Un fuego que avanza

Con la presentación de su tercer libro, Dioses del Fuego y otros relatos, Fabio Martínez se confirma como una voz personalísima en la narrativa salteña. Reseña a la obra que acaba de llegar a las librerías.

16 Dic 2014
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LOS DIOSES DEL FUEGO. El nuevo libro de Fabio Martínez. FOTO FACEBOOK, FABIO MARTÍNEZ.

                                                                                       Por Salvador Marinaro

En un pequeño departamento en la ciudad de Salta, un joven está sentado en el sillón. Se escucha Caña seca y un membrillo de los Redondos. “Vamos, Negrita, baila hasta el fin” repite el joven para sí, mientras recuerda Tartagal, las tardes que salía a dar vueltas con su Peugeot por la ruta. Saca de la heladera un líquido espeso, lo calienta en la hornalla y se lo toma. Pronto empezará a alucinar, la guitarra de Skay Beilinson se transforma en un eco lejano y repetitivo. La locura lo va devorando, una locura compuesta de ausencia, miedo y partida. ¿Qué somos ante lo que no podemos nombrar? El joven ya no volverá de sus alucinaciones, que se irán componiendo y descomponiendo a partir de la realidad hostil: el calor insoportable del trópico, la falta de trabajo después del remate de YPF, las drogas y el universo adolescente cada vez más lejano. Las narraciones de Fabio Martínez están compuestas de estos retazos, parten de una voz fuerte, con una celeridad feroz que avanza hasta la última página.

Con la publicación de su tercer libro, Dioses del fuego y otros relatos, recientemente editado por la Secretaría de Cultura de la provincia, se reafirma uno de los cuentistas más interesantes de su generación. Se trata de un autor que sabe cuándo detenerse, en qué momentos acelerar y por último, dar el golpe final. Hay algo de boxeo, de lucha callejera, en su manera de narrar: no sólo por el lugar de la violencia en sus historias, sino también por el ritmo. Uno, dos, tres a puño limpio.

Junto a sus títulos anteriores, Despiértenme cuando sea de noche (Nudista, 2010) que acaba de ser reeditado y Los pibes suicidas (Nudista, 2013), se observa una marcada influencia de los cuentistas norteamericanos (Cheever y sobre todo Carver) y algunos autores argentinos actuales, como Federico Falco y Fabián Casas.

Sus historias son una de las expresiones más claras del cambio de época en la narrativa salteña, una manera distinta de contar (en) la región: se presentan historias descarnadas, personajes sin imposturas en una lucha constante por conflictos, que se multiplican, pero que apenas son enunciados. El fuego se propaga y los símbolos de poder y status arden como una forma poética de la transformación global.

Su voz está compuesta por un lenguaje llano, con guiños a las culturas populares (“a camioneta roja surge de la nada, como si se hubiera tele-transportado igual que Goku”, se escuchan letras de Intoxicados, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota) y el universo adolescente: las bailantas, las drogas y los pequeños delitos que se manifiestan como una resistencia. No por nada cada uno de los siete cuentos está unido por el fuego y por la historia de una banda que sale a quemar autos. Hay una progresión de personajes que vuelven a los conflictos juveniles y a un mundo que se presenta cada vez más ajeno: un hijo visita a su madre en terapia intensiva y se encuentra con un compañero y antiguo militante de la Tendencia; un gordito (“power grasa”) tiene un poder único, sus manos trasmiten calor y pueden propagar el fuego; una pandilla, los Calaveras, busca a un hombre a la salida de un boliche y lo ataca hasta que “ninguno se quede sin golpearlo”; una chica confiesa algo que jamás pensó contar a su compañero de inglés. Hay algo en los cuentos de Martínez que recuerda a Fabián Casas: los amigos del barrio, la adolescencia tardía y la melancolía de un mundo perdido.

En una entrevista, Martínez mencionó que había nacido en Campamento Vespucio cuando se trataba de una pequeña ciudad llena de jardines y piletas limpias; una imagen de aquella clase media que había crecido a la sombra de YPF. Pero Vespucio se transformó en la imagen del abandono y la exclusión, quizás la decadencia de la ciudad está detrás de sus cuentos como la expresión de aquello que empezaba a extinguirse en la década de los 90. Su abanico de personajes reconoce la misma experiencia política que dio origen a los movimientos piqueteros en el norte de la provincia: la falta de trabajo, la ausencia de las políticas públicas y sobre todo la transformación de la realidad social. El trópico caliente, poblado de mangos en putrefacción, ahora reclama a uno de los narradores más originales de Salta.

Por la crudeza y sobre todo la velocidad de sus narraciones, Dioses del fuego y otros relatos se presenta como uno de los mejores libros de cuentos editados en la provincia: potencia, ritmo y una progresión de personajes que apuntan a un universo latente y en ebullición.

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Salta Tartagal
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