“Pienso si no será mi ángel ese animal aplastado que se ve por el camino, o esa mariposa que se rompe contra el parabrisas”.
Así empieza La Paliza, la nueva novela de Marcos Apolo Benítez. Quienes ya habían leído Chaco, Odio en El impenetrable, quizá hayan abierto estas páginas sabiendo lo que les esperaba, para los otros lectores, las palabras les deben haber llegado como un golpe sorpresivo del que cuesta recobrarse.
No adelantemos demasiado de la trama. Hay un niño y su familia y una finca con sus peones. Y el motor de la historia es la lucidez de ese niño que ha desarmado cualquier idea de inocencia y de infancia. “A veces juego con otros niños. Me aburren. Juegan a ser niños. Todavía creen en la protección de sus padres. Juegan a que cuando sean grandes van a seguir siendo niños al cuidado de sus padres disminuidos. Pero sus padres no pueden cuidarlos porque ellos mismos también son niños. Desesperados por ser como sus padres, así de niños. Yo no quiero ser como mis padres, porque no quiero ser disminuido. Todos los adultos son disminuidos. Tienen miedo de morirse, de que se les mueran sus padres y que también se les mueran sus hijos; y de tanto miedo van matando todo”, dice el niño-narrador.
Esa lucidez del niño no solo ha carcomido toda construcción posible de infancia, sino que además muestra la endeble construcción del mundo de los adultos. Es decir: siente que no encaja y sabe que no encajará en esa ficción llamada normalidad.
“… También se mezcla la risa de los hombres que llega del comedor. Aunque sus risas parecen gemidos de miedo y pena. Escucho sus risotadas. Sus chistes sin gracia. Su infeliz festeo. Sus enojos. Sus negocios. Sus vidas me asustan. Aprendo a no aprender nada de ellos”, dice.
La finca, el campo, el interior. No son el mero telón de fondo para que conozcamos a esta familia en descomposición. Tienen un rol fundamental. Son lugares donde la muerte, la degradación no son ideas lejanas o que se ven en la televisión, sino posibilidades concretas, visibles.
Lejos de lo políticamente correcto, el chico opina: “… La gente del campo parece despreocupada y feliz. No les molesta la pobreza ni la mugre ni el jabón en pan ennegrecido, ni la palangana con agua sucia ni sus ropas gastadas ni las vinchucas en sus casas. Su pobreza los mantiene aislados del mundo a la vez que su aislamiento los empobrece”.
Hay mucho más para decir de La Paliza. Solo queda advertir que quien abra estas páginas ingresará a un mundo de degradación y podredumbre que los va fascinar.