Espectáculos Teatro

Cástulo Guerra: el salteño que llegó a Hollywood, la meca del cine

Formado actoralmente en Tucumán, el artista nacido en Salta hizo un camino trascendente en el cine. El Teatro Estable. Dirigido por cineastas como Spielberg y Cameron, actuó con Brad Pitt, Schwarzenegger, Barbra Streisand, entre muchos. Video.
26 Nov 2019
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Por Roberto Espinosa

Las arrugas dejan escapar un silbido de chacarera. Llanto de luna sobre el grito vidalero. Repicar de bombos y rasguidos en el guitarrear. Soy el recuerdo y el sentir de mis abuelos arrieros de coplas nacidas en el carnaval..., murmura el bandoneón, mientras va dibujando en su barba escenas de cine y teatro. La carcajada del Cuchi Leguizamón en la Salta de la adolescencia se entrevera con las calles tucumanas de la juventud, donde lo abrazan las voces de Boyce Díaz Ulloque, Hugo Gramajo, María Angélica Robledo, Norah Castaldo, Alberto Benegas... Nueva York le enseña que el desafío es sinónimo de vida. Los sets de filmación lo descubren en escenas con Burt Reynolds, Barbra Streisand, Gene Hackman, Linda Hamilton, Arnold Schwarzenegger, Brad Pitt, Julia Roberts, John Travolta… Terminator 2, El Álamo, Nuts, The Mexican, Amistad… la serie televisiva Falcon Crest… Los entusiastas 74 años de Cástulo Guerra, que ha hecho de Los Ángeles su hogar, destilan calidez y humildad, como la pieza de Cachilo Díaz.

- ¿Qué recuerdos tenés del Cuchi Leguizamón?

- Tuve la dicha de tener al Cuchi de profesor de Historia en tercer año del Nacional. La experiencia de lo que fue ese ser de otro mundo, el Cuchi, es imborrable. Lo oías caminar por los largos pasillos, con su poncho de vicuña. Siempre silbando. En su realidad separada. Le gustaban los caramelos. Y armaba los ejércitos enemigos colocándolos sobre el escritorio. Griegos, romanos, se hacían pomada en algún campo desolado. Y al final, al emperador que perdía, lo pelaba y se lo engullía como sapo a la mosca. Y nos miraba a todos riéndose, con su ojo loco, a modo de moraleja sobre la fragilidad y el sinsentido de la humanidad. Me decía: “¡Vos tenís una barba bíblica! ¡Pero la que yo tengo ya es chiva!” Y se reía. Reía siempre. Como un duende.

- Parece que el papelito de extra en “Taras Bulba” anticipó tu destino…

- Cursando el cuarto año del Nacional en el 62, con la vista dudosa en la medicina, surgió un revuelo repentino. Se iba a hacer una película de Hollywood en Salta. Y mis compañeros, que tenían caballos y eran excelentes jinetes, iban a trabajar en la película. ¡Casi me muero! Me dije, “¿Y yo?” Pero una profesora que estaba al tanto me indicó la forma de presenciar la filmación sin problemas. Me filtré por un alambrado y luego de atravesar dos o tres lomas de yuyos y garrapatas, me encontré justito detrás de las cámaras, el director, los actores. Casi me desmayo. El director gritó: “¡Action!” Y allá abajo, en un valle, se agarraron ejércitos turcos, polacos y cosacos a los sablazos. Ese día entré en mi realidad separada. Yul Brynner salió de su tienda. Un cosaco furioso y nada accesible. Tony Curtis en cambio, simpático, bello, se mostró más amigable. Dije dos tonteras en inglés. Él sonrió y se fue. A mí me faltaba el aire. Esa noche le dije a mi padre: “Yo quiero hacer eso”. Y él me dijo: “Pero aquí no se hace eso. ¿De qué vas a vivir?” Y me mandó a un amigo suyo, un psicólogo, que me iba a aclarar “mi confusión”. Su amigo me hizo un test Rorschach y me dijo: “Mirá, chango, vos vas a andar muy bien con la medicina o la química industrial”.

C. GUERRA EN TERMINATOR. IMAGEN DE YOUTUBE

- Llegaste a Tucumán para estudiar medicina, pero te involucraste en el teatro y el canto.

- Llegué en el 63 en La Veloz del Norte, en medio de un diluvio tucumano. Hice lo imposible por complacer el mandato paterno: la medicina, pero no me daba el cuero. Yo lo sabía y me aterraba. Hasta hice un peregrinaje a El Siambón de los benedictinos, pidiendo que se me aclarara mi confusión. Bien existencial el asunto. Yo tenía una bicicleta espantosa que llamaba Rocinante. Me pedaleaba las cuatro avenidas buscando solaz para mi corazón joven. En la avenida Sarmiento pasé por un edificio iluminado que me atrajo poderosamente. Subí las escalinatas y le pregunté a un hombrecito: “¿Por qué tanta luz?” Me contestó: “¡Es un teatro, pué!” “¿Y qué dan?” “¡Una obra pué!” Pagué la entrada con las chirolas que tenía. Esa noche decidí que yo quería ser parte de esto. Más tarde supe que la obra, Seis personajes en busca de un autor, dirigida por Boyce Díaz Ulloque fue uno de los mayores fracasos del Teatro Estable. Cuando volví a Tucumán en el 64, uno de los Caro Figueroa, me dijo: “Che, loco. Ahí hay algo para vos en LA GACETA. ¡Se iniciarán cursos en la Escuela de Arte Dramático de la UNT!” Entré a la carrera de Inglés en Filosofía y Letras, a la Escuela de Arte Dramático y al Coro Universitario.

- ¿Cómo viviste esa época de intensa actividad cultural?

- El Teatro Estable, de Guido Torres, me acogió como a un hijo. El furor de teatro entre el San Martín, el Alberdi, Nuestro Teatro y el teatro de Filosofía y Letras es imborrable. Un verdadero caldero teatral clásico y contemporáneo. A principios del 68 vino una pausa como para ponerme sobrio. Hice la colimba, tarde, por una prórroga de cuando estudiaba medicina. Entré al Comando y me sentí inmediatamente como una calandria enjaulada. Cuando me dieron de baja, salí del Comando, caminé hasta el San Martín. Subí hasta lo de Guido Torres. “¿Qué hacés acá?” Le conté. Sin más me dijo. “Bien. Ahora podés hacer La caja del almanaque”. Dirigida por Santángelo, la puesta fue al Festival de Córdoba y ganamos. Al regreso Sanny me dio el Orestes de El Reñidero. Para el estreno al aire libre en el anfiteatro, el sonido de micrófonos falló. Esa noche aprendí lo que era proyectar la voz para que se te entienda. Una de esas noches, el 7 de diciembre del 70, peleaban Bonavena y Alí en el Madison Square Garden. Alguien trajo una radio. Todos pegados a la pelea. A la hora de la venganza no aparece el “malo” de la obra. ¡No aparece nadie! No supe qué hacer. ¡Me maté a mí mismo! Benegas aparece apresurado. “¿Qué es lo que anda ocurriendo aquí?” Mira la situación. Dice: “¡Ajá!” y se va. María Angélica no sabía cómo componerla. Yo acababa de cambiar el rumbo de una tragedia con siglos de vida. Hugo Gramajo, plagado de ideas revolucionarias, era un provocador. Ensayamos Ceremonia para un negro asesinado durante seis largos meses. La culminación de mis ocho años en Tucumán fue poder trabajar, por fin, bajo la dirección de Boyce en el teatro Alberdi. La culminación de mis ocho años en Tucumán fue poder trabajar por fin bajo la dirección de Boyce en el Teatro Alberdi, en el memorable Rosencrantz y Guildenstern han muerto, con un elenco de ensueño.

- ¿Cómo se gestó tu camino actoral en el cine?

- Yo había llegado a Nueva York con $40 dólares en el bolsillo y muy pronto me integré al proletariado de Manhattan. Duro. Nada fácil. Pero con determinación. Trabajé en el Shakespeare Festival de Central Park junto a Morgan Freeman, Denzel Washington y Richard Dreyfuss… Filmé Tal para cual durante tres semanas en las calles de Manhattan. Mi primera silla con mi nombre, junto a Charles Durning, Scatman Crothers y Oliver Reed. Travolta y Newton-John eran los intocables. Luego se aumentó la lista. Vino Burt Reynolds, Candice Bergen, George Segal, Barbra Streisand, Gene Hackman, Linda Hamilton, Arnold Schwarzenegger, Brad Pitt, Julia Roberts. Roy Scheider, Liv Ullman… directores como Steven Spielberg, Nicholas Roeg, James Cameron, Martin Ritt, Bryan Singer, Gore Verbinski. Hice tres películas con Charles Durning, una de ellas fue Donde nace una leyenda, muy linda, en el Amazonas, pero se la llevó el río. A otra favorita mía, Bendíceme, última se la llevó el desierto. El Álamo, película grande de Disney... a este país no le gusta que le cuenten la verdad de la historia. Éxitos y fracasos. Hacés vida social con casi todos durante la filmación. Después… “si te hi visto no me acuerdo”. Este país es muy grande. Los Ángeles es muy grande, tenés que mantener tu salud mental y tu castillo de arena lejos del mundanal ruido. Y ahí entra ese milagro alemán… el fuelle. Ese cable al centro de la tierra.

CASTULO GUERRA IMAGEN DE EL TRIBUNO

- ¿Qué enseñanzas rescatás de este importante camino recorrido?

- La perseverancia, el profesionalismo, que tenés que darle como peón. Organizarte de modo tal que tenés otros intereses en mente. Yo no sirvo para la farándula, no me da el cuero. Una vez en Nueva York quise tirar la esponja. Mi padre me escribió: “Nunca dejes este camino que elegiste, porque es tu camino”. Yo agregaría… “y ahugate en agua bendita porque ya ni el diablo te salva.”

- ¿Qué lugar ocupan Salta y Tucumán en tu vida?

- Tucumán me dejó todo. Salta es la infancia. Tucumán me hizo hombre, llegué de 17 años y me fui de 25. El caldero tucumano me formó, me hizo trastabillar, el aprendizaje de humano que tuve fue en Tucumán y mi próxima parada fue Nueva York, que es otro caldero, una ciudad brava, tremenda que te ataca los sentidos, el ego, otro tendrá una experiencia más florida, pero para mí llegar en el año 72, con solo 40 dólares en el bolsillo fue bravísimo, me integré al proletario neoyorquino, pero de ahí salieron las cosas… son los desafíos los que te forman y Nueva York tuvo desafíos enormes, tremendos. Tucumán no se te va nunca: las calles, los rincones, los zaguanes, los sonidos de los caserones grandes, el diálogo de los tucumanos, las tucumanas, las dueñas de la pensión, todo ese mundo está latente dentro de mí, me acompaña, me hace mucho bien, razón por la cual, en mi memoria sigo retornando a Tucumán.


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