LA GACETA Literaria

A 80 años de su asesinato: Trotsky y el anarquismo en el arte

23 Ago 2020
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Por Jorge Figueroa

PARA LA GACETA / TUCUMÁN

Gran parte del pensamiento filosófico y científico tuvo que admitir la vigencia del marxismo cuando en los inicios de los 90 Francis Fukuyama y (hay que aclararlo) no muchos más, aseguraba el fin de las ideologías, de la historia. El marxismo parece estar siempre por venir: como un fantasma que se presenta como el porvenir de la historia.

Algo similar ocurre con León Trotsky: líder de la Revolución Rusa, en 1905 ya era presidente de uno de los soviets más importantes de ese territorio tan extenso como atrasado; creó el Ejército Rojo, pero además, fue uno de los teóricos más relevantes. Presente en la reflexión y creación, y en la práctica, acompañó a Vladimir Lenin en la dirección revolucionaria.

Hace 80 años fue asesinado por el stalinismo en México, luego de que se lo expulsó de su país y tuvo que recorrer distintas regiones del mundo, perseguido, amenazado. Simultáneamente, sus hijos fueron liquidados. Sucede que, a pesar de toda esa situación, supo crear una oposición, la IV internacional; intervenir en los conflictos en Europa y en Estados Unidos. Plantear una perspectiva socialista donde el capitalismo seguía hundiéndonos en la barbarie.

Por todo eso, su vigencia y atracción es tan fuerte que sobre él tres o cuatro películas produjo Hollywood y hasta Netflix hizo su serie recientemente (bien que para denostarlo y falsificar sus acciones). Leonardo Padura escribió casi 600 páginas sobre su asesino, Ramón Mercader, en El hombre que amaba los perros. Nadie o muy pocos en su sano juicio pueden reivindicar a Stalin en la actualidad.

Sin embargo el trotskismo parece probarse con sus diagnósticos en un mundo tan, pero tan volátil, que por guerras, muertes o pandemias se apaga a medias, y de la aceleración pasa al delay. Aunque se utilizan diferentes nombres, trotskismo e izquierda son sinónimos.

Pero además, “el viejo” que criaba conejos en Coyoacán se dio el tiempo para pensar y reflexionar sobre el arte. Allí, precisamente, en la casa de Diego Rivera y Frida Kahlo, con la firma de André Breton, publican el Manifiesto por el Arte Independiente.

Y no es menor el tema, si se piensa que en la revolución bolchevique la cultura le costó la cabeza a poetas y a escritores y suicidios como los de Yesenin y Maiakovski. Debatir sobre la cultura proletaria generó divisiones violentas y la cárcel (por unos días) para el mismo Bogdánov, científico, médico, teórico y fundador de Proletkult. Hasta Anatoly Lunacharski, Comisario de Instrucción Pública, fue desplazado por Vladimir Lenin por su simpatía con el Proletkult (son conocidas las reprimendas del líder bolchevique por sus discursos alejados a la línea oficial). Lenin quería realismo, un arte que pueda ser comprendido, que reflejara la realidad. No quería saber nada con el cubismo, futurismo y expresionismo, con las vanguardias, en definitiva. Ni con un arte proletario, por eso libró una dura batalla contra el Proletkult, pretendiendo su sumisión al Estado. Pocos años más tarde, Stalin impuso el llamado “realismo socialista”.

Trotsky no creía en el arte proletario pero, aunque le disgustara, no acordó con la subordinación de los movimientos artísticos al Estado. En Literatura y Revolución (1923-24), Trotsky analiza que el arte debe abrirse su propio camino. “Sus métodos no son los del marxismo. El partido dirige al proletariado, pero no dirige el proceso histórico… el arte no es una materia en la que el partido deba dar órdenes”, advierte en textos escritos durante un período bélico.

En un artículo para la revista Partisan Review (en junio de 1938) insiste con claridad que un partido verdaderamente revolucionario no puede ni quiere asumir la tarea de dirigir y menos aún de dominar el arte, ni antes ni después de la conquista del poder. “El arte, como la ciencia, no sólo no busca órdenes, sino que, por su propia esencia, no puede tolerarlos. La creación artística tiene sus leyes, incluso cuando sirve conscientemente a un movimiento social. El arte sólo puede convertirse en un fuerte aliado de la revolución en la medida en que se mantenga fiel a sí mismo”, puntualiza. Casi simultáneamente escribe en On Literatura and Art (Nueva York) una frase que termina por definir su posición: “para desarrollar la creación intelectual, un régimen de libertad individual de tipo anarquista deberá establecerse primero. ¡Ninguna autoridad, nada de órdenes que procedan de arriba!”.

Un manifiesto

Un mes después de ese artículo, con André Bretón y Diego Rivera el 25 de julio de 1938, (la firma de Diego Rivera sustituyó a la de León Trotsky, por cuestiones tácticas) publican el Manifiesto como documento fundacional de la Federación Internacional del Arte Revolucionario Independiente (FIARI), organización que nunca funcionó. Según el testimonio de Breton, su manuscrito original reclamaba: “Toda libertad en el arte, salvo contra la revolución proletaria” y fue Trotsky quien, advirtiendo los “abusos que podrían hacerse de este último tramo de la frase (...) lo suprimió sin dudarlo”.

El teórico del pensamiento crítico Eduardo Grüner precisa (para que no queden dudas): “allí donde el surrealista propone la fórmula ‘Total libertad en el arte, salvo contra la revolución proletaria’, el bolchevique lo corrige drásticamente, limitando la fórmula (es decir, ampliándola al máximo) a ‘Total libertad en el arte’. Punto. Trotsky, otra vez para sorpresa de nuestros prejuicios, demanda, para el período de la construcción del socialismo, dirigismo estatal para la economía pero un ‘régimen anarquista’ (sí, dice anarquista) para el arte.

Ni cubismo ni futurismo

Pues bien. Aunque Trostky fue el único gran dirigente marxista que tuvo una posición democrática sobre el arte, ello no quiero decir que lo haya entendido.

Para todo lo que signifique o se familiarice con el futurismo o el cubismo, era sumamente crítico. Al igual que Lenin, pero en este caso, los cuestionamientos son precisos. En el capítulo cuatro de Literatura y Revolución, escribe (septiembre, 1922): “Maiakovsky, con sus versos complicados y rimados, testimonia el carácter superfluo del verso y de la rima, y promete escribir fórmulas matemáticas, aunque para eso ya tenemos a los matemáticos. Cuando Meyerhold, experimentador apasionado, especie de Bielinsky frenético del teatro, pone en escena movimientos semirritmados que ha enseñado a actores flojos en el diálogo, y cuando a esto lo llama biomecánica, el resultado es aborto”. En el mismo libro, el Monumento a la Tercera Internacional de Vladimir Tatlin (tal vez la obra más reconocida del constructivismo ruso) es sometido a su crítica: “No podemos aprobar los argumentos con que se justifica la estética de Tatlin. Quiere construir en vidrio las salas de reuniones para el Consejo Mundial de Comisarios del Pueblo, para la Internacional Comunista, etc. Las vigas de apoyo, los pilares que soportan el cilindro y la pirámide de vidrio -no sirven más que para eso- son tan mazacotes y tan pesados que parecen un andamio olvidado. No se entiende por qué están ahí”, analiza.

Hace 80 años fue asesinado uno de los grandes revolucionarios por el socialismo. Hay un legado teórico importante para la humanidad, pero, como con el propio marxismo, no debe adoptarse como dogma.

© LA GACETA

Jorge Figueroa - Doctor en Artes, periodista.

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