Entre soledades, tragedias y optimismo: esta es la historia de Elvira

“Soy una persona que quiere vivir”, afirma la mujer que suele pasar sus días afuera de la escuela Sarmiento y recorre el centro arrastrando sus bolsas.

10 Nov 2017
2

“Chau abuelita” se escucha decir una tarde cualquiera a uno de los alumnos de la escuela Sarmiento.

En medio del ritmo frenético de la ciudad, el andar desacelerado de Elvira irrumpe como si se tratara de una presencia ajena al paisaje urbano.

La gente que va y que viene muchas veces no la ve, porque ya forma parte de la urbanidad salteña, como si fuera hija de la calle misma. Pero Rina Elvira Ibáñez tuvo que pasar por muchas situaciones en su vida para terminar durmiendo en la calle a sus 52 años.

A los 24 años llegó a Salta desde Buenos Aires para trabajar “de muchacha” y deambuló por varias casas de familias, aunque una de las que más recuerda es la que forma parte de un edificio ubicado en Vicente López y Necochea.

“Lavaba, cocinaba y limpiaba”, afirma con un hilo de voz la mujer y recuerda que el plato que mejor le salía era el churrasco.

Al tiempo de llegar a esta ciudad fue madre y en total tuvo cuatro hijos. A veces cuenta que los dio en adopción al quedar sin trabajo  en otras ocasiones relata que se peleó con ellos.

Elvira comenta que le gustan más los días de calor que los fríos mientras barre la vereda de la escuela. Es usual verla con su escoba y, sus bolsas y un tacho que muchas veces usa de asiento cuando sus pies le piden un descanso. La mujer parece encontrar soluciones donde muchos hallarían problemas, y un extraño optimismo la acompaña en su silencioso andar. “Hay que ponerle alegría a todo” expresa mientras se cobija bajo un techo vecino ante la caída de una intensa lluvia propia de esta época del año.


El día a día

Al quedar sin trabajo hace varios años, Elvira comenzó un peregrinar, que parece eterno, por las calles de la ciudad.

Los que pasan a diario por la calle Alvarado pueden verla sentada en horas de la tarde. Allí decidió pasar sus días desde hace varios años aunque a ella no le genera tanto inconveniente donde pasa el día sino más bien la noche.

Hasta hace algunos meses dormía en una playa de estacionamiento cercana a la escuela, pero luego le pidieron que busque otro lugar. Así fue que Elvira comenzó a dormir en la galería de la calle Buenos Aires  a pocos metros de la esquina de Caseros.

Antes de acostarse limpia uno de los bancos de un restaurant, acomoda sus cartones que aíslan el frio, y se recuesta. Al despertar parte a desayunar en un Jardín céntrico. El almuerzo lo recibe en la Parroquia San Alfonso, desde donde todos los días camina hasta el Hospital del Milagro en donde se higieniza. Luego, parte a la escuela Sarmiento. El lugar de siempre.

Entre la alegría y la soledad

A Elvira le gusta la gaseosa de granadina y las empanadas, la música de Luciano Pereira y el básquet. Pero una de las cosas que más disfruta es el paisaje urbano de la plaza 9 de Julio. Ella afirma que le “encanta” ir a la plaza por donde pasa todos los días. Algunos ya la conocen y la saludan. Algunos la miran extrañados y otros ni siquiera la perciben.

Es que la indiferencia de muchos es algo con lo que Elvira tiene que lidiar todos los días, aun así afirma que es mejor “alegrar todo”. Confirma esta expresión su afición a las historietas, como las de Condorito y Patoruzú.

Sueños intactos

La crudeza de la vida en la calle no le quitó a Elvira el que quizás sea su bien más preciado: la capacidad de soñar.

Esta mujer que vive en la calle sueña con volver a su lugar de origen y visitar a los familiares que le quedan. A veces entre charlas con turistas, les pide que manden cartas a su familia en Villa Celina, Buenos Aires, en especial a su tía Pastora, a quien recuerda con cariño. Además Elvira afirma que le gustaría tener una pieza para poner la música que a ella le gusta, y tal vez para tener un lugar que la cobije.

Los que van, los que vienen y los que vuelven

Entre los que se detienen a charlar con ella, hay algunos que le prometen muchas cosas, como una habitación, pero luego no vuelven más.

“Es buena la gente” asegura Elvira y casi siempre que tiene una charla pegunta si van a volver.

Sobre los chicos que van a la escuela, la mujer afirma que “escriben bien y dibujan bien”. Elvira hizo de la calle un hogar, del optimismo una bandera, transformó la soledad en compañera y nunca bajó los brazos a tal punto de llegar a expresar “soy una persona que quiere vivir”.

Si querés ayudar a Elvira podés colaborar con un par de zapatillas talle 43, un par de medias o un bolso.

En Esta Nota

Salta Salta Capital
Comentarios