con las descripciones de fotografías familiares, la novela se monta como una historia de largo aliento en la que se sigue la proyección de una familia ensamblada, donde la historia amorosa de los dos hijos de la pareja no logra concretarse, por la tibieza de ambos y el amotinamiento improbable ante lo preestablecido. Con la parsimonia de la lente ajustada desde el distanciamiento irónico, el narrador va siguiendo el crecimiento de los dos adolescentes a medida que van embretándose en la asfixiante convención de clase; la metáfora potente de los obstinados nadadores que son no logra atenuar lo irrespirable de la vida que se han ido agenciando. Porque no hay aquí redención posible, en el reparto de responsabilidades, insiste como moraleja perturbadora esta novela, cada uno es partícipe necesario de su propio fracaso.

Las figuras de los narradores, que recorren a menudo con engañosa displicencia el destino de los personajes -en la muerte embrionaria de la matriarca familiar que se relata con la complicidad de una nieta en el cuento “Un pequeño militante del PO”, en la pérdida arrebatadora del hijo preferido que corta el aliento en Los planes, en el humor negro boxístico del cuento “Mestres”, o la agonía urticante de la desidia con que los personajes de El interior afuera boicotean su bienestar- suelen tener la compostura tremenda de quien acompaña el cortejo fúnebre sin parpadear, alcanzando una hondura que vuelve antológicos estos pasajes. Precisamente, con este viejo truco realista del mirar intentando borrar la voz del enunciador se fortalecen las narraciones de Lobo, porque ensanchan los meandros de la ambigüedad en los relatos. Los narradores llevan de la mano con incredulidad a los personajes, los escudriñan con desapego mordaz, conocen tanto la menudencia de las enfrascadas rutinas pequeñoburguesas (los tips para elegir una buena niñera -si es conocedora de Alice Munro, mejor aún-, las estrategias para evitar con el auto los lugares sucios de San Miguel, las acrobacias para caretear con las madres de los compañeros escolares de los hijos, etc.) que solapan, a veces, incluso una pizca de cinismo, desde la medianía de un horizonte de valores que parecen compartir en sordina, frente a la casuística agónica de estos personajes que se les escurren por la voz.

Testigo lúcido sobre aquello que cristaliza deberes y acuerdos en la cotidianeidad de la elite tucumana contemporánea, las narraciones de María Lobo propician debates, invitan a pensar en los recortes (de personajes, de problemáticas, de grados de relevancia y de escalas axiológicas) que toda producción literaria ensaya al momento de direccionar la mirada sobre los sectores sociales representados; en este caso, sobre las pequeñas miserias de los que más tienen -o al menos insisten en sostenerlo así-, desde la miopía que la cuna parece heredarles y en el horizonte mayor de una franca volatilidad de los sentidos existenciales.

(*) Dr. en Letras, Investigador Asistente del CONICET. Responsable de las cátedras de Introducción a la Literatura y Literatura Argentina en la carrera de Letras de la UNSa.

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