“Dovlátov es literatura no permitida o, como dice Mandelstam, sin permiso”

Añosluz Editora publicó dos libros de Serguéi Dovlátov, uno de los secretos de la literatura rusa. Sus traductores reflexionan en esta nota sobre el oficio, y la relación de los lectores argentinos con la literatura rusa.

07 Jun 2017
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Son extrañas las miradas, los gestos que se suceden en los rostros de los que están en un colectivo y ven y escuchan a alguien riendo, o lanzadas francas carcajadas, con un libro en la mano. Se toma como normal que alguien se ría si está observando al celular, pero un libro… parece que a un libro se lo relaciona con lo solemne o lo aburrido. Y los que lean por estos días los libros de Serguéi Dovlátov sin duda van a recibir esa mirada de sorpresa y reprobación porque no hay forma de dejar de reír con lo que Dovlátov escribe.

Añosluz Editora ha publicado dos libros en la Argentina: El oficio y Reserva Nacional Pushkin. Son máquinas narrativas entrañables, plagadas de humor, pero también de situaciones que plasman la situación de los escritores y periodistas atrapados en un estado kafkiano.

Ambas historias pueden servir a los lectores argentinos para reconciliarse con la literatura rusa, que fue dejada de lado por la europea y sobre todo por la norteamericana.

Dovlátov (su nombre en ruso original se escribe: Серге́й Дона́тович Довла́тов (Ме́чик) falleció en 1990. Pero la publicación de estos libros es una excusa perfecta para dialogar con la Directora de la colección Traducciones de Añosluz, Laura Estrín, y Fulvio Franchi, quien también realizó un trabajo de asesoramiento en llevar al castellano las palabras de Dovlátov. En esta entrevista reflexionarán sobre el oficio del traductor y de la relación de los lectores argentinos con la literatura rusa.

 En El oficio Dovlátov se pregunta cómo habrá resuelto esa traductora de Estados Unidos, que lleva un cuento al New Yorker, por las expresiones locales, y los coloquialismos. ¿Cuáles fueron los desafíos de llevar estos textos al castellano?

F.F.: Las dos obras, El oficio y, sobre todo, La Reserva, presentan dificultades para el traductor principalmente porque en muchos pasajes hay un registro coloquial. Aparecen personajes que tienen formas muy personales de hablar que resultan difíciles de entender incluso para un lector ruso, sobre todo si no ha vivido en la época de Dovlátov. Las expresiones propias de una época y de una clase (el caso del borracho Misha o del escritor provinciano Pototski, por ejemplo) son difíciles en cualquier idioma, y el desafío es conservar en castellano la misma dificultad, ofreciéndole al lector, a la vez, la posibilidad de acercarse a cierto nivel de comprensión del texto. A veces aparecen palabras soeces con las que el traductor duda, porque en nuestro castellano rioplatense de 2017 no tendrían la misma sonoridad que en el texto original; entonces una opción es mitigar, es decir, buscar una solución que no resulte tan malsonante. La tarea del traductor es generar un texto en el propio idioma que pueda ser leído sin sobresaltos. Un texto que transmita una experiencia lo más cercana posible a la que produce la lectura del original. Muchas veces leer una traducción demasiado literal genera la sensación de estar atravesando una ruta llena de baches, pegando saltos y volantazos todo el tiempo; en ese caso hay que ver si el texto original producía ese mismo efecto. Si no es así, el traductor se está equivocando, por darle al texto original un trato que no merece ni pretende. El resultado es que el lector se aleje del autor, como pasó con muchos lectores argentinos que huyeron espantados de algunas traducciones canónicas de clásicos rusos.

Un ejemplo claro y que fue bastante cuestionado por algunos lectores fue la decisión de la traductora, Irina Bogdashevski, de emplear la segunda persona del dialecto rioplatense, es decir el “vos”. Creo que fue una decisión muy acertada, ya que el narrador de La Reserva (en menor medida el de El oficio, donde por la clase de texto – memorias – predominan la primera y tercera persona y la segunda se limita a algunos diálogos recordados) emplea un registro de mucha cercanía con el tema narrado; la diálogos son un elemento primordial del estilo de Dovlátov. Utilizar el inofensivo “tú” generaría una traducción desagradable para nuestros oídos y también falsa, ya que no reproduciría esa sensación de familiaridad que intenta transmitir el narrador. Ni en Buenos Aires ni en Madrid, porque el “tú” que usaría el traductor argentino no sería una elección sincera y chocaría con otros giros o expresiones que delatarían la procedencia de esa voz. En un mundo ideal, cada dialecto tendría sus traducciones.


¿Por qué Dovlátov fue un autor casi secreto hasta ahora en la Argentina? Y ¿Cuál es el reconocimiento del autor en su país?

L.E.: No sé si es posible saber qué se lee. Sabemos qué se enseña en las universidades, qué circula en los medios pero no sabemos qué se lee. La literatura rusa del siglo XX fue toda clandestina o samizdat, como decimos extendiendo este término un poco, no mucho. Dovlátov, igual que Tsvietáieva, por eso mismo, fue descubierto en Rusia en los 90 aunque cuenta su hija que el monumento que le hicieron no encuentra aún hoy emplazamiento firme: lo corren de una vereda a la otra porque las autoridades dicen que el espacio público de acá o el de allá… Yo creo que la respuesta está en el qué escriben: Dovlátov es literatura no permitida o, como dice Mandelstam, sin permiso.

F.F.: En la Argentina las editoriales van a lo seguro, es decir publican clásicos que tienen un público más o menos previsible y no se ven en la necesidad de pagar derechos de autor. Presentar a un autor “nuevo” es un trabajo que significa una inversión y un riesgo, sobre todo si, como dice Laura, no es lo que se lee en las universidades ni se reseña en los suplementos literarios. Dovlátov no es un autor “fácil”. Su lectura pone en juego una serie de saberes, de competencias, de concesiones por parte del lector. Al lector medio le cuesta leer un autor que no traiga detrás una cola de crítica periodística o literaria; del que no le han puntualizado qué debe encontrar en sus páginas. La lectura de Dovlátov lleva al lector a conocer historia rusa, sacarse ciertas anteojeras respecto del tan polémico período soviético, enfrentarse a una historia que, posiblemente, no sea la aceptada hasta el momento. Y, también, considerar una tradición literaria, empezando por Pushkin, que es casi extraña en nuestras latitudes.

Si bien en ambos libros editados por Años Luz, el autor va nombrando a una gran cantidad de escritores de su país, también se me hizo evidente lo presente que tenía a los norteamericanos, como Hemingway. ¿Cuál es la importancia de la literatura norteamericana para Dovlátov y para los rusos?

L.E.: Cuando Bábel cita a Argentina en Cuentos de Odesa nos sorprendemos. Somos hijos y nietos de la guerra fría, hasta el mito creado, posterior a la Segunda Guerra, Norteamérica o, directamente, América, era el sueño de progreso bolchevique por lo que se tradujo mucho la literatura norteamericana hasta esos años al ruso. Los best sellers norteamericanos de esos años eran los best sellers rusos y así. Lo demás es la encrucijada que cada autor traza con sus lecturas: Brodsky con Auden, etc.

¿Algunos problemas que tiene Dovlátov para publicar, los controles, la censura, la paranoia, fueron una constante que padecieron otros autores?

L.E.: Sí, todos los autores rusos del siglo XX sufrieron censura y persecución. Todos de una u otra manera la cuentan. De ahí también algunos formas genéricas que ellos eligen, pienso en Nosotros de Zamiatin, y pienso en algunas vueltas del realismo, como en Chevengur de Platonov. Hace casi 20 años venimos trabajando y leyendo estos autores y sus relatos, los que los han llevado al Gulag como a Mandesltam o al exilio, entendiendo que Ajmátova, Pasternak, Shklovski y miles más, aunque dentro de la URSS han sufrido horribles vejaciones. A los poetas los matan, dice Tsvietáieva en la primera línea de Mi Pushkin.

F.F.: El oficio pone muy en claro cuáles son los procedimientos con los que opera la censura. No hace falta leer entre líneas para darse cuenta de que el escritor ruso escribe pensando en que su obra puede tener problemas para ser publicada. Cuando, de hecho, los tiene, siguen los interrogatorios, la pérdida del trabajo, las amenazas, la preocupación por la seguridad de la familia. Todo esto lo cuenta Dovlátov en El oficio. La obra de Dovlátov es la obra de un escritor que se niega a operar, con su escritura, de las formas que dice Laura: no busca formas genéricas, no recurre a la alusión ni a la ciencia ficción. Dovlátov es directo, tajante, intransigente. Por eso, la única salida que encuentra es el exilio.

Argentina tuvo una relación muy fuerte con la literatura rusa a comienzos del siglo pasado. Se puede considerar a Roberto Arlt como un producto de esas lecturas. Pero ahora pocos leen a autores rusos y los que se leen son exactamente los mismos que leía Arlt (Dostoievski, Chejov, etc.) ¿Por qué y cómo se rompe esta relación?

L.E.: Excelente interrogante, perfecto señalamiento. Boedo trajo el grupo de autores rusos del XX que rodeados por Gorki el realismo socialista hizo circular. Ellos indefectiblemente arrastraron o fueron precedidos por los clásicos del XX, fundamentalmente Dostoievski. Hoy las editoriales, si puede llamarse editorial a los que proponen lo consabido, elijen sin casi riesgo editar los clásicos del XIX ruso, incluso sin cuidar que el traductor de un autor sea el mismo a lo largo de su obra… Y volvemos a qué se lee o, mejor, ¿se lee o cómo se lee lo que se lee? Siempre es más facil andar por camino arado, ese que no tiene demasiado riesgo… incluso Dovlátov es un autor que suscitó en nuestros días reseñas y comentarios y movimiento porque sus maneras literarias lo permiten. Hay autores que no pasan y sólo esos deberían ocuparnos. Hugo Savino escribe que a la literatura argentina le hace falta la rusa.

Dovlátov parece ahora como un descubrimiento. ¿Qué otros autores nos estamos perdiendo?

L.E.: Tal como dijo Tsvietáieva, si se me permite citarla nuevamente, los autores vienen del futuro. Si uno rasca un poquito, y ahora a quien cito es a Nicolás Rosa, la literatura va cayendo a nuestras manos y a nuestros ojos. Los autores están con nosotros, traducidos, hay que verlos y jugarse por ellos. Y sabemos que hay épocas de visibilidad y épocas ciegas, debemos elegir a cuál queremos pertenecer.

En estos días, me cuentan los traductores Marta Rebón y Ferrán Mateo que el auge de los rusos en España cae… el trabajo que hemos hecho con Irina Bogdaschevski y Fulvio Franchi en traducciones y en la Universidad de Buenos Aires hizo mucho por los autores rusos en nuestro país, incluso Sofía González Bonorino organizó dos enormes congresos en la Biblioteca Nacional: uno sobre Tolstoi y otro sobre Tsvietáieva, trayendo traductores y críticos extranjeros. Los autores rusos andan entre nosotros, no hay que ir muy lejos, hay que tener dinero para editarlos, seguramente luego habrá lectores.



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