TUCUMÁN.- Curiosidad. Entusiasmo. Estudio. Pasión. Creatividad. Son ingredientes que lo han llevado a hollar diversos caminos, en los que puso su capacidad al servicio de los demás. Al médico distinguido con la Medalla de Oro de la Academia Nacional de Medicina, le siguió el académico comprometido con los destinos de la Universidad Nacional de Tucumán, que llegó a sentarse en dos oportunidades en el sillón de Juan B. Terán. La política lo llevó a ser candidato a gobernador de los tucumanos y luego a ocupar cargos nacionales. Tal vez ya en sus cuarteles de invierno, le ha puesto enjundia a su quehacer literario y ya ha publicado tres novelas y dos ensayos. “Me considero mucho más lector que escritor, y en mis épocas jóvenes no tenía pensado publicar; alguna nota suelta años atrás sirvió de puntapié inicial. Luego otras hasta que me atreví a iniciarme en la narrativa. Al escribir no sigo una línea específica ni a un autor determinado, salvedad natural de consultas naturales y respeto reverencial a los autores clásicos”, comenta Rodolfo Martín Campero (1948).
- ¿El ambiente familiar influyó en tu despertar literario? ¿Leías de chico?
- Provengo de una familia de lectores y escritores, dos tíos bisabuelos fueron estilizados escritores, Eduardo Wilde, médico, ministro de Roca, y José Antonio Wilde, autor del clásico libro “Buenos Aires setenta años atrás”. Mi madre, Nelly Wilde, una mujer agradable y culta que incursionó en el cuento infantil, fue claramente la persona que más influyó en mi discreta intelectualidad literaria. Sería 1954 cuando pasó por casa en tránsito una familia rescatada de un campo de concentración. Yo prestaba severa atención a sus memorias de la tragedia. Por sugerencia de mi madre escribí unas primeras notas sobre el tema, ahora extraviadas. Figura influyente y de mi admiración cultural fue también el doctor Adolfo Rovelli, socio de mi abuelo, hombre sabio, de vastísima cultura y de conversaciones exquisitas. Por entonces en casa los hermanos podíamos tomar los libros de la extensa biblioteca de mi abuelo con libertad, lo que no era habitual. Conocí a Salgari, Julio Verne, Poe, Henry James, prohibido por entonces, sobre todo su obra “Otra vuelta de tuerca”, que leí encantado varias veces, a Edmundo D’ Amicis, y leí los clásicos libros Platero y yo, Marianella, El Cid campeador, El Quijote de la Mancha, Gulliver de Swift y tantos otros. Con versiones para niños empecé a admirar a los clásicos, y recuerdo que de Voltaire me fascinó “Cándido”.
- ¿Cuando se despertó tu vocación literaria? ¿Pensaste que alguna vez ibas a escribir para publicar? ¿Cuándo sentiste la necesidad de escribir?
- Puedo tomar aquella etapa como de iniciación, consolidada en el secundario por el padre Jean Marie Tapie, mi maestro en el Colegio Sagrado Corazón. La formación era religiosa, católica, pero con Tapie aprendí el respeto a la libertad y a sentirme a gusto con las conductas emancipadoras. Allí conocí el reformismo y libre pensamiento, permisividades que él no compartía pero las permitía y respetaba. Ese ambiente selló mi vida personal, académica, universitaria, intelectual y política, tanto que sigue labrando mi presente librepensador. Hasta 1990, aparte de lo académico, no había escrito más que notas sueltas; con el tiempo comencé con cuentos y notas de opinión. En 1996 publiqué mi primer libro, un ensayo biográfico histórico sobre un tema que me atrapaba, la vida de “El marqués de Yavi”, editado por Catálogos en Buenos Aires. Luego esa editorial publicó un ensayo histórico novelado, “La india Petrona. Crónica de hechicerías e inquisiciones en el viejo Tucumán”, un estudio minucioso sobre la inquisición en nuestra región. El tercero fue una novela con tintes autobiográficos publicada en Buenos Aires: “La casa de las cien puertas”, de remembranzas de la infancia en los laberintos del barrio, con mis amigos, en el museo Avellaneda, donde jugábamos de niños y que otorga el nombre al libro. Son experiencias de ese inmenso número de chicos exultantes de la calle Las Heras desplegando todo tipo de andanzas y travesuras, cuando no gravosas fechorías. Luego tocó turno a otra novela, “Los pasos de Helena” que retrata en la ficción verdades trágicas y colisiones familiares y sociales sucedidas en las épocas más amargas del proceso militar. Hace un año publiqué una antología de cuentos, “Lire”, que compiló en Buenos Aires Romina Benítez para la editorial Dunken. Poco después salió a luz mi última novela, una sátira política mordaz y ácida, “Noticias útiles de Sudakia”. Actualmente se encuentra en preparación una antología de cuentos compilada por Honoria Zelaya de Nader (vicepresidenta de la SADE), que aborda desde distintos ángulos y autores el significado apocalíptico de la pandemia que nos acosa, en lo físico y en lo metafísico. El último proyecto en ciernes es un libro de cuentos, algunos inéditos y otros publicados tiempo atrás, editado por Jorge Brahim.
- ¿La vocación de escritor ha desplazado finalmente al médico, al dos veces rector de la UNT, al político? ¿Qué satisfacciones te brinda escribir?
- Soy un ser social de profesión médica que ha cursado distintas etapas, algunas extremadamente intensas. Por suerte, cierta resiliencia me ha sido indispensable para superar algunos momentos críticos, como el fallecimiento de mi esposa Fátima. Cada cruce, por más devastador, de los varios de la vida, tuvo su tiempo de entremeses y sabores. Fui miembro de la UNT durante más de cuarenta años, desde 1966, y mi momento más feliz fue cuando la asamblea de la Universidad de Tucumán me consagró por dos veces su rector. Coincidió ese tiempo con el nacimiento de la democracia y de mis hijos, la consolidación de una familia y un momento académico que, no me ruboriza decirlo, nos hizo a todos aquellos que lo compartimos percibir un cielo en su mejor esplendor. En cuanto a mi vida política ya di por concluida mi militancia electoral, mas los principios democráticos y reformistas que abracé de joven siguen lozanos como entonces.
- ¿Cómo ha influido tu otro amor, la pintura, en este camino de escritor?
- Mi vínculo con el arte se remonta a iguales fechas añejas. Comenzó por casualidad cuando yo tendría 17 años. Un tío, coleccionista de arte y antigüedades, sufrió una tragedia al desplomarse de un anaquel un juego de porcelanas de Limoges. Desesperado, me preguntó si me animaba a restaurarlas. Con su ayuda y lo leído en textos en la Facultad de Artes tomé la determinación. Tuve suerte, al tiempo que restauraba cursé los siete años de mi carrera de médico. Aprendí a dorar a la hoja, pintura, cerámica, madera y demás. Restauré colecciones completas, como las del Museo de la Casa Histórica, el Museo Padilla y diversas muestras privadas de arte. Conocí artistas de todas partes. Aunque no sé pintar, abracé desde entonces el apego por la pintura. Soy miembro de algunas fundaciones internacionales de arte y tengo el placer de compartir esa pasión con amigos coleccionistas. Sólo quien valora el arte sabe del placer que emana del color.
- ¿La producción literaria ha abierto un nuevo rumbo en tu vida?
- Por supuesto que con la literatura quedó abierto un nuevo rumbo, por lo que resta de vida.