Maternidad en pandemia: la lejanía de la familia y un sistema sanitario colapsado

Sofía y Pamela relataron cómo atravesaron etapas claves del embarazo y la maternidad en medio de la pandemia.

17 Oct 2020
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Archivo LA GACETA

Sofía fue mamá primeriza el 3 de septiembre. El coronavirus estaba cerca de llegar a su impacto más grande en Salta y las guardias de los hospitales habían empezado a colapsar. Los pasillos ya estaban atestados de personas con síntomas de la enfermedad y enfermeros con miradas cansadas. “Fui con todos mi nervios, con el temor de la primera vez, junto a mi marido y la primera persona que me recibió me puso una mala cara. Ya estaban todos agotados”, contó Sofía.

“Nos tomaron los datos y pasamos a un cuarto de guardia donde nos faltó todo tipo de calidez humana en el trato del personal de salud. El camillero discutía con su superior porque no había una cama para mí, que ya tenía contracciones. Me llevaban para un lado y para otro”. Finalmente, la joven llegó a la sala de parto y dio a luz. Al salir, el trato volvió a ser el mismo.

En diálogo con LA GACETA, Sofía recordó que había una sola enfermera para todo el piso de la maternidad y como su parto había sido natural y la bebé no tenía complicaciones, eran las últimas en ser atendidas. “Fuimos papás primerizos, solos con la bebé sin tener idea de nada, tocando un timbre por horas sin que nadie viniera a vernos. La soledad fue terrible, porque ningún familiar podía pasar y los médicos no aparecían”, expresó.

Para Paula, su hija, las primeras horas en el mundo no fueron sencillas. Sofía manifestó que ningún profesional la asesoró sobre los primeros momentos de la lactancia materna y perdió tiempo crucial para generar ese vínculo con su hija. “Mi hija lloró dos días de hambre y no logré prenderla sola a mis mamas. Estaba devastada porque esos primeros momentos son cruciales. Si el bebé no succiona ahí, después no generás leche” expresó.

Al llegar a casa, la sensación de soledad y la distancia no desaparecieron, sino que se acrecentaron, con una niña de días y un virus que alejaba a todos de sus seres queridos. “El puerperio ya es difícil y sentirse sola es normal. Atravesarlo sin la contención de tu madre o hermanos diciéndote que todo va a salir bien, que vas a poder amamantar, que te van a tener la bebé al menos una hora para que puedas bañarte. Mi marido trabaja todo el día, y si el primer mes de un hijo ya es resignar a tus viejos hábitos de por sí, por la nueva vida que tenés a cargo, imaginate con el covid-19 en su pico”, contó.   

Como Sofía no pudo amamantar en sus días claves, ni contactar a alguien que la asistiera (médicos o profesionales especializados en lactancia), actualmente su niña se alimenta tomando mamadera. “Estuve un mes sin parar de llorar. Esa conexión no ocurrió en los primeros días y ya mi cuerpo no produce leche. Siempre le digo a mi esposo que a la lactancia me la quitó la pandemia, porque si yo hubiera tenido asistencia esos días, sería otra la historia” contó.

“Intento convencerme de que esto no es una maternidad real: así no debería vivirse el tener un hijo. Tan solos, atemorizados, sin ayuda. Con tanta incertidumbre y angustia. Quiero creer que cuando decida tener otro hijo será diferente y todo esto habrá pasado, y lo podré comparar.

Pero en tiempos de pandemia también hay cuestiones positivas y Sofia subrayó el amor que sintieron por la bebé, la tranquilidad por su salud y la unidad que provocó en la familia. 

Embarazada y varada, tras siete meses se reencontró con su familia

Pamela es salteña, tiene dos hijos y viajó a Buenos Aires con su pareja en febrero. Él ya trabajaba allá y decidieron ir ambos a probar suerte. Al mes y medio de llegar, la pandemia por coronavirus alcanzó a la Argentina y los primeros picos de contagios se registraron en Buenos Aires, por lo que el país se declaró en cuarentena obligatoria. Días más tarde, la empresa donde su pareja trabajaba quebró inesperadamente y no indemnizó a sus empleados. De un momento a otro se quedaron sin ingresos, ni la posibilidad de volver.

Luego de un mes, Pamela supo que estaba embarazada. El dinero empezó a escasear, y estuvieron ocho meses viviendo solamente con el IFE, pero no les alcanzaba. “Al tiempo ya no teníamos plata ni para comer. Pasamos hambre, fue un tormento. No había dinero ni para comprar shampoo. Debíamos meses de alquiler, y comenzamos a ir a las ollas populares. Una vez recibimos un módulo alimentario, que hicimos durar lo más que pudimos. En los comedores tenía mucho miedo de contagiarme, y allí nadie te da una mano”, relató Pamela.

Estaba lejos de su hogar y de sus hijos, que la llamaron días y días para contenerla y extrañarla un poquito menos. Se desesperaron por ayudarla, pero no había forma de que volviera a Salta. “Es muy triste y desesperante desear comer cualquier cosa por un antojo y no poder. Almorzar y cenar té muchas veces seguidas. Las calles desoladas, a las ocho de la noche ya no había un alma en Berazategui”, recuerda.

Tras meses varada allí, su familia logró enviarle dinero para que volviera en un remis compartido con tres chicas más, y el hijo de una de ellas. “Me costó $14.000. En un momento, en medio de la ruta, la Policía nos pidió un soborno para poder pasar, y no sé cómo lo juntamos. Todas fuimos con lo justo” recordó. Pamela y sus compañeras de viaje no la pasaron bien en el trayecto. Cuando paraban para comprar algo de comida la gente les gritaba barbaridades, entre esas, que tenían coronavirus.

Cuando llegó a Salta, le asignaron un hotel para que cumpliera la cuarentena. Y estando allí comenzó a sentir tirones y puntadas en su vientre. Llamaron a la ambulancia y la llevaron a un hospital de la capital salteña, porque había posibilidades de que tuviera pérdidas. “Cuando llegué no podía creer cómo lucían los médicos y los enfermeros. A nadie se le ve la cara. No podés familiarizarte con un rostro. Me encerraron en una habitación, y me dijeron que para hacerme pasar habían dicho que yo tenía covid-19, y que tenía que sostener esa mentira”, expresó. Un médico la revisó, y tras hacerle una ecografía constató que todo estaba bien. Pero como ella ingresó como paciente covid positiva debía quedarse allí para cumplir la cuarentena. "Empecé a llorar y gritar, a decir que yo no estaba enferma. Se hacía eterno. Por un momento sentí que no iba a ver nunca más a mis hijos y al resto de mi familia”, expresó.

Luego de unos trámites burocráticos pudo salir del hospital y regresar al hotel. “Por fin estoy bien, junto a mis hijos Sol y Mauro. Mi pareja sigue allá. Sigue mal, sin conseguir empleo. Está lejos, triste y solo. Pero si yo no regresaba no sé cómo hubiera podido subsistir allá”, concluyó.

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