Los invisibles: las historias de quienes duermen en la calle

Día a día conviven entre la indiferencia de la mayoría de las personas, la violencia y las adicciones al alcance de la mano. Pasan sus noches a la intemperie en el centro salteño.

03 Ago 2018
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Por Iván Rodríguez

Muchos pasan y no los ven. O hacen de cuenta que no están, quizás para evadir la responsabilidad de hacer algo por ellos.

El miedo, la indiferencia, la condena social o el egoísmo propio de una sociedad a la que no le gusta mirar a un lado condena a algunos a permanecer en las sombras.

Según los datos que maneja la Fundación Sí, que recorre las calles constantemente asistiendo a las personas que pasan sus noches a la intemperie, solamente en la zona del macrocentro salteño hay al menos 33 personas que no tienen un hogar.

Pero cada uno de ellos guarda una historia. Las heridas de un pasado que los persigue, conflictos familiares y judiciales, falta de trabajo y de oportunidades y la violencia que los acecha todo el tiempo son solo algunos de los factores que los llevaron a su situación actual, de la cual es difícil volver.

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El Parque San Martín es uno de los lugares donde las personas en situación de calle encuentran un sitio para recostarse a la noche. Sobre un cartón, amontonados, y cubiertos con unas pocas colchas le dan batalla al frio ya  la indiferencia de la sociedad.

Allí pasan sus días Ángel y Rosana, cuyas historias encontraron un punto común al encontrarse solos y en la calle.

Ellos comparten colcha con al menos dos personas más durante cada noche. Y durante el día se reparten entre todos la comida que consiguen.

Entre las 16 y las 17 es el horario en que cierran la cocina del hospital San Bernardo, situado a unas pocas cuadras del lugar donde Ángel y Rosana pasan sus días. Ellos lo saben y allí se dirigen para pedir las sobras de la comida.

La otra opción son las parrilladas de la avenida Yrigoyen en donde, de vez en cuando, consiguen los restos de la comida que a otros les sobró.

El día a día

En esta época en donde días llegan con fríos intensos, Ángel y Rosana se levantan cerca del mediodía, cuando el sol calienta un poco más y la temperatura aumenta.

Cada día salen a ganarse la vida cuidando autos y lavándolos en la zona cercana a la cancha de Gimnasia y Tiro. De esa manera consiguen unos pocos pesos que casi siempre van destinados a comprar comida, aunque ellos mismos afirman que en otros casos compran bebidas alcohólicas o cigarrillos.

Estar cerca de la Terminal les da la ventaja de poder usar un baño de forma gratuita en donde pueden asearse, aunque alejarse de su lugar puede ser contraproducente ya que constantemente son víctimas de robos de las pocas cosas que tienen.

“Hay gente que te roba, hay gente dañina. En la calle no podes confiar ni progresar” cuenta Rosana Flores a LA GACETA. La joven mujer también admite: “Es verdad que algunos se portan mal, se toman un vino y hacen giladas”.


Cada vez peor

“Hoy no hicimos nada de plata”, comenta con decepción Ángel, mostrando sus manos vacías. Es que la complicada situación económica por la que atraviesa el país tiene un impacto enorme sobre las realidades de los más vulnerables.

“En un buen día hacemos entre $250 o $300 pero no nos alcanza, llegamos con lo justo”, agrega el hombre que hace algunos meses quedó en la calle.

Además cuenta que el número de personas en su misma condición no deja de crecer.

La calle como hogar

Ángel duerme en el Parque San Martín hace cinco meses y llegó a esta situación luego de problemas familiares y judiciales.

Tiene 43 años y hace ocho años se separó de su esposa. En ese momento su vida empezó a caer en picada.

La exclusión del hogar que le impuso la Justicia lo llevó a buscar sitio pero el único cobijo que encontró fueron los árboles del parque, lo más parecido que encontró a un techo donde resguardarse de las lluvias y de las heladas.

Rosana tiene 25 años y vivió casi toda su vida en el barrio Juan Pablo II de la zona norte de la ciudad.

“Creo que uno cae en eso (la droga) porque no tiene de qué ocuparse” indica la joven que fue mamá a los 19 años y tiene dos hijos.

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Con tristeza recuerda: “me sacaron a mis hijos de mis brazos”, debido a una medida judicial que se tomó ante su adicción a la pasta base y las 17 causas que la mantienen al borde de terminar tras las rejas. “Una más y me quedo adentro”, agrega.

Rosana admite que alguna vez robó pero ya no quiere eso. "No quiero hacer daño, prefiero salir a pedir”, enfatizó.

Por su parte, Ángel trabajó en la construcción y también en un lavadero de autos aunque después quedó desocupado y en la calle.

La joven afirma que su adicción a la pasta base le trajo problemas de salud. “Hasta llegué a escupir sangre”, recuerda y afirma que solo quiere un trabajo. "Cualquier trabajo, hasta para limpiar pisos”.

Hace un año que vive en el parque, luego del fallecimiento de su madre.

La indiferencia y la discriminación

“La gente te corre, te discrimina, algunos te putean”, indica Rosana. Y es que una de las barreras más grandes que encuentran a la hora de pensar en la reinserción social es la discriminación y la mirada acusadora de la sociedad.

Luego, la joven admite que cuando salen a pedir “algunos son piolas y te dan bien”. Asimismo expresa que cuando a cualquiera de ellos le dan comida, deben compartirlo entre cuatro o cinco. “Acá se comparte” dice.


La droga, la violencia y la soledad

Ángel comenta que la mayoría de los que vivían en el parque están presos “porque se cirquearon” y hoy queda un grupo que puede variar de integrantes siendo desde cinco hasta 12 o 15.

La violencia, el alcohol y las drogas forman parte de su cotidianeidad y están ahí al alcance de sus manos como un botín que pueden obtener fácilmente.

Rosana empezó a consumir pasta base desde los 13 años y afirma que “todos estos años e arruiné la vida por fumar”. Casi en la misma época en que falleció su mamá también murió su esposo producto de los problemas de salud que le acarreó su consumo de pasta base y alcohol.

Desde pequeña la violencia se le metió dentro como algo difícil de sacar. “Mi papá nos pegaba mucho a mi mamá, a mí y a mis hermanos” cuenta y recuerda” ahí empezó mi camino con las drogas”.

“Yo lloraba, me desahogaba chupando o drogándome agrega Rosana para luego afirmar que “me sentía sola y vacía”.

Su infancia estuvo marcada por los golpes de su padre y la necesidad. “Mi viejo nunc me dio lo que necesitaba, nunca tuvimos día del niño ni tampoco hubo navidades donde estrenemos ropa” recuerda. Además cuenta que “mi papá me golpeó toda la vida, y uno queda resentido”.

Rosana afirma que hace dos semanas que no fuma pasta base luego de un proceso de desintoxicación por el que pasó en el hospital del Milagro. “Quiero cambiar mi vida” expresa y relata que durante la internación rezaba todos los días “para que Dios me dé más fuerzas”.

Conseguir trabajo

Tanto Ángel como Rosana afirman que lo que más desean es conseguir un trabajo. “Cuando uno tiene trabajo puede tener sus cosas. Dormís tranquilo”, dice el hombre y cuenta que dormir en la calle es difícil porque siempre está expuesto a muchas cosas, desde ser llevado por la Policía para averiguación de antecedentes hasta sufrir robos.

El primero de los casos implica tener que volverse caminando al parque luego de ser liberados en la zona norte de la ciudad.

“Me gustaría conseguir un trabajo, quiero ganarme la vida, aunque sea limpiando pisos”, reitera Rosana y afirma que de esta manera sus hijos se van a sentir "contentos”.

La joven sueña con vivir la vida "normalmente", con sus hijos.

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