El Chaco salteño bajo agua: la dramática huida de Paola Ruiz

Su familia criolla vive en medio de una comunidad aborigen en Santa María, donde el agua avanzó y los obligó a escapar, con el dolor a cuestas.

05 Feb 2018
Por Nicolás Fernández y Nahuel Toledo, enviados especiales.

El agua del Pilcomayo toca la puerta de su casa, pero Paola Ruiz se niega a dejar el lugar en donde nació y vive hace 36 años. En la comunidad de Misión Grande, en el paraje Santa María, nunca se vio algo semejante. Saben de lluvias copiosas, pero descreen de lo que ven con sus ojos.

Las incesantes lluvias en el sur boliviano y el norte argentino provocaron un crecimiento histórico en las aguas del río que también baña la frontera de Paraguay. Por esta crecida, el pueblo de Santa Victoria Este y los parajes aledaños, donde conviven más de 13.000 personas entre aborígenes y criollos, están en peligro de quedar sepultados por el agua.

Paola y sus hermanos son los únicos criollos que viven en el medio de la comunidad aborigen de Misión Grande, algo totalmente fuera de lo común en un mundo en el que los originarios no se mezclan con los criollos y mantienen una relación tirante siempre al borde del conflicto.


Pero como los Ruiz nacieron y se criaron allí, ya están perfectamente integrados. “Mi madre vivió siempre aquí, hace mucho tiempo que pudimos haber abandonado este lugar pero ella se niega”, cuenta Paola a LA GACETA y su hermano agrega que tiene fe que con esta inundación ya se convenza; por lo pronto lograron evacuarla a Tartagal para ponerla a salvo, algo que quizá no logren hacer con sus perros.

Paola quiere resistir el mayor tiempo posible y si bien parece tranquila, los nervios la carcomen por dentro. Eso se nota cuando las palabras se le traban en la boca al intentar pronunciarlas o cuando deja la mirada clavada en la inundación y se imagina que esa escena solo es un sueño.


Después de visitar a algunos vecinos para analizar la situación del lugar, "la gorda" -como la llaman allí- decidió regresar a su casa para almorzar. Para llegar atravesó un gran pozo donde el agua le llegaba a las rodillas, pero tiene botas de goma y la seguridad de alguien que conoce el lugar como la palma de su mano. En el camino, se puede ver con absoluta claridad cómo el agua avanza sobre la tierra ganando espacio segundo a segundo, ver el agua en movimiento impacta.

En su casa, sus hermanos y su hijo, trabajan a destajo para fortalecer las defensas de la vivienda. Con palas sacan tierra del fondo y la colocan a la vuelta del terreno, sobre la base de una reja hecha con palos de madera y la asientan para que el agua demore más en filtrarse, algo que es solo cuestión de tiempo.

Pese al dramático panorama, comparten con natural generosidad la poca comida que tienen: lo que quedó de guiso, algunas empanadas fritas y galletas con picadillo. Agradece que todavía tengan luz para conservar los alimentos. Su relato se mezcla con el aullido desgarrador de los perros de la zona que sienten lo que está sucediendo y temen no poder salvarse.


Después de comer llegaría el momento más difícil: “Andate ahora, nosotros aguantamos un rato más y seguro después tendremos que irnos”, le dijo el hermano mayor que vive en el sur del país desde hace 15 años y decidió vacacionar en su tierra natal para ayudar a los suyos.

Por supuesto que primero Paola se negó, pero luego entendió que quedarse sería una carga para sus hermanos a la hora de salir. Con la resignación a cuestas, la concejal de Santa Victoria, cargó un poco de ropa, un televisor y lo más importante para ella: los papeles de la casa y del terreno.

Sus hermanos dejaron el auto antes del corte para garantizarse que iban a poder volver a Tartagal, pero el agua está subiendo. “¡Avisales que el agua está cerca del auto!”, le pide Paola a un amigo.

Aprovechando que tiene en qué irse, le ofrece a su hijo llevarse el televisor nuevo que hace poco pudo comprar y así parten. Al recorrer el camino por el que pasó apenas una hora atrás, se lamenta al ver cuánto ha avanzado el agua en ese pequeño lapso de tiempo. Un hombre que se acercaba se detiene frente a ella y le pregunta si vio a su padre, porque no puede encontrarlo. Lamentablemente ella tampoco lo vio.


La última escala antes de ir al encuentro de su madre en Tartagal es Santa Victoria Este, a unos 20 kilómetros más allá de Misión Grande. Allí tiene su casa, donde ya solo quedan aquellos muebles que no pudo evacuar. Toma un baño, recoge un poco más de ropa y ahora sí se dispone a dejar su tierra, pero no sin antes advertir: “En estos días voy a volver, tengo que seguir ayudando”.

Al pasar por el sector de la ruta 54 que había sido carcomido por el río y que habían logrado volver a habilitar, suma una nueva preocupación. Sus hermanos dejaron el auto antes del corte para garantizarse que iban a poder volver a Tartagal, pero el agua está subiendo, ya cruza por encima de la ruta y cada vez está más cerca del auto. “¡Avisales que el agua está cerca del auto!”, le pide a un amigo que cruza en el lugar y que, casualmente, se dirige a la misión.

Los cerca de 150 kilómetros que separan a Santa María de Tartagal fueron un suplicio para Paola. No podía dejar de mirar cómo el nivel del agua estaba cada vez más alto y el cauce cada vez más fuerte. La entereza propia de una mujer criada en las dificultades y una plegaria interna con un rosario entre sus manos la ayudan a contener las lágrimas, pero no puede evitar mirar para atrás, pensando que quizá, su hogar nunca volverá a ser el de antes.

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