Escribir poesía en los pliegues de la memoria

"En muchos momentos de la producción literaria la memoria ha ocupado un lugar fundamental", señala Raquel Guzmán, en su nueva columna sobre poesía.

24 Oct 2020
1


Raquel Guzmán(*)


A través de la memoria nos convertimos

en espectadores de nuestra vida (Paloma González 2016)

La memoria es una facultad humana que permite hacer presente lo ausente. Alguien recuerda alguna cosa ocurrida, sentida, percibida y lo hace de cierta manera particular. Eso que vuelve tiene que ser algo existente, algo que está del lado de la realidad. Pero es así,/ cerca, duele;/ lejos, falta dice Graciela Cross en el poema “La noche de Rothko”. La memoria toma distintas formas, la nostalgia por ejemplo que suele aparecer en el modo de recordar episodios felices de la vida; la rememoración que relaciona los datos evocados, o el recuerdo que es la recuperación de esa información en y para el presente. En muchos momentos de la producción literaria la memoria ha ocupado un lugar fundamental, para el cancionero popular “la añoranza del pago” constituye una imagen recurrente, la novela histórica, de gran auge en las últimas décadas del siglo XX se inscribe en la convergencia entre historia y ficción; las biografías, autobiografías y los relatos de viaje apelan también a las operaciones de la memoria para escribirse. Pero la memoria no opera en forma lineal sino recursiva, es decir va y viene, es por ello que un recuerdo puede llevar a otros de distintos lugares y diversos tiempos, es lo que ocurre en el libro Azulogía (1981) de Ricardo Martín-Crosa, surgido de la experiencia de ver un concierto de jazz:

Los cuatro cuerpos flotan en el aire

llegados

de Venus, de Kenia, de Harlem, de Níger, de Ogowe (…)

del río de los bakongos,

de las bodegas de los barcos negreros,

de las torturas de Lynch,

del antílope padre bambara

del terciopelo de un leopardo (…) (“The Modern Jazz Quartet”, 9)

A partir del acontecimiento musical se suceden los poemas que hablan de la cultura negra, sus orígenes, creencias, rituales y, a partir de allí de otras culturas que sufrieron las mismas opresiones como los indígenas americanos.

En 1989 Juan González publicó Tribulaciones de la lengua, poemario que muestra las dificultades de la palabra para nombrar la oscuridad del mundo. Sobre el fondo de la historia de amor de Vera y Ordiseo se representa una riña de gallos, la lucha desigual entre un gallo blanco y otro negro, que poco a poco van construyendo una escena histórica insoportable:

o devora el piso de las baldosas

de la escuela de famaillá

esa escuelita a esa hora

de la muerte o las bocas

o la muerte de bocas abiertas

o los gallos teñidos de rojo crick

el pico no pica crick

la picana sí pica crick

Se trata de una memoria social donde el acontecimiento histórico vuelve a hacerse vivo y presente. Las dictaduras, y sobre todo la de la década del 70 en la Argentina, han sido tema recurrente en la poesía. En Crónicas de la Edad de Hierro (1976-1996) Teresa Leonardi Herrán  recuerda las pérdidas y ausencias de una época nefasta y escribe “Crepúsculo en Tilián” dedicado a Silvia Aramayo:

Los lobos sus oscuros trabajos ya cumplidos

en sus guaridas satisfechos duermen.

Sobre mi corazón llueven ojos de sombra

Desde tu muerte en flor (12)

La guerra de Malvinas es otro de los hechos históricos que aparece de manera recurrente en la poesía, tal es el caso de “Tarjeta postal con el bandido y el vaquero” en Abacería (1991) de Néstor Groppa y de “No tengo ganas de comer” en Poemas sin licencias ni vacaciones pagas (1993) de Carlos J. Maita o de Avenida de las camelias de Geraldine Palavecino, donde leemos:

“Malvinas es una palabra desconocida

Un lugar donde el sólo el verde intenso

Destaca cruces blancas (…)

Malvinas es una palabra en el mapa cuyas coordenadas precisas

Sólo se obtiene conociendo la configuración del fantasma.”

Aquí vemos que el poema desliza la frontera de los hechos históricos y muestra que se expanden como una mancha de aceite por el cuerpo individual y social. Pero además está la memoria familiar, individual que busca registrarse en la palabra o en fotografías, videos y las infaltables selfies. Los viajes, los encuentros, los amores que quieren detenerse encuentran también su lugar en el poema:

San Telmo es un dije engarzado

en el hueso frutal de mi memoria

                        (Eduardo Robino, 2010, “Composición en chubasco” en Hasta que irremediablemente llegue el día, 58)

El pasado, entonces no está aislado, no es un lugar al que se llega para tomar o copiar algo y volver a salir, sino que afecta todo el espacio de la experiencia:

miro dentro de mí

ese recuerdo

y se me apuñalan los ojos

y llora mi pecho aplastado

y un suspiro se me traba en la garganta

trago como puedo saliva

y levanto la vista

y sigo.

            (Poema sin título de Lía Sosa, en Columna Norte, 44)

Cuando la poesía vuelve sobre la memoria se vivifica, porque en las reverberaciones del pasado se escribe el presente y se incluye al futuro inminente. El tiempo no puede detenerse pero las palabras dan la posibilidad de sostenerlo para mirarlo mejor.

(*) Dra en Letras. Directora del Proyecto De la democracia al Bicentenario: Relevamiento crítico de la literatura del Noa (1983-2016) del CIUNSa. [email protected]

En Esta Nota

Salta
Comentarios