“El último anarquista romántico”, se tituló una de las tantas crónicas que despidieron el lunes a Osvaldo Bayer. “Pero a él no le gustaba llamarse anarquista, sino socialista libertario”, apuntó su biógrafo, Germán Ferrari. Pero sobre todos esos rótulos lo que distinguió a Bayer fue su profundo humanismo y un espíritu indomable que lo llevó a luchar contra las injusticias sociales hasta el último día de sus 91 años. Lucha pacífica, porque a la violencia Bayer la combatió con armas tan poderosas como el amor.

“Repetiría mi vida, no estoy arrepentido. Viví siempre humildemente y luchando contra el sistema. Sufrí cárcel, exilio, largo exilio... Y volví”, sostuvo Bayer a modo de resumen de una vida tan intensa y novelesca como la de muchos de los personajes que investigó. Fue historiador, escritor, periodista y referente en la defensa de los derechos humanos y de las minorías, en especial de los pueblos originarios. Siempre reivindicando el anarquismo desde el pacifismo.

Junto a “Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia”, los cuatro tomos de “Los vengadores de la Patagonia trágica” -llevados al cine en la película “La Patagonia rebelde”- forman parte del núcleo de su obra. Allí narró la historia de los fusilamientos de cientos de obreros en Santa Cruz, entre 1921 y 1922. El Gobierno de Isabel Perón prohibió la exhibición del filme y Bayer marchó a Alemania. Volvió con la democracia, en 1983, pero esos años de desarraigo quedaron plasmados en “Exilio”, libro escrito junto a un compañero de penas y de sueños: Juan Gelman.

Había nacido en Santa Fe el 18 de febrero de 1927 y con su familia vivió en Concepción del Uruguay y en Tucumán, hasta afincarse en el porteño barrio de Belgrano. Esa casa, bautizada “El Tugurio” por su gran amigo Osvaldo Soriano, ocupó Bayer hasta sus últimos días.