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Entrevista a María O'Donnell: “Firmenich no mira nada de manera crítica”

A 50 años del asesinato (1 de junio de 1970) del ex presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu a manos de Montoneros, se acaba de publicar Aramburu - El crimen político que dividió al país. El origen de Montoneros, libro en el que la periodista María O’Donnell repasa la violencia en la Argentina de entonces. Con escritura directa, amena, cuenta además qué ocurrió posteriormente. Su profunda investigación, que abarca archivos y testimonios de protagonistas, tiene una joya: un encuentro personal en Barcelona con Mario Firmenich.
07 Jun 2020
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POR ALEJANDRO DUCHINI

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

- Facundo Firmenich (hijo de Mario Firmenich) te dice que será parte de la organización del recuerdo de la muerte de Fernando Abal Medina, en William Morris. Él habla de “un espacio territorial”. ¿Cuál es tu sentación ante ese anuncio?

- Me sorprendió que participe de ese recuerdo. Los cinco hijos de Firmenich están seguramente atravesados por la historia de vida del padre. Facundo y Mario (que vive en Córdoba) están más metidos en la política. Ellos, evidentemente, están permeados por la visión del padre. Al menos Facundo. Una militancia personal que elige tenerla con un punto de partida que es la reivindicación de Fernando Abal Medina. Pero el personaje principal es el padre.

- ¿Sentís que ese pasado violento está al acecho?

- La violencia la dejamos atrás, como país. El legado de la dictadura, tan sangrienta, derivó en un consenso fuerte de que estos son tiempos de democracia. La reivindicación de la lucha armada está como solapada, hacia atrás, y no en el presente. Lo que me parece es que hasta el año 75, que es un momento que se cuenta en el libro, hay un país que tenía positivos índices de pobreza, de desigualdad, con una clase media con más posibilidades. Aquella es un poco la historia de una posibilidad. Del 75 para acá, en cambio, la curva es de decadencia, más allá de algunos buenos momentos. Pero tener incorporada a la democracia como valor es bueno. Aunque la democracia tendría que dar una buena respuesta en lo económico. Esa es una asignatura pendiente de la democracia. Pero hay muchas divisiones. La imposibilidad de designar como asesinato al crimen de Aramburu es un indicio. Se le puede decir asesinato sin ignorar que a la vez fue una vindicación para una parte de la sociedad.

- Decís que mantenés una buena relación con la esposa de Mario Firmenich, María Martínez Agüero. ¿Ellos te dijeron algo del libro?

- No todavía. Los libros no viajaron a España. Estoy esperando. Y con él no tengo contacto directo.

MARIO FIRMENICH. “Sigue con la idea de que nadie tiene derecho más que él a contar su historia. Pero es una pretensión absurda”, describe María O’Donnell.

- ¿La escritura de Aramburu te varió la idea que tenías del tema o sobre Firmenich?

- No me cambió nada la visión sobre Firmenich. El libro me permitió entender un poco más el proceso del personaje. Entendí por qué está tan clavado en el pasado y por qué a la vez se queja de que no le dejan salir de ese pasado. Pero creo que él es el gran responsable de que sea así. En parte eso se debe a su reivindicación del asesinato de Aramburu. Él se presenta como el heredero de Fernando Abal Medina, el fundador de Montoneros. Y ese relato, porque él fue el único testigo del asesinato, es la base sobre la que construye su liderazgo en Montoneros. Los otros jefes montoneros murieron y él queda para siempre como jefe.

-¿Qué te impactó al ver a Firmenich en Barcelona?

-Lo primero que me impactó es lo parecido que es al Firmenich que uno tiene visto en las fotos. Es imposible no reconocerlo. Y hay algo en su forma de hablar, parca, seca, distante, fría. Pero el encuentro fue en un contexto muy amable. A la vez, es un señor de 70 años que vino con su auto y las dos sillitas para sus nietos. Me remitió al Firmenich de otras épocas, pero la vida le pasó. Me parece que es un tipo encerrado en su terquedad. Es una pena porque sería un testigo fenomenal de los hechos. Incluso si escribiera sus memorias. Pero no quiere. Es alguien enojado con el lugar que le tocó. Siente que no recibió un trato justo.

Tiene una altísima valoración de sí mismo. No mira nada de manera crítica. Eso le genera una frustración grande. Imagino que en su vida cotidiana es un profesor universitario a la vez que abuelo y esposo, y su vida pasa también por otros lugares. Pienso que se siente de todos modos desterrado en lo público.

- Hay una parte del libro que me sorprendió. Es cuando la Universidad de Buenos Aires le negó por su pasado la medalla de honor por tener el promedio más alto y se la dieron al segundo mejor alumno, Axel Kicillof.

- La Franja Morada estaba en la universidad y entendió la enorme dificultad que iba a tener para reinsertarse en el debate democrático de la Argentina. Muchos de sus compañeros se quejaron porque aceptó el indulto junto con los militares, porque se lo dieron al mismo tiempo que a los genocidas de la dictadura. Su figura tiene un enorme rechazo. No tiene gente que lo defienda de los que quedan de la organización Montoneros. Viene la nueva generación, que es la de sus hijos, como el caso de su hijo más grande, que fue compañero del Cuervo Larroque en el colegio.

- Firmenich te mandó un e-mail en el que se queja de quienes cuentan la historia y te sugería, a la vez, que no escribas sobre el tema.

- Sigue con la idea de que nadie tiene derecho más que él a contar su historia. Pero es una pretensión absurda, que lo deja encerrado porque él no lo hace, pero tampoco deja que lo hagan los demás. Me pareció prepotente la demanda. Pero leí de nuevo ese e-mail y ese e-mail es extraordinario. En ese ejercicio de pedirme que no escriba se lanza a hablar de sí mismo de una forma interesante. Entendí que ahí tenía un material.

- También te juntaste con el hijo de Aramburu, Eugenio. Me dio la sensación de que es el momento tal vez más melancólico de tu libro.

-Así es. El encuentro fue con alguien ya grande, abogado exitoso, con familia, pero a quien le quedó una huella de tristeza muy grande. También me pasó con Nacho Vélez Cabrera, otro de los personajes del relato, pero del lado de Montoneros. No sirve de mucho encasillar y juzgar a los personajes. Lo que quise hacer fue describirlos y entenderlos. En el caso de Aramburu hijo noté a alguien dolido, con un dolor que no se le pasa. No es alguien que tenga rencor, pero sí dolor. Alguien que está convencido de que la idea de matar al padre por lo que fue en el 55 le niega el cambio que tuvo hacia los 70. Sostiene que así se pierde una evolución del padre.

- Mencionaste a Vélez Cabrera. Una escena emotiva es cuando contás tu presencia, junto a él y otros ex montoneros, al regresar a la casa del barrio cordobés de Los Naranjos, donde murió su amigo Emilio Maza, tras el asalto al banco de La Calera.

- Me conmovió ese momento en el que encuentran el lugar donde se produjeron los hechos. Fue generoso de parte de ellos entregarse a eso. Nunca había vuelto a esa casa en la que cayó su compañero Emilio Maza, el gran amigo de Vélez Cabrera. Les pedí que me acompañaran y no me di cuenta de que era la primera vez que iban. Me sentí un poco de más en ese momento.

- Ignacio Vélez Cabrera tomó gran relevancia en el libro.

-Le agradecí mucho. Trabajé mucho en testimonios, lecturas y archivos. Pero muchas puertas me las abrió él, aún sabiendo que no era una compañera. Valoró mi trabajo y entendió que iba a hacer un trabajo honesto. Es que me interesaba rescatar esa primera escisión de Montoneros, que se vuelven protagonistas de la noche a la mañana una vez que les salió bien lo de Aramburu. Se vuelven personajes que le demandan a Perón, pero ellos reconocen que se olvidaron de lo que querían ser y se enamoraron de la lucha armada. Esa es una discusión muy interesante que me abrió Vélez Cabrera.

- ¿Cuánto tiempo trabajaste en este libro?

-Unos cuatro años, más o menos. Fui a España, a Córdoba, hice entrevistas, leí mucho material, libros, tesis académicas. Le dediqué mucho tiempo a la escritura. Me gustó entrevistar a Juan Abal Medina padre. Los saltos temporales me exigieron mucho.

- La historia que contás parece digna de una película de acción.

- Hay cosas medio tarambanas también. De cierta torpeza, como lo del ataúd de Aramburu que, al robarlo, encuentran medio pesado y casi no lo pueden sacar. Se mezclan la osadía y la torpeza. En ese entonces la violencia estaba incorporada a la vida cotidiana. Pero dejaron todas las huellas en sus operativos.

© LA GACETA

Perfil

La periodista María O’Donnell nació en 1970. Hoy conduce el programa radial De acá en más, en Radio Metro. Trabajó en Página/12, La Nación y Diario Perfil, donde escribe. Aparte de Aramburu, otros de sus libros son Born, sobre el secuestro de los hermanos Jorge y Juan Born por Montoneros; Propaganda K y El aparato, los intendentes del conurbano y las cajas negras de la política.

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