El placer fue nuestro, "Mariscal"

Personaje riquísimo, futbolista de excepción, símbolo de una época; todo eso fue el Mariscal.

11 Mar 2016
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LA ÚLTIMA ETAPA. Llegó en 1975 y River fue campeón después de 18 años. foto de archivo

Si el fútbol es un tango, Roberto Perfumo es Aníbal Troilo. Perfumo trataba la pelota con delicadeza, tal como acariciaban los dedos de “Pichuco” su bandoneón. Pero a ese fraseo, ese chamuyo de vos a vos con la redonda, Perfumo supo establecerlo desde la distancia que marcan los Mariscales de la cancha o el escenario. Era imponente Perfumo. Como Troilo.

En el amanecer kirchnerista le ofrecieron la Secretaría de Deportes de la Nación. Aceptó. Hablaba de sacar a los chicos de la calle, de que la sensibilidad social es un valor que se transmite y se inculca con paciencia y firmeza. Terminó renunciando al cabo de un puñado de meses. Ni la política ni la burocracia -mucho menos la función pública- eran lo suyo.

El Perfumo funcionario, fugaz pero funcionario al fin, se entiende desde la seducción y la profundidad de su mensaje. El Mariscal, en un discreto homenaje a Borges, podía enorgullecerse de los libros que había leído. Y eso que los dos que escribió (“Hablemos de fútbol” y “Jugar al fútbol”) son muy buenos. Enrique Pichón-Riviere fue su autor de cabecera. De psicología social hablaba con los contertulios, pero también con los futbolistas que conoció y dirigió. Perfumo levantó el listón intelectual de un ambiente desconfiado de las letras. Lo hizo con simpleza. Mirando a los ojos.

Como el tango, Perfumo era un compinche de la noche, de las sobremesas interminables y de los amaneceres inoportunos. La noche del miércoles, al cabo de una cena en Puerto Madero, lo asaltó un aneurisma. Cayó por una escalera y se fracturó el cráneo. Lo acompañaban los amigos. Como si el final obedeciera a un verso de Homero Manzi: fiel, la barra lo acompañó hasta el último compás.

Había que verlo en el verde césped, ese que Ángel Labruna equiparaba a las tablas de un teatro shakespereano. La raya al costado, como el crooner que se peina con esmero antes de torear a la platea. Impecable. Pintón. La mirada siempre al frente, la pelota bajo la suela para salir jugando, el cruce perfecto, la murra cuando alguna gambeta se pasaba de indescifrable. Quede para el registro que le tocó marcar a Pelé, a Cruyff y a Maradona.

El pibe que debutó en Racing de la mano de “Pipo” Rossi fue aprendiendo el oficio de líder. Era un volante elegante y de buen pie, al que bajaron al centro de la defensa. Ahí edificó su dominio y junto al “Coco” Basile -otro de sus amigos entrañables- fueron pilares de las grandes campañas del “Equipo de José”. Ese Racing era un tangazo granítico y arrollador, campeón de la Intercontinental al cabo de tres legendarias batallas con el Celtic escocés.

¡Qué iba a arrugar Perfumo en aquellas escaramuzas coperas, por más pibe que fuera! ¿O acaso en los potreros de Sarandí se jugaba al fútbol con zapatos de charol? Fue crack de la “Academia” hasta que se marchó a Belo Horizonte. Los hinchas de Cruzeiro se enamoraron de la estampa del Mariscal y Perfumo retribuyó con cuatro títulos consecutivos. Maestro.

Pero River llevaba 18 años de sequía y Labruna, eterno zorro, lo convenció. Necesitaba una presencia poderosa para galvanizar su plantel, una voz capaz de convencer a jugadores de técnica fuerte y espíritu frágil de que se podía romper el embrujo. Así que Perfumo se calzó la banda y fue bicampeón en 1975. Claro que la titularidad tenía fecha de vencimiento, porque Labruna ya sabía que la guardia joven pedía pista y era indetenible. Perfumo se quedó hasta 1978. Después plantó bandera.

Hay una amargura dibujada en la historia grande del fútbol argentino. Fue cuando la Selección quedó afuera del Mundial 1970. Perfumo era el capitán y emblema de ese equipo, víctima del desorden, de la improvisación y del talento peruano. Cuatro años más tarde, en Alemania, le tocó sufrir a la “Naranja Mecánica”. Perdimos 4 a 0 y el Mariscal miraba al cielo, implorando el pitazo final.

Pero se había lucido en otro Mundial, el de Inglaterra 1966, cuando la Selección del “Toto” Lorenzo cayó en cuartos de final a manos del anfitrión, en Wembley. De aquella defensa (Ferreiro-Albrecht-Perfumo-Marzolini) todavía se habla con admiración.

Por la dirección técnica, ese mar de presiones e ingratitudes, navegó rápido. Mejor dedicarse a otra cosa. Mientras comentaba los partidos para Fútbol para Todos, Perfumo regalaba frases cortitas. Se lo escuchaba sonreir frente al micrófono. Será porque aprendió a tomarse la vida con poesía. En fin, al natalicio de Troilo se lo convirtió en Día del Bandoneón. Tal vez cada 10 de marzo nos toque conmemorar la más pura nobleza futbolera.

Perfumo x Perfumo

“El fútbol está lleno de boludos. De jugadores que subestiman, que no se cuidan, que llegan a Primera y creen que no tienen que aprender nada más”.

“Me gustaría morir en equipo. ¡El verdadero fin del mundo es la soledad!”

“Nunca se me subió a la cabeza ser un ídolo, porque mi segunda vocación es empezar siempre de nuevo”.

“Si hubiese vivido en la Antigüedad, hubiese trabajado de futbolista, aunque fuera el único. Y si me catapultasen al año 2100, también”.

“El fútbol es el arte del engaño”.

“Con un dirigente (de hoy), vos hablás de fútbol y él está pensando en el negocio. Para el técnico es mejor que juegue el lateral izquierdo de la cuarta y el dirigente está pensando en comprar a Roberto Carlos”.

“Durante mucho tiempo, todos le dicen al jugador qué cosas debe hacer para convertirse en un profesional del fútbol. El problema es que, cuando le llega la hora del retiro, nadie le explica cómo dejar de serlo”.

“El futbolista se sacó el paquete de la responsabilidad y se lo encajó al DT. Le preguntás por qué no hizo el gol desde el punto de penal sin arquero y te contesta: ‘porque el entrenador no me lo dijo’”.

“Al ser invadido por la televisión, hoy el fútbol es otro. El placer de jugar, ver y generar una jornada de diversión ya no existe. No importa jugar, sino ganar”.

“El jugador debe tener una sola misión: jugar al fútbol. Y si no habla, mejor”.

“Los buenos jugadores se ven cuando su equipo va perdiendo; cuando va ganando hasta el más cagón la rompe”.

“El futbolista es un afortunado, porque su tarea consiste en aquello que más humanos vuelve a los hombres: se la pasa jugando”.

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