“Cuando una mujer se pone tacos parece decir: ‘acá estoy yo’”

Los zapatos dicen mucho más de nosotros de lo que imaginamos. “Indican poder”, resume la especialista Susana Saulquin.

16 Ene 2018
1

HORA DE ELEGIR. Protagonista de cuentos y leyendas, el calzado es capaz de mejorar o arruinar un atuendo.

Hay raros, coquetos, finos, deportivos. Algunos reflejan poder; otros, necesidad. Unos aprietan, pero también hay muchos que son cómodos. Protagonistas de cuentos, leyendas y novelas desde la Grecia antigua, capaces de mejorar o de arruinar un atuendo, los zapatos son una pieza clave del guardarropa y dicen mucho más de nosotros de lo que imaginamos, incluso hoy en día, cuando entre las mujeres predominan lo que especialistas describen como demasiado grandes y toscos.

Nacido como bolsa de cuero con cordones para guarecer las extremidades de las inclemencias del clima, y luego devenido sandalia en la antigua Grecia y en Egipto, donde ya era indicador de estatus, el zapato disparó historias fantásticas que llegan hasta nuestros días.

El zapatito de cristal que usaba la Cenicienta, de Charles Perrault, no fue el primero en irrumpir en el terreno literario, ni aquellos de las crónicas del Marqués de Sade, del francés Nicolás Edme Rétif.

Tampoco lo fueron las botas de los diálogos imaginarios de las “Cartas a Louise Colet”, que el escritor francés Gustave Flaubert envió a su amante, ni los zapatos embarrados que deschavaron a Ema, la protagonista de “Madame Bovary”, su más célebre novela.

Ya la poetisa Safo de Lesbos (620 AC-580 AC) y el geógrafo Estrabón (64 AC-24 DC) habían dado cuenta de la historia de Ródope, una esclava griega que había llegado a Egipto y había vivido penurias hasta que un halcón le robó una sandalia que dejó caer en el regazo del faraón. Este, tras buscarla por todo el país, la desposó luego de comprobar que el calzado era de ella. ¿Cómo es posible que ya en aquel entonces, cuando el calzado era apenas una suela de papiro con tiras de cuero trenzado, pudiera despertar tanta fascinación?

Según Susana Saulquin, especialista en sociología del vestir y creadora de la carrera de diseño de Indumentaria, de la Universidad de Buenos Aires (UBA), los zapatos son importantísimos. “Básicamente, porque es donde te asentás, donde estás parado. Indican poder”, explicó Saulquin, que es autora de cinco libros sobre moda, y recalca a Télam que cuando se habla del zapato tampoco se puede dejar de lado su trasfondo sexual. Para empezar, el zapato es un fetiche porque es cóncavo y convexo, y es ahí donde vemos la doble condición: mujer-hombre, o sea la cavidad interna y su opuesto, el lado externo de la curva.

Y claro está que el taco aguja es el mejor representante de ese fetiche. Cuando una mujer se pone tacos cambia completamente su actitud. “Parece decir: ‘acá estoy yo’”, apunta Saulquin. Ese cambio de actitud comienza con lo que experimenta el cuerpo cuando se sube arriba de los tacos: el hombro hacia adelante, la cadera hacia atrás y el torso curvo.

En el cine

Los zapatos despertaron también pasiones en el cine, como ocurrió en 1957 con los mocasines Ferragamo que usó Audrey Hepburn en “Funny Face”, o con las chatitas negras con hebilla dorada diseñadas por Roger Vivier que llevó Catherine Deneuve en “Bell de Jour”, una década después.

Fue justamente Ferragamo quien revolucionó el mundo del zapato, poco antes de comenzar la década del 40, con sus plataformas, nacidas a partir de las necesidades de una Europa en crisis por la Segunda Guerra Mundial. “Más allá de los maravillosos diseños, Ferragamo buscó femineidad, pero sobre todo funcionalidad. Sus zapatos fueron un shock para Italia”, enfatizó Saulquin.

Piezas de museo

Hace dos años el museo Victoria & Albert, de Londres, les dedicó una muestra llamada “Shoes: pleasure and pain” (Zapatos: placer y dolor). La exhibición se dividió entre tres temáticas: el zapato como símbolo de transformación, de estatus y de seducción. Compuesta por 250 pares, la muestra fue un repaso de la historia del zapato, desde las sandalias de suela de oro de un faraón egipcio, pasando por el diminuto “zapato de loto” de las mujeres chinas, cuyos pies eran vendados y masacrados para que no crecieran, hasta los vertiginosos “Angel Wing”, diseñados por Alexander McQueen para Lady Gaga.

Una de las reseñas de la exhibición londinense recordaba que los tacos altos eran símbolo de estatus porque quienes los llevaban no necesitaban hacer casi nada, ya que tenían sirvientes para todo tipo de trabajo. Lo mismo ocurría con la práctica de vendar los pies a las niñas de familias ricas chinas para evitar que crecieran más allá de la palma de la mano. Los pequeños pasos, el oscilante y frágil andar, provocado en realidad por la casi amputación de los miembros inferiores, era justamente lo que generaba admiración de los “pies de loto”, cuyos mejores exponentes eran de apenas siete centímetros.

No importa que duela

Si bien la comparación es exagerada en pleno siglo XXI y no refleja el padecimiento que sufrieron las mujeres chinas hasta hace menos de 60 años, hoy por hoy algunos zapatos altos causan vértigo y hasta dolor con sólo mirarlos.

Entre ellos, los del afamado diseñador francés Christian Loubutin con su característica suela roja. “La gente dice que soy el rey de los zapatos dolorosos. No es que quiero que duelan, pero no es mi trabajo crear zapatos cómodos. Mi prioridad es el diseño, la belleza y lo sexy”, admitió con sinceridad brutal el francés, cuyos diseños más económicos no bajan de 900 dólares.

Saulquin apunta que zapatos como los del Loubutin o los del español Manolo Blahnik son responsables de los que hoy en día vemos en la calle: diseños exageradamente grandes y toscos: “hoy estamos frente a una reacción al tipo de zapatos que yo llamo de ‘limousine’. A esos que usaba Sarah Jessica Parker (Carrie) en ‘Sex and the City’”.

Comentarios