Sociedad

Pochoclo con miel: así es la versión salteña de una golosina milenaria

En las esquinas de la peatonal Alberdi o en La Florida, los carritos tradicionales se disputan el público. Conocé los secretos. Mirá el video.
07 Ago 2016
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Lo comían los mayas, los aztecas, los toltecas, lo buscan los chicos a la salida de la escuela, los que pasan cerca de un parque, los antojados de algo dulce, los ansiosos y los que tienen tiempo. Se encontraron rastros de su existencia en tumbas de más de cinco mil años de antigüedad, debajo de las butacas de los cines, en los bolsillos de los delantales y los bancos de las plazas. El que come pochoclo siempre deja huellas y hacerlo es parte del encanto generoso de su sabor.

En la competencia de las golosinas callejeras, el pochoclo, las palomitas, el pororó o popcorn (si lo compraste en algún complejo de cine) le gana por goleada a todas las demás. Si lo probás en Salta, la tradición local le aporta a la historia del pochoclo una versión irresistible: el pochoclo con miel, que se consigue con una fórmula siempre secreta, de proporciones misteriosas entre azúcar, aceite, esencias de coco o vainilla y alguna parte no especificada de miel.

En las esquinas de la peatonal Alberdi, o en La Florida, los carritos tradicionales se disputan un público siempre fiel, que abunda durante la mañana, afloja en las primeras horas de la tarde y vuelve a hacer colas para conseguirlo antes de que termine el día.

La porción va siempre en bolsita, más o menos grande, en general a medida de lo que puede abarcar una mano y en precios que van desde los $5 hasta los $15, con promociones si se llevan dos o más paquetes.

Según sus fabricantes, casi todas mujeres, casi todas tímidas y que prefieren no dar sus nombres, el tiempo para preparalo ronda los tres minutos, calentados a pedalera en ollitas de lata que hacen un sonido extraordinario mientras sueltan el olor que atrae a los adictos. El pochoclo es la masa esponjosa que esconde el maíz dentro de una cáscara muy gruesa. Tan gruesa que sólo explota a 175 grados, cuando la humedad interna genera una presión de nueve atmósferas y el pobre maicito no le queda otra que sacar afuera todo lo que tenía dentro.

La esponja blanca y pegajosa, nacida del exceso de presión, con textura un poco crocante y ultra seca, es un producto que dicen que fue descubierto en México por los primeros domesticadores del maíz, hace más de nueve mil años, y que conseguían con el uso de arena, con el calor de la fricción o de la ceniza ardiente del rescoldo.

Desde entonces y desde allá, hasta ahora y hasta aquí, el pochoclo no entrega la corona de favorito entre los que necesitan masticar mientras miran una película.



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