Apuntes sobre Mi pequeña guerra inútil

El retorno pesadillesco a Malvinas, en una novela de Pablo Farrés.

03 Dic 2017
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Malvinas como obsesión. Malvinas como pesadilla. Malvinas, como una Solaris. Malvinas como Falkland Islands. Malvinas como escenario de actos heroicos. Malvinas como un recordatorio de cobardías. Malvinas como viaje lisérgico. Malvinas como un gran cementerio. Malvinas como cárcel. Malvinas, como pasado, presente y futuro.

Y más.

Pablo Farrés, en su novela Mi pequeña guerra inútil (editorial Nudista), vuelve a Malvinas. La prosa nos va hundiendo en un sueño oscuro y aterrador del que, como sus personajes, no hay escapatoria.

Sus personajes, además, tienen otro problema: contar lo que están viviendo. Farrés escribe: “imposible entonces comunicar qué puede sentir un teniente coronel del ejército inglés que ha soñado ser un soldado argentino”. Y un poco más adelante: “Imposible comunicar en general, incluso comunicar que es imposible comunicar algo: por ejemplo esto mismo.”

A los personajes se les hace difícil hablar de lo que está pasando, sobre todo porque no saben qué está pasando. Si Vladimir Nabokov aconsejaba que la palabra “realidad” debería escribirse siempre entre comillas, como para acentuar la precariedad de lo que podemos conocer de lo real, esas comillas para hablar de Mi pequeña guerra inútil deberían ser gigantes.

No hay demagogia (sería tan fácil, tan tentador sembrar el libro de héroes a lo mejor estilo Hollywood) sino intentos de espejear reacciones humanas en una pesadilla. Incluso cualquier intento de heroísmo es visto con otros ojos. Por ejemplo:

“Pero lo sorprendente para mí, fue ver entre aquellos asesinos impúdico a un soldadito raso que, llevando en mano su cuchilla, ganaba el podio al más grande de los carniceros. Simplemente un psicótico de mierda de esos que se han pasado la vida viendo las películas de terror barato de la trasnoche del sábado y paseado por todo el gore que las website porno pueden ofrecer para encontrar finalmente –oculto bajo la gorra de policía, con el disfraz de gendarme al costado de una ruta o de soldadito raso en una guerra que no es suya- , la oportunidad de dar rienda suelta a toda la noche acumulada en el cerebro”

No se puede mantener la cordura en el infierno. Y Farrés arrastra al lector a ese infierno, sin piedad ni concesiones.


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