El aborto en primera persona: “no me arrepiento de lo que hice pero lograrlo fue un calvario”

Una salteña comparte la experiencia de haber abortado en la clandestinidad. Por su decisión puso en riesgo su vida y fue discriminada.

01 Jun 2018
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Foto ilustrativa

“Retirate de acá o llamo a la policía”, le dijo la farmacéutica que la atendió cuando quiso comprar la "pastilla abortiva" (misoprostol). Estaba desesperada y triste. Su única compañía era el taxista que la llevó desde el consultorio del médico que le confirmó su embarazo hasta el Bajo salteño. Se sintió empujada a recurrir a la clandestinidad para buscar la solución que la libere de lo que sentía como una condena: la maternidad forzada.

“Estoy convencida de la decisión que tomé, nunca dudé, pero poder lograrlo fue un calvario”, destaca la mujer salteña que en 2011 eligió abortar.

Su cadena de padecimientos, discriminación y riesgos comenzó con un abuso sexual. Después de golpearla, su novio la obligó a tener relaciones sexuales sin protección. “Nos habíamos peleado y fui a su casa para hablar. Quería terminar esa relación que era tóxica. Me pegó una cachetada y me obligó a estar con él. Al toque me di cuenta de lo que había pasado pero no me animé a contárselo a nadie”, recuerda. En ese momento no dimensionó que había sido víctima de un abuso porque lo que vivió después la obligó a ocuparse de lo sentía era más urgente.

Semanas después percibió que estaba embarazada y fue al ginecólogo para confirmarlo. “Me dijo que estaba esperando un bebé y me aconsejó que aproveche la oportunidad porque ya estaba en edad de ser mamá”, recalca. Ella no quería un hijo. Estaba sola frente a una maternidad que no elegía. Y el miedo le atravesó el cuerpo y el alma.

El riesgo de buscar ayuda en la clandestinidad

Salió del consultorio y tomó un taxi. Lo primero que se le vino a la mente fue buscar ayuda en alguna prostituta de la zona sur de la ciudad. “No podía contárselo a nadie. En ese momento pensé que si alguien sabía de abusos y abortos eran las prostitutas. Con ellas podría hablarlo sin filtros”, cuenta.

A mitad de camino se bajó en algunas farmacias para probar suerte y comprar el misoprostol. En una la echaron como si fuera una delincuente: "Retirate de acá o llamo a la policía", le dijo una farmacéutica. “No paraba de llorar y me preguntaba cómo podía ser que yo, una chica buena, estudiosa y católica esté pasando por eso. Siempre lo había visto como algo lejano”, detalla.

Cuando llegó al Bajo habló con la primera prostituta que encontró. La mujer la llevó a una enfermera, que en el living de su casa y durante cuatro días le aplicó inyecciones que no le hicieron efecto. “Tenía tanto miedo que no podía respirar. Pensaba que si me asaltaban o me apuñalaban en el Bajo era lo mejor que me podía pasar. Ya estaba jugada. Ni siquiera sabía qué me habían inyectado. Tenía miedo de morir en el intento pero también me quería morir si no encontraba una solución”, confiesa.

Con cinco semanas de embarazo, la única opción era la pastilla pero ya había comprobado que no podía conseguirla por la vía “normal”. En el Bajo la contactaron con un transa de la zona que se la podría vender. Lo buscó y, sin dudarlo, compró la píldora. “Para tomarla seguí las instrucciones que él me dio. Fui a mi casa, busqué en internet un poco más de información y a la noche la tomé. Me acosté a dormir pensando que sea lo que Dios quiera. Me prometí a mí misma que si todo salía bien nunca nadie se iba a volver interponer en mis sueños y desafíos”, remarca.

¿Qué pasa con mi cuerpo?

Al día siguiente amaneció con fiebre y vómitos. Después vinieron las contracciones y las pérdidas. Estaba sola en su casa aunque para ella era lo mejor porque su familia no sabía lo que le estaba pasando. En realidad nunca pudo hablarlo con nadie, hasta ahora. A la tarde, después de atravesar horas de dolor e incertidumbre, expulsó el feto.

Todavía estaba aterrada. Supo que ya no estaba embarazada pero luego temió por su vida al pensar que podría haberle quedado algo mal en su cuerpo. Tenía que hacer una consulta pero no podía volver al mismo ginecólogo. Entonces se animó a contárselo a una amiga que le recomendó una médica “con mente abierta”. “La doctora me explicó que me tenía que hacer una ecografía para ver si me había quedado algún coágulo de sangre y si había que hacer un raspado”, recuerda aunque admite que en ese momento estaba entre ausente y aturdida.

Mentir para no terminar presa

Con una orden fue a hacerse el estudio pero tuvo que mentirle al ecógrafo. Le dijo que estaba casada y que tenía muchas ilusiones con el embarazo pero que esa mañana había tenido pérdidas. “Si él se daba cuenta que había abortado iba a llamar a la policía pero si no me hacía la eco podría exponer mi salud. De las dos maneras podía terminar mal, no tuve opción”, agrega.

El médico ratificó que lo había perdido. Aunque ella ya lo sabía, lloró del alivio cuando confirmó que en su cuerpo no había secuelas. Ya podía retomar su vida. Dice que lo suyo fue una cuestión de suerte.

Tiempo después cumplió su promesa. Se mudó al extranjero y comenzó a trabajar de lo que realmente le gusta. “Enterré lo que pasó en algún lugar de mi memoria y seguí adelante. Hoy pienso que uno a veces desde un lugar de privilegio pierde la empatía con otras realidades. Yo en ese momento tuve los $5000 para comprarle la pastilla al ‘dealer’ pero hay mujeres que no tienen esa posibilidad y mueren. Me pone mal cuando escucho o leo a mucha gente decir que las mujeres tienen que hacerse cargo de lo que les pasa como si fuera un castigo para nosotras”, vuelve a reflexionar.

Ocho años después todavía puede sentir ese desgarrador miedo que no logró paralizarla y que, al contrario, la fortaleció. Le puso el cuerpo al aborto clandestino, sin la ayuda de un médico que la acompañe sin juzgarla y arriesgando su vida en cada decisión desesperada. Y por eso hoy milita a favor del proyecto de ley de interrumpción voluntaria del embarazo en Argentina. Esa es su forma de sanar el calvario que vivió. 

Los datos crudos detrás de la historia

En Salta no hay estadísticas oficiales sobre cantidad de abortos realizados en la provincia. Los datos que se conocen surgen de estudios realizados a nivel nacional y son los siguientes:

-Según un relevamiento realizado por el Ministerio de Salud de la Nación en 2016, Salta fue la segunda provincia con más muertes maternas por aborto. Los datos están publicados en el sitio web de la Dirección de Estadísticas e Información de Salud (DEIS). En este sentido es importante destacar que el estudio contempla únicamente los casos registrados por la entidad nacional y desconoce a todos los que se hicieron de modo clandestino en el país.

- Salta es la provincia con la tasa más alta de incidencia de egresos hospitalarios por abortos en mujeres menores de 25 años y ocupa el segundo lugar en cantidad de casos, detrás de Buenos Aires. Lo reveló un estudio realizado por de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) expuesto por Marcos Peña en mayo de 2018 durante la presentación del informe anual del gabinete ante el Congreso.

-En mayo de 2018, el gobernador Juan Manuel Urtubey derogó el decreto provincial N°1170/12 que limitaba la interrupción de embarazos hasta las 12 semanas, y de esta manera adhirió al Protocolo para la Atención Integral de Personas y el Derecho a la Interrupción Voluntaria del Embarazo.

El mandatario tomó la decisión luego de conocerse el caso de una niña de 10 años que fue violada por su padrastro y quedó embarazada. La menor, que en aquel momento transcurría la décimo novena semana de gestación, no podía acceder a un aborto porque dicho decreto se lo impedía.

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