Ser centennial es el nuevo gualicho

Reseña al libro Revelados de Andrea Martín

30 Sep 2020
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(*) Por Mario Flores

 

Espero, de verdad, que alguien se esté tomando el trabajo de hacer un estudio serio sobre el fenómeno de libros autoeditados en soporte y formato digital en la actualidad. Y no solamente como la lectura de una tendencia de autopublicación en pandemia (haciendo foco sobre las distintas -y verdaderas- problemáticas de edición y distribución en contexto de restricción y aislamiento), sino como una reconfiguración de la gama de recursos personales para diseñar, corregir y compartir el material propio.

Muchos de los archivos .pdf que circulan en redes y plataformas (ya sean de circulación gratuita o con modalidad de pago) son las “alternativas digitales” de libros ya publicados, que aún hoy son tratadas apenas como copias de seguridad de menor calidad del producto principal, obviamente en papel. Otro gran número de las publicaciones digitales que circulan a diario son, por supuesto, los títulos publicados por editoriales: en Argentina muchos de los principales sellos independientes ya contaban con catálogos también en versión online, y otros se han visto en la tarea de generar -desde cero- una biblioteca paralela para garantizar la disponibilidad de los títulos. Sin embargo, el grupo del que me interesa hablar (y cuyo ejemplo es el libro a comentar) es el de lxs autores que decidieron autoeditar sus libros completamente solos, con todas las incumbencias gráficas y de diseño incluidas (sin mencionar su difusión y venta). Es decir, ya no se trata tan solo de fotocopiar unos poemas al lado de unas ilustraciones y vender el fanzine en una velada punk. Ahora también coexistimos con ciertas necesidades de diseño y concepto integral que hace a la forma del texto y el libro final. En este caso, digital.

El libro Revelados, de Andrea Martín (La Rioja, 1998), fue escrito, diseñado, editado y subido en línea durante junio y julio de 2020. Los catorce poemas del libro son largos y acompasados: hablan de la soledad y el territorio a través del aislamiento social, cuentan pequeñas historias de trasfondo, lanzan mensajes de deseo a la distancia. Andrea Martín es una voz que está rodeada de imágenes: fotos de familia que la observan también desde ese mundo analógico y fantasmal, postales de familia, retratos cargados de flash. Mientras bucea en esos registros fotográficos de familia, como una poeta exploradora que un día de cuarentena, así como así, se mete en cajas viejas y álbumes olvidados. Mientras observa esas fotos, se cuestiona la idea de raíz y de una escritura genética, de una influencia que forma parte de la programación de su presente.

En los poemas de la primera parte (“After all” y “Actividad física recreativa”) se trata una tentativa posible del futuro: estamos acá, encerrados en este “terreno baldío digital”, sin posibilidad alguna de cercanía, una distancia sin margen de error. En esos poemas se habla sobre que “un día caminaremos de la mano / por esta ciudad fantasma / y veré tu reacción a lo cotidiano / que ya no existe”. El poema no nos comparte la intención de negar lo aciago del porvenir disfrazándose con esperanzas románticas, sino de levantar la vista sobre ese terreno distópico y “mirar plantas como si fueran las más extrañas criaturas vivas”. El poema “As if” cierra esta primera parte: si pusiera palabritas inútiles / en las curitas de tus traumas / si abriera la puerta del taxi cuando llegues / si te mando las cosas que no puedo llorar con nadie más / si ser valiente cuesta y ser vulnerable más / si algún día las cosas son como podrían / si podemos fumar algo que queme el pasto seco / de lo que ya no vale para ninguno”.

Claro que en el libro también encuentran su lugar varias capturas propias del contexto de pandemia: referencias a la deconstrucción de la cotidianeidad y los desastres emocionales que se dan en el proceso. Hay un poema en el que Andrea decide tomar un descanso bajo el sol en una placita de barrio (respirar del afuera una suerte de energía que le permite estar tranquila en esa mini isla verde que es “una de las pocas razones de mi estabilidad mental”) y en medio del texto la sorprende la realidad: “un sereno me intercepta / "no puede estar aquí" / el camino de vuelta a casa / nunca fue tan solo / ni tan osado. Todo el tiempo hay un aire de ironía que permite reírse un poco de tanta oscuridad y tanto garrón en el universo.

“La cámara que pusieron al frente de casa / vigila pero no vigila todo”, dice en “Pretending I give in” como si fuera el inicio de un relato lleno de contradicciones sentimentales, en el cual todavía se puede intervenir.

La segunda parte está más centrada en la tarea de cuestionar la genética de la poesía y la voz propia. Es como si se buscara desmitificar una genealogía impuesta: los rituales familiares, los costumbrismos, las herencias y los daños colaterales de las mismas, además de un profundo cuestionamiento sobre el rol que toca jugar en esa puesta en escena de la ‘pertenencia’ (ese término siempre me hace ruido). En los poemas “Enseñaste con el ejemplo”, “911 pirómana y “Hierba mala nunca muere”, los esfuerzos de Andrea Martín están claramente dirigidos a la tarea de reconfigurar la idea de paternidad como la venimos conociendo. “Lo que nos diferencia / es que de tu sangre caliente en mí / hago un cuenco que alimenta”, declara hacia la figura borrosa del progenitor. En “Hierba mala nunca muere” la escena principal es un asado dominical en la casa de los abuelos, donde los comentarios se dan a la cálida luz del televisor: todo el escenario está lleno de detalles que hacen a las reiteraciones tradicionalistas cliché y se dispara contra ellas, “¿Cómo sobrevivo mis raíces hoy? / ellos me dicen sos igual a Rosita, mi tía que no conocí / tras su divorcio, escuchaba las palabras: nadie nunca se ha muerto de amor”.

Pero además de cuestionar las genealogías y pensar desde otro ángulo el lugar que ocupamos en ellas (de leer a partir de esa primera voz el “porcentaje de lo que la memoria escapa”), el poema que le da título a la publicación (“Revelados”) funciona más como una lista, una enumeración caótica de escenas que se ven desde lejos. El poema es ese movimiento de manos que voltean las páginas de un álbum y demoran unos segundos en recuperarse del golpe de la imagen.

encuentro

a mis amigos conocidos

familiares y lejanos

y pienso

cuántas más personas me tendrán

en su álbum de fotos

cuántos más son propietarios de un registro

de una de mis yoes

cuánto valdrá

hacer la comparación hoy

que se acaba no el mundo

sino nosotros

 

El libro está dividido de dos formas: dos partes con siete poemas cada una, que sería el modo ortodoxo de entender un índice; y después, una serie de seis visuales (tres por cada parte del libro) que son composiciones que involucran el archivo fotográfico en físico (fotos reveladas en la década de 1980 y 1990), la edición con software gráfico y el collage digital. El arte de tapa y hasta la contratapa (donde están los datos de la autora y sus links de interés) siguen una cuidadosa línea estética entre el tono de color, las tipografías utilizadas y la selección de las fotos que integran el collage: recuerdos de viajes a la playa, paisajes random de la infancia, moda ochentosa en modelos cuyo parecido siempre es tema de charla, peinados abultados, pelotas inflables, retratos de los padres. Andrea Martín, como en un trabajo de art searching, forma un relato hecho con esas viejas fotos, corta y pega, reduce, amplía, interviene, edita, cambia la dirección de los colores y crea nuevas combinaciones entre las tomas que alguien -hace mucho, con la cámara- quiso obtener. Crea, a partir de un mash up fotográfico, una línea directa con el texto.

nosotros como pasados futuros

desconocidos que abrazan besan

cantan los viajes en familia el adn

que sobrevive y sobrevive.

 

Esta experimentación sobre la poesía y los archivos fotográficos es interesante ya que se enmarca en una búsqueda personal de la historia, la imagen y la palabra. La construcción -y discusión- de una genealogía literaria a través de lo material: la digitalización del recuerdo y la conexión con el registro. Experimentos similares son los del fanzine-collage Cuánto tiempo tarda un cuerpo en caerse de la marplatense Lara Flores Catino y el trabajo de creación fotográfica y escritura de Gabriela Álvarez (Santiago del Estero), el libro (fotografías) de Diego L. García y el proyecto audiovisual A film by Vos de la santafesina Rita Chiabo, solo por mencionar algunos ejemplos aislados de este tópico.

El ebook de Andrea Martín se comercializa a través de la tienda digital de la revista LaPaPa (Tucumán) y si bien su precio no es elevado ($250 contra el promedio de $450 o $500 para ebooks de sellos medianos) el peso del archivo evidencia la calidad en definición del trabajo publicado: desde la textura y el acabado sepia de las páginas hasta el orden mismo de los poemas existe un trabajo dedicado y atento, cuyo equilibrio solamente se rompe por la fuerza cruda, la vida real:

ahora sé que es mi voz

ahora sé qué es mi voz

ahora me pulís y sangro

ahora sierra y carnicería

ahora sos los guantes blancos

la grasa a un lado, la luz de tubo

ahora sé que estoy podrida

si nazco puedo reinventarme

 

(*) Mario Flores (Tartagal, 1990). Escritor y DJ. Publicó Cuando llegue el fin de los tiempos (Almadegoma Ediciones, 2017), Hikaru (Editorial Nudista, 2018) y Necrópolis (Fondo Editorial de Salta, 2019). Es becario del Fondo Nacional de las Artes.

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