Santiago Sylvester, el narrador oculto

El poeta salteño, nombrado en la Academia Argentina de Letras, habla de "La prima carnal", el libro de cuentos que en 1986 publicó Anagrama en España y que no se volvió a reeditar. Radiografía del campo cultural de un momento especial en la literatura de la región.

23 Feb 2016
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Al salteño Santiago Sylvester se lo conoce por sus poemas; también por las antologías de poesía del Noa que impulsó en todo el país. La faceta menos estudiada es la de narrador: en 1986, el editor español Jorge Herralde, el mismo que publicó por primera vez a Roberto Bolaño y formó el catálogo más exquisito de literatura norteamericana, leyó el manuscrito de "La prima carnal", y publicó ese libro de cuentos que no se volvió a reeditar. En esta entrevista, Sylvester -recientemente nombrado en la Academia Argentina de Letras - dialoga con LA GACETA especialmente sobre este costado narrativo y recuerda el ambiente cultural con el que se forjó.

- ¿Cómo se inició en la lectura, qué libros lo marcaron de chico y en qué momento se dio cuenta de que quería dar ese salto de lector a escritor?

-Siempre he sido lector, siempre me recuerdo con algún papel en la mano. Por supuesto, leía otras cosas: libros de aventuras, Dumas, De Amicis, Mark Twain, Salgari; y la poesía empezó en el bachillerato. Yo estudié en el Bachillerato Humanista (he sido de la primera camada) y ahí nos hacían leer el siglo de oro español y la poesía clásica, más o menos hasta Lugones. En esa época empezaron mis primeros tiros al blanco, todos errados; pero a mis 17 o 18 años empecé a saber que la cosa iba en serio. Neruda, Vallejo, los españoles del 27 estaban en el aire de Salta; y luego, como el lector voraz que ya era, empezaron a caerme otros poetas contemporáneos; en esto me ayudó mucho Raúl Aráoz, con su charla y prestándome libros: Montale, Ungaretti, Eliot, cada día un genio: creo que desde entonces me vienen los problemas de insomnio.

-¿Cómo era la relación entre los escritores y poetas de su adolescencia y de sus primeros años de adultez? Era un campo cultural muy particular

- La relación entre los poetas de Salta, como pasa siempre, era buena y mala, pero fraterna. Los encuentros eran casi diarios, en una época en que, aunque no lo sabíamos, Salta era muy chica: era fácil encontrarse, había varias aguadas a las que caíamos siempre; y siempre con poemas en el bolsillo. El estilo del poeta, cada uno a su modo, era bastante grupal, y no cabían diferencias de edades. En el bar de Cacho Aramayo (Balcarce casi Belgrano) había siempre en la trastienda una mesa de poetas: Manuel Castilla, Leguizamón, Adet, Regen, Andolfi, Ovalle, el Teuco Castilla, Miguel Ángel Pérez tenían abono casi diario; el Negro Aráoz era más de café, y siempre tenía algún caidero a la vuelta de la Plaza. Aparicio y Martínez Borelli eran más ordenados y frecuentaban menos los bares, pero siempre estaban a mano. Con Hólver, unos años después, ya abogado, compartimos estudio, y teníamos con mucha frecuencia un “tercer tiempo” como se dice en rugby, donde se hablaba mucho de literatura.

-Personalmente creo que "La prima carnal" es un gran libro de cuentos, quisiera saber por qué no siguió escribiendo narrativa

-Tengo inéditos algunos otros cuentos; pero la cuestión es que aquí en Argentina no funciona tan fácil la publicación comercial y no sé cómo llegar a alguna editorial; me desanimo con sólo pensarlo. Será porque ahí no está mi jugada íntima. Así como comencé a escribir cuentos casi sin darme cuenta (por algo en mis poemas hay siempre un núcleo narrativo), también me sucedió que, paulatinamente, dejé de hacerlo, y un buen día me he dado cuenta de que ya volvería a escribir narrativa. Esto sucedió hace ya mucho. Tiene que ver con que también casi he dejado de leer narrativa. He sido un buen lector de novela y cuento hasta cierto momento, en que empezó a cansarme el género. Hoy muy pocas veces consigo interesarme.

- ¿Qué autores influyeron en su narrativa o qué autores leía en esos años?

Mi lectura fue muy variada: Flaubert, Henry James, Hemingway, Onetti, Pavese, la novela policial, etc.



-¿Cómo llegó el manuscrito de "La prima carnal" a Jorge Herralde de Anagrama?

-Supongo que parecerá raro, pero cuando consideré concluido ese libro (por entonces yo vivía en Madrid), lo puse en un sobre y lo mandé a la editorial, que estaba en Barcelona. Más o menos al mes, me llamó por teléfono Herralde y me dijo que lo iba a publicar; no nos conocíamos.

-Su libro de cuentos rompe con todo lo que puede ser regionalismo (desde lo temático, hasta lo estilístico), de alguna manera creo que "La prima carnal" dialoga más con Raymond Carver, que con cualquier otro autor salteño. Quisiera saber, primero, si comparte esta apreciación; también cuál es su relación con esa literatura regional.

- Comparto tu opinión de que mis cuentos tienen poco que ver con la literatura regional. Pero esto me pasa también en poesía. Supongo que eso tiene que ver con mi gusto, formación, vida vivida más que vida imaginaria, con mis preocupaciones generales. Nombrás a Carver y creo que también tenés razón. En aquella llamada telefónica de Herralde, me comentó que pensaba publicar a dos autores con los que mis cuentos tenían vínculos, y me nombró a Carver (que ya estaba muerto, pero aún no publicado en castellano) y a otro escritor, un italiano cuyo nombre ya no recuerdo. Le dije que seguramente habíamos leído lo mismo, porque estas cosas pasan. Luego, cuando pude leer a Carver (que era muy poco mayor que yo), he creído ver que el parecido estaba, sobre todo, en que ambos habíamos leído muy bien, por ejemplo, a John Cheever: otro grande.
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-Los 80 fueron los años de mayor innovación en la narrativa salteña, con libros como "La prima carnal", "Trenes del sur", "Bisiesto viene de golpe", "Alias cara de caballo", entre otras obras que se caracterizaron por su búsqueda formal, también por su calidad. Mi consulta es la siguiente: ¿por qué esta conjunción no se ha repetido en la narrativa y por qué esto no ha vuelto a suceder?


Tal vez sea cierto, pero no estoy en condiciones de saberlo. No vivo en Salta desde hace mucho, aunque vaya siempre. A esto se suma que, como dije, ya no estoy tan atento a la narrativa; y también menciono las dificultades de distribución que tienen los libros locales, de modo que los conozco muy poco. De todas maneras, hay dos narradores de los que he leído novelas que me han interesado: Liliana Bellone, su novela Augustus, y Víctor Fernández Esteban, una última novela cuyo nombre no recuerdo y que no tengo aquí.

-Por qué la narrativa salteña ha tenido tantos problemas para salir de las fronteras locales. Quiero decir: Tizón es conocido y tiene un gran reconocimiento en todo el país, los editoriales naciones respondieron a su escritura; pero ¿Por qué en general eso no ha pasado con otros narradores?

-Hay que decir que en el mundo en que vivimos el escritor tiene que ser bastante autogestionario: no puede esperar a “ser descubierto”, porque ese milagro no llegará. Como has dado el ejemplo de Tizón, creo que además de su calidad evidente, tuvo mucha mano para moverse bien, aclarando por las dudas (la mala fe existe) que no es lo mismo moverse bien que ser un trepador. Con Tizón he tenido una larga amistad, y puedo dar fe de su disciplina como escritor, de sus conocimientos y de su honestidad literaria; y cuando terminaba un libro se tomaba el trabajo de buscar editor, de difundirlo y de defenderlo. Esto, sobre todo, con sus primeros libros, ya que tiene una obra extensa, y a partir de un momento ya tuvo abierto el camino. Por lo tanto, se juntan muchas cosas.

-¿Por qué cree que Salta “es tierra de poetas” y no abundan los novelistas?

-También habrá que buscar respuesta en varias razones. Una primera razón es cierta tradición que viene de lejos: hay poesía en Salta desde siempre; con ver los Cancioneros de Carrizo uno se da cuenta de la importancia de la poesía en la región, incluso en la época de anonimato y trasmisión oral. Otra, la mayor disciplina que requiere la prosa: hay que sentarse todos los días, hasta con horario, porque si no es inútil. La poesía puede hacerse con dispersión, puede ser inducida hasta en una fiesta, puede ser más repentista. Otra razón, que pesa bastante, es el mayor conocimiento general que exige la novela: hay que planificarla, tener una estrategia narrativa, y todo tiene que estar sostenido por un conocimiento y, a veces, según el tema, por una investigación. Es posible que la cultura de Salta, por razones que se podría averiguar, sea más dispersa que ordenada.



La poesía, el primer amor

¿Qué cambió desde su primer libro de poemas -“En estos días” (1963)- a “Los casos particulares”, su último libro?

-En primer lugar y sobre todo, he cambiado yo. Creo que en mis primeros libros se nota que lo que más tenía era necesidad de expresarme por escrito. Ese primer libro respondía a un clima de época en Salta y en el Norte, que era muy nerudiano por herencia de La Carpa. Estaba en el aire el énfasis del canto, la alabanza a la tierra. A los pocos años, ya no he encontrado compensación en el canto, y ya no he sentido necesidad de decir todo el tiempo cuán salteño soy, cuánto me gusta mi tierra. Otras lecturas, viajes, una predisposición, vivir en otras ciudades, fueron el condimento para un cambio, y un buen día supe que tenía otro tono, otra prosodia, que mis temas habían variado, y que el lenguaje se me había hecho más reflexivo. Desde entonces, más o menos desde mis 25 o 27 años, vengo cavando en esa zanja, con variaciones y en distintos niveles. Alguna vez me han sugerido que mi poesía es poco salteña, y yo pregunto: ¿en Salta no hay cafés, nadie toma un taxi? Ése es mi paisaje; pero me parece que ese prejuicio ha quedado antiguo. Por otra parte, Salta también ha cambiado: vista desde mi juventud, casi no se reconoce a la Salta actual, y al revés: si me pongo a contar cómo era la vida entonces me voy a convertir en un Azorín local, el que habla de cosas que nadie sabe que han existido. Y no soy historiador ni costumbrista.

- ¿Cómo construye un poeta una voz propia? ¿Cómo tomar distancia de esa “angustia de la influencia” de la que habló Harold Bloom?

-La voz propia no es imprescindible, y las influencias son inevitables: se podría dar muchos ejemplos con buenos poetas. Pero es cierto que se termina armando un catálogo de palabras, giros, tonos, etc. que construyen eso que se llama voz propia. Stevenson dice que hay estilo cuando en una página todas las palabras miran en una misma dirección. Es la ceremonia personal del poeta, que hay que tenerla, pero nunca lo he vivido como una “angustia”. Te adjunto un poema de “Los casos particulares” en el que hablo precisamente de eso.

- ¿Quiénes son los poetas a los que vuelve una y otra vez?

-Quevedo, San Juan de la Cruz, alguna antología personal (quiero decir, hecha por mí) de Lugones, Darío, Borges, Vallejo. Pero casi siempre leo poesía de un modo ocasional. Últimamente he vuelto a leer a Raúl Gustavo Aguirre, por la publicación de su obra, y al grupo Poesía Buenos Aires, que lo acompañó.

- Usted armó una antología de la joven poesía salteña. ¿Qué cambió y qué persiste en esa poesía? ¿Qué hay de salteño ahí?

- No fue sólo de salteños, sino del Noroeste: Santiago del Estero, Tucumán, Catamarca, Jujuy y Salta. Quedó en treinta poetas, y desde entonces (2007) he visto que se me escaparon, no muchos, pero sí algunos poetas que tendría que haber incluido. El problema era que los poetas tardaban mucho en publicar, la mayoría eran inéditos, y por alguna razón tenían muy poco contacto entre ellos. Para mí fue una sorpresa, porque en mi época joven funcionábamos en bandada; pero cuando hice esa antología no existía vínculo entre los poetas. Siempre cuento, y no era excepcional, que he incluido tres catamarqueños y no se conocían entre ellos; hablo de Catamarca, una ciudad chica. Esto creaba un problema añadido porque no había mucho a dónde acudir. En cuanto a qué hay de norteño en esa poesía del Norte, creo que en este sentido tenía razón Yeats cuando decía que un poeta es más de su época que de un lugar. En esa antología está reflejada la época en ese lugar, y si ya no hay allí mucha “literatura de la tierra” (que podría ser el reclamo) es porque la referencia rural se había modificado casi hasta su desaparición.

- En el prólogo de esa antología, yo siento una inquietud en usted: la pérdida de cierta tradición, como la de escribir sonetos. ¿En qué beneficiaría a los jóvenes poetas esa tradición?

- No tengo inquietud porque ya no se escriba sonetos, ni liras o cuadernas vías. Simplemente he señalado ese hecho porque, hasta mi generación, la preceptiva clásica seguía vigente, y a la par del verso libre (que ya era la norma) cada tanto incursionábamos por el endecasílabo. Yo he escrito bastantes sonetos cuando era muchacho, pero la última vez que lo hice fue hace más de cuarenta años; el último libro mío en el que hay esa forma es “Esa frágil corona", de 1970; así que no es una preocupación mía. Era más bien la comprobación de un cambio bastante profundo, que consistió en el abandono de la forma clásica; incluso me parece que ya no se lee tanto poesía clásica: digamos el siglo de oro español. En cuanto a si vale la pena mantener una tradición literaria, eso lo tiene que resolver cada poeta; lo he tratado bastante extensamente en un trabajo que acabo de publicar en la revista “Claves”, y me remito a eso porque aquí sería muy extenso.

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