¿Perdonarías a alguien que mató a tus padres y hermanos? ¿A alguien que mató a tus amigos y familiares? ¿A alguien que violó a todas las mujeres que conocías? La historia de Inmaculeé Ilibagiza es la de una sobreviviente del genocidio de Ruanda. Pero, sobre todo, la de una mujer que predica el perdón, el amor de Dios y la paz.
El 6 de abril de 1994, la noticia de la muerte del presidente de Ruanda, Juvénal Habyarimana, desencadenó uno de los genocidios más sangrientos de la historia del siglo XX.
En ese país africano de 10 millones de habitantes, una falange extremista de la tribu mayoritaria de los hutus salió a las calles con la idea de aniquilar a sus compatriotas, los tutsis y a los hutus moderados, que no apoyaban el régimen de Habyarimana. Históricamente, la población de Ruanda estaba compuesta por el 80% de hutus y el 20% restante se dividía entre tutsis y pigmeos. No tenían diferencias étnicas visibles, ni ideologías que los alejaran hasta que arribaron a esas tierras los belgas. Y la historia cambió por completo.
Fueron 91 días de puro infierno: corridas, llantos, sangre y fuego. Se calcula que durante esos meses más de 800.000 tutsis fueron asesinados, casi la totalidad de la tribu. Solo los que pudieron esconderse muy bien lograron sobrevivir. Una de ella es Inmaculeé Ilibagiza, que cuando estalló la matanza había ido a pasar las Pascuas con su padre, su madre y sus hermanos. El 7 de abril fue la última vez que los vio. Tenía 22 años y una familia, vecinos y amigos que constituían sus afectos. Hoy, se dedica a viajar por el mundo pregonando el poder del perdón. Ella logró huir y perdonar a los verdugos de su familia. Escribió un libro: “Sobrevivir para contarlo. Cómo descubrí a Dios en medio del holocausto de Ruanda”. LA GACETA la entrevistó antes de la charla que ofrecerá próximamente en Salta.
“El perdón fue un proceso. Yo estaba muy enojada y esa ira me estaba haciendo daño. Empecé a rezar el Padrenuestro y sentí que le estaba mintiendo a Dios cuando le decía: “y perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
- ¿Cuándo sentiste que habías perdonado?
- Empecé a pedirle a Dios que me ayude a dejar ir la ira. Pero yo estaba luchando con Él en mi corazón. “¿Cómo voy a perdonar? Es imposible!”. Un día, meditando las palabras de Jesús, pude comprende qué significaba eso de “perdónalos porque no saben lo que hacen”. Esto se aplicaba a mí también. No podían saber lo que estaban haciendo ¿Cómo se puede matar a un niño y saber lo que se está haciendo? Pensar de esa manera me hizo dar cuenta de que no puedo competir con el mal, ser malo porque alguien más lo es. Con esa comprensión, les perdoné. Llegué a conocer el poder de la oración y oré por ellos.
- ¿Te sentiste bendecida por haber perdonado?
- Sentir odio y rencor, sin importar cuánta razón tienes es terrible. Me siento agradecida con Dios por haber encontrado la paz, por darme la gracia de perdonar. Si yo lo hice, cualquiera puede.
Inmaculeé sobrevivió escondida durante tres meses en el baño de un pastor junto a otras siete mujeres. En ese habitáculo de 91 centímetros por 1,22 metro permaneció en cuclillas, con la misma vestimenta y conviviendo con el miedo que se le clavaba en el cuerpo como mil agujas. Rezó y rezó aferrada al rosario que le había dado su padre. Escuchó cómo aquellos que habían sido sus vecinos, ahora gritaban su nombre y la buscaban para matarla. Y le pidió a Dios que la salvara. Le imploró que no la dejara morir así. “Así no”, le decía.
Y Dios la escuchó. Cuando el infierno de Ruanda terminó, Inmaculeé salió del baño pesando 29 kilos, pero viva. Esa experiencia extrema la impulsó a llevar al mundo un mensaje de amor, paz y perdón. Paradójicamente, en ese baño transitó el camino interno hacia el perdón. Recordó lo que había dicho Jesús cuando estaba en la cruz clavado y moribundo: “Perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
- ¿Qué imagen nunca te va a abandonar?
- Nada en particular me viene a la mente. Recuerdo todo alrededor del genocidio como si fuera ayer. Mi familia, nuestras charlas, sus olores, lo que vestían, pero si tuviera que pensar en algo que no me abandona son mis sueños sobre Jesús en el baño. Ellos me fortalecieron y lo hacen todavía hoy. El momento que mi padre me entregó el Rosario, también.
- ¿Qué quieren saber aquellos que escuchan tus charlas?
- La gente quiere saber cómo hice para perdonar, cómo le recé a Dios y dónde están las otras mujeres.
Inamculeé agrega que a pesar del tiempo que permanecieron juntas en ese baño, nunca establecieron un vínculo estrecho. Algunas mujeres ya murieron.
- ¿Cómo ves al mundo?
- Veo que toda las sociedades tratan de tener una mejor vida, pero algunos usan caminos equivocados.
Inmaculeé dice que solo quiero ayudar mediante su experiencia. Agrega que todos estamos llamados a lo mismo: amar y vivir una vida honesta. Porque si a uno le va mal puede terminar afectando al resto.
El terreno del odio
Un imperio que abonó la división basada en las diferencias étnicas