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Ciudad y poema en el filo del tiempo

"Cada habitante, en su desplazamiento dibuja una versión propia de la ciudad y esa travesía del cuerpo modifica el espacio", señala Raquel Guzmán, en esta columna
21 Nov 2020
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(*) Raquel Guzmán


Como una ciudad sitiada por la peste

mi corazón no dejaba /a nadie entrar.

(María Belén Aguirre en Antigua, 2020)


La ciudad es la forma que la humanidad eligió a lo largo del tiempo para sostener formas de convivencia organizadas. Emergieron con un perfil similar al actual a fines de la Edad Media, herederas de la antigua polis griega que hace referencia no sólo a un lugar, sino a una forma de vida. La ciudad trae consigo la figura del ciudadano, personas libres definidas así por los deberes y derechos que tenían en el estado. 

Desde la antigüedad encontramos también las ciudades de lenguaje, desde Henoc, fundada por Caín en el relato bíblico, Esqueria, la ciudad de los pacíficos feacios en La Odisea,  Macondo o Comala en la novela latinoamericana. Las ciudades literarias, a veces, se figuran a partir de ciudades geográficas específicas, Buenos Aires en la obra de Borges, La Habana en Paradiso de Lezama Lima, Cuzco en Los ríos profundos de José María Arguedas. Utópicas, distópicas, corpóreas, mágicas, las ciudades recuperan peripecias  restos, fragmentos, historias perdidas, sonidos, olores y al yuxtaponerlos fundan o disuelven los lugares. En ocasiones esos modos de describir se consolidan y desdibujan los conflictos de la sociedad: “Tucumán / ombligo / reloj / perfil futuro / dura luna de cobre / escarcha dulce / oro esférico / le hablo a tu natural de estrella / a tu espuela de luz en el liar del tiempo” (Adolfo Manzano “Poema” 1967 s/p).

En La invención de lo cotidiano (1996) Michel de Certeau analiza el modo como paseantes, vecinos, transeúntes se relacionan con la ciudad y considera que andar por este espacio es un modo de leerlo. No se trata sólo de mirar y comprender su trazado y sus formas sino de una manera que tiene el cuerpo de apropiarse de la ciudad. Se trazan así caminos y recorridos que pueden verse como redes de una escritura múltiple y diversa:

¿Quién me legó esta ciudad envejecida,

esta memoria de un tiempo

que no me pertenece?

Los paisajes que la noche inventa,

la reiterada porfía del mediodía ciudadano,

ocultan un antiguo cansancio

bajo la piel del tiempo

sobre las veredas.

Ahí donde mis pies repiten una huella penitente,

otra sombra pensó con tristeza

las cosas que hoy pienso,

las palabras que uso a diario,

la costumbre del verbo.

                        (Francisco Avendaño “Santiago del Estero” 2008)

Cada habitante, en su desplazamiento dibuja una versión propia de la ciudad y esa travesía del cuerpo modifica el espacio. Las historias se multiplican y se entretejen entre sí, la ciudad es, entonces, el resultado de las alteraciones que los caminantes instituyen cada día, los modos de percibir, imaginar, recordar o de resolver las necesidades de la vida cotidiana. La ciudad, entonces, se vuelve densa y plural.

Atravesar la ciudad.

Clavarle un cuchillo.

Romperla a fuerza de pala.

Arrancarle las entrañas calles.

Aspirarle las luces sangre.

Deslizar mí gusana cuerpa.

                        (Fernanda Salas “(viernes)” 2019)

Se trata además de un territorio donde se divide lo propio y lo ajeno, lo privado y lo público, el núcleo y las fronteras. El trazado de esos límites se relaciona con el imaginario de la cultura, las representaciones consolidadas o polémicas, la economía y las tensiones sociales que instituyen modos de apropiación de ese espacio.

El charco del ojo aprisiona la basurita. Arruga la cara y deforma el contorno de las cosas.

Llueve en la Tacita de Plata. En las periferias, la borra de café acumula desprecios. Nadie sabe más que el río: encauza éxodos de dolor, se lleva tanta mugre.

Cómo nos pesa la frontera.

                        (Martín Aguierrez “Bordes I” 2020)

La potencia de ese deslizamiento de los cuerpos ha quedado en evidencia con el vaciamiento de las ciudades en esta pandemia. No ha cambiado la arquitectura,  ni el trazado de las calles, ni los colores de la cartelería, ni los personajes de esculturas, sino que la ausencia de cuerpos circulando instaló el vacío, la borradura de los trabajos invisibles que la sostienen, sus colores y sonidos. 

Un gong se ha oído en todo el mundo.

Un silencio se ha oído en todo el mundo.

A las calles vacías,

la multitud se asoma por detrás

de los cristales empañados.

Se detiene el reloj y el tiempo sigue

girando en torno de sí mismo.(…)

Grita la humanidad y no se oye

porque grita hacia dentro.

                        (Rafael Guillén “Las calles vacías” 2020)

La poesía habla de la ciudad, la describe, la representa, pero es parte de ella,  circula en libros, posters, graffittis, tarjetas, afiches, avisos; está presente en lecturas públicas, bibliotecas y escuelas. La figura de poeta también es parte de la escena urbana, en medios de comunicación, recitales, entrevistas, encuentros de escritores, ferias de libros; o la difusión a través de blogs, revistas virtuales, y redes sociales. Poema y ciudad se entrecruzan, se escriben mutuamente y van mutando sobre el filo del tiempo.

(*) Doctora en Letras. Directora del Proyecto De la Democracia al Bicentenario: Relevamiento crítico de la literatura del NOA (1983-2016). radallac@yahoo.com.ar 

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