Por César Chelala
PARA LA GACETA - NUEVA YORK
Marlene Dietrich, la célebre protagonista de la película El ángel azul, se había hecho amiga del crítico Kenneth Tynan luego que este describiera su naturaleza bisexual diciendo, en un comentario sobre ella, “Su sexualidad no tiene preferencias”. A lo cual Dietrich contestó: “Hay tanta gente tratando de adivinarme y solo él me entendió”. En una oportunidad, Dietrich le contó a Tynan sobre su relación con el presidente Kennedy.
En los años 30, Dietrich era amiga de Joseph P. Kennedy, padre del futuro presidente. La hija de Dietrich solía ser compañera de natación de los hijos de Joseph Kennedy, incluido John F. En el otoño de 1962, durante la presidencia de este último, Dietrich (en ese entonces con 61 años) actuaba en un cabaret de Washington.
Bob y Ted Kennedy, dos de los hijos de Joseph, fueron a verla actuar. El presidente, naturalmente, no acostumbraba ir a cabarets. Su ausencia entristeció a Dietrich hasta que recibió una invitación a la Casa Blanca para tomar un trago con el presidente, el sábado siguiente, a las 6 de la tarde.
Ese mismo día, a las 7, Dietrich tenía que estar en el Hotel Statler de Washington para recibir un homenaje de los veteranos judíos de la Segunda Guerra. A pesar del conflicto de horarios que ello representaba, Dietrich decidió aceptar la invitación de Kennedy y arribó puntual a la Casa Blanca.
Apenas llegó, Dietrich fue conducida por el edecán del presidente a su habitación donde la esperaba una botella de su vino blanco alemán. “El presidente recordó que cuando cenó con usted en Nueva York, le contó que este era su vino favorito”, le dijo el edecán. Entonces le sirvió una copa y se retiró discretamente.
A las 6,15 apareció Kennedy. El presidente le dio un beso en la mejilla, la llevó al balcón de la habitación y le comenzó a hablar sobre Lincoln. “Espero que no estés apurada” le dijo el presidente. “En realidad sí lo estoy”, le dijo la actriz y le explicó que 2.000 veteranos de guerra judíos la esperaban a las 7 de la tarde para rendirle homenaje.
“Entonces no tenemos mucho tiempo”, le dijo Kennedy mirándola a los ojos. Dietrich le confesó a Tynan que le encantaba la compañía de hombres poderosos y colgar su cabellera en su cinto de caza. “No, Jack, me imagino que no”, le dijo Dietrich. Entonces Kennedy tomó su vaso y la condujo a través de un corredor al dormitorio presidencial. Cuenta Marlene Dietrich: “Recordaba sus problemas de espalda –una herida de guerra-. Kennedy ya se estaba desvistiendo. Se sacaba rollos de venda del torso. Ahora soy una mujer de edad pero en ese momento me dije a mí misma: Me gustaría acostarme con el presidente pero por nada del mundo quiero estar arriba de él”.
Aparentemente las cosas salieron bien y Kennedy se quedó dormido. “Entonces”, continúa Dietrich, “miré a mi reloj y eran las 6.50 de la tarde. Me vestí y lo sacudí mientras le decía: ¡Jack, despierta. Hay 2.000 comensales esperando por mí. Por Dios, sácame de aquí!. Entonces él tomó una toalla, la puso alrededor de su cintura como única vestimenta y me llevó hacia un ascensor. Kennedy le dijo al ascensorista que pidiera un auto que la llevara inmediatamente al Hotel Statler. Mientras tanto, Kennedy estaba parado con apenas una toalla rodeándole la cintura como si fuera la cosa más natural del mundo. Mientras yo entraba al ascensor me dijo: ‘Hay solo una cosa que me gustaría saber: ¿Alguna vez te acostaste con mi padre?’ Entonces le contesté: No, Jack, nunca lo hice. ‘Bueno’ me dijo, ‘entonces es la única vez que llegué primero que él’. La puerta del ascensor se cerró y nuca más lo volví a ver”, concluye Marlene Dietrich.
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César Chelala - Periodista y médico. Co-ganador del Overseas Press Club por un artículo publicado en The New York Times.