“Todos tenemos múltiples personalidades”

John Banville también es Benjamin Black, el autor de los exitosos policiales. Su nombre de nacimiento lo usa para el resto de sus libros, que tienen una impronta muy distinta. En esta entrevista, que forma parte del libro recientemente publicado Todos estos años de gente (Modesto Rimba), Banville habla sobre esa dualidad. La resume así: “A Banville no le interesa lo que la gente hace sino lo que la gente es y a Black le sucede lo contrario”

11 Feb 2018
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Por Christian Kupchik

—A partir de la división entre John Banville y Benjamin Black, se crea una suerte de esquizofrenia, no sólo porque apuntan a géneros distintos, sino porque mientras los libros que firma con su nombre honran lo mejor de la literatura irlandesa (Joyce, Beckett, Yeats), los de Black se concentran en el policial norteamericano (Chandler, Hammett y otros). ¿Cómo vive esto?

—Antes que llegara la televisión a Irlanda la mayor parte del tiempo la dedicaba a la lectura y me sentía fascinado por autores como Chandler. Hoy no vuelvo tanto a él ni me interesa mucho, creo que es una literatura algo más esquemática. Todos estos hombres que se muestran tan duros, en realidad tienen un corazón blando. Creo intuir que en general todos estos escritores de novela negra están atravesados por una veta de sentimentalismo. No importa lo duro que sea el papel de Pacino en un policial negro, que al final siempre termina por volver a la casa de su esposa divorciada, se lleva la nena y esta le dice: “Papi, ¿cuándo vas a volver a casa?” Un autor que me interesa es Richard Stark, quien escribió los libros de Parker, que no muestran sentimentalismo alguno.

—El Dr. Quirke, el alter ego que aparece en las novelas de Black, es más un antihéroe crepuscular que un héroe. ¿Es posible concebir un héroe de hoy?

—Creo que más allá de sus problemas terrenales, que son muchos, es un héroe debido a su tozudez, es un cabeza dura que cuando se empecina con algo no se detiene hasta que encuentra lo que busca. Dicho esto, no cabe duda de que se trata del peor detective que alguien pudiera imaginar, es terriblemente incompetente. Es incapaz de descubrir una pista aún si la tiene al costado o detrás suyo. Y su socio, el inspector Hackett, en cierto sentido es parecido. Es lo que me gusta de estos muchachos: son como nosotros. Un poco estúpidos, algo vagos, ineficaces… Nunca podrían tener las cualidades de un Sherlock Holmes, simplemente porque los seres humanos no somos así. Algún día me gustaría escribir una novela con Holmes como protagonista, donde llega a una larga disquisición para explicar la resolución de un caso, cuando en realidad las bases sobre la que se asentaba el mismo son muy simples.

—De todos modos hay puntos de contacto entre Black y Banville, como cierta melancolía…

—Sí, ambos se nutren mutuamente, tienen un vínculo simbiótico. Supongamos que un martes a las tres de la tarde, mientras me estoy quedando dormido, Banville se asoma por el hombro de Black y le dice: “Ah, esa es una buena línea, no está mal…” También es posible que Black se asome por el hombro de Banville y le diga: “Apuráte, vamos, termina ya con eso de una vez.” Cuando escribí el primer libro de Black, mi prima, a quien quiero mucho, me dijo: “Bueno, al fin escribiste un libro que puedo leer.”

—¿Tiene una percepción del mundo distinta para cada uno de ellos?

—Todos tenemos múltiples personalidades, imaginamos que somos una unidad pero no lo somos. No es que tenga una percepción determinada cuando soy Banville y otra cuando soy Black, sino que es mi trato hacia los seres humanos lo que ha cambiado. Benjamin Black escribe sobre las personas de una manera totalmente distinta a como lo hace John Banville. Las novelas de Black tienen un diálogo muy realista, pero las de Banville no. En las historias de Banville la gente habla a través de los demás. Además, en Banville hay muy poco diálogo. Mi visión de la gente no ha cambiado, el trato sí. La realidad es que a Banville no le interesa lo que la gente hace sino lo que la gente es y a Black le sucede lo contrario. Por otra parte, sé muy poco de la vida. Puedo escribir sobre la vida, pero, cuando se trata de vivir, no tengo ni idea de cómo se hace, porque esto de vivir es un fenómeno muy extraño.

—¿Trabaja de manera distinta con cada uno de ellos?

—Sí, claro. Tengo dos mesas dispuestas en ángulo y una silla en el medio. Cuando soy Banville escribo con pluma en cuadernos que me hace un amigo y después esos textos los paso a la computadora. Cuando soy Black escribo directamente en computadora. Banville no puede escribir de este modo, porque la computadora es demasiado rápida. Escribir a pluma le permite a Banville tener la velocidad que necesita, pero Black necesita la pantalla. Por supuesto, eso significa que Black está mucho más cerca del siglo XXI que Banville. Y ocurre también que al final sigo siendo yo, es decir, un hombre chapado a la antigua.

—¿Y a veces no siente que es una suerte de Dr. Jeckyll y Mr. Hyde?

—Sí, por supuesto. Banville tiene la posibilidad de sentarse en su estudio, como un gentleman, y pensar novelas sofisticadas, mientras que Black anda por ahí cometiendo crímenes, como Mr. Hyde.

—¿Cómo es su rutina de trabajo?

—De diez a dieciocho horas diarias. Uno de los mayores inventos de la humanidad, a mi parecer, es la frase. Hubo civilizaciones que no conocían la rueda, pero contaban con la noción de “frase” y pudieron seguir adelante. Es la frase la que nos hace humanos y nos permite organizar nuestras ideas. De modo tal que tengo el privilegio extraordinario de ganarme la vida y pasar todo el tiempo imaginando oraciones. No puedo concebir una vida mejor. Si encuentro una buena frase, el resto viene solo. Cada frase que se genera, genera a la siguiente. El lenguaje es difícil, muy resistente. Cuando releemos un artículo, una carta a la mujer que amamos o al banquero, a menudo pensamos que ella refleja exactamente lo que queremos decir, pero de inmediato nos damos cuenta que a la vez falta algo, no es eso realmente lo que buscamos expresar. ¿Quién habla entonces? El lenguaje mismo. A menudo pienso que no somos nosotros quienes hablamos, sino que estamos siendo hablados. La lucha con el lenguaje es mi trabajo diario.

—En muchas de sus novelas el sujeto es la memoria. ¿Cuál es, a su juicio, el vínculo entre memoria y lenguaje, cómo se modifican mutuamente?

—No sé en verdad si existe algún tipo de relación entre lenguaje y memoria, porque el lenguaje es algo amorfo, es como tratar de atrapar el agua. Lo que sí me fascina es el vínculo entre memoria e imaginación. Cuánto más envejezco, creo que más imaginamos el pasado. Ese mundo tan extraño que nos precede y que llamamos pasado, ese lugar ambiguo y luminoso, está hecho de lo que en su momento fue el presente. Y cuando le tocó ser presente, lo más probable es que hay sido tan aburrido y monótono como siempre suele serlo el presente. Al atravesar esa frontera misteriosa para convertirse en pasado, ese momento que fue tedioso se desarrolla como una obra maravillosa, plena de belleza, fascinación y de luz. ¿Cómo es que ocurre esto?

—¿El pasado, entonces, al actuar como personaje adquiere una dimensión de presente?

—Sí, pero es una imagen distinta del presente. Son como dos presentes paralelos. Cuando recordamos el pasado, como presente no tenía ningún atractivo, pero al traerlo nuevamente hasta nuestro presente reaparece como una imagen llena de magia. Freud dijo algo extraordinario, y cuanto más lo pienso más maravilloso me parece: “La magia no está en lo que recordamos, sino en lo que olvidamos.”

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