Sin trabajo y sin posibilidades de pagar un alquiler, Walter y Paola se vieron obligados a vivir en carpas con sus nueve hijos. El lugar que fue su hogar durante los últimos seis meses fue el Camping Carlos Xamena, en la zona sur de la ciudad y, en ese tiempo, su techo fue la lona de las carpas y el único calor que recibieron fue el de las fogatas con carbón que realizaban para cocinar.
Pero todo parece estar concluyendo para bien ya que, desde hoy, Walter Bulacio y Paola Castro tendrán un hogar con paredes de ladrillos y un techo de verdad, ya que un grupo de abogados de la Fundación Revelares, a través de un recurso de amparo presentado ante la Justicia, consiguió que el IPV les otorgara una casa.
La noticia llegó junto a otra novedad importante para la familia: hace pocos días se enteraron que Paola está embarazada y decidieron que la criatura que está en camino se llame Milagros, porque viene con el milagro de una casa, afirma Walter.
Desempleo y falta de oportunidades
Walter y Paola tienen diez hijos, de los cuales ocho están viviendo con ellos. Los dos mayores trabajan y los más chicos aún van a la escuela.
Vivían como una familia normal hasta que el desempleo y la falta de oportunidades comenzaron a traerles problemas que, creyeron, se solucionarían al corto plazo.
"Cuando una familia es tan numerosa, se complica conseguir un alquiler", afirman Walter y Paola, quienes están en pareja hace 21 años y soñaban con tener una casa propia desde aquél tiempo.
Un departamento en barrio Juan Pablo II les quedó chico y se vieron forzados mudarse al barrio Intersindical hace dos años. Pero pronto decidieron irse al camping de forma provisoria ya que no les alcanzaba para pagar el alquiler.
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Con la esperanza de que el hombre de la casa conseguiría trabajo pronto, acomodaron unas carpas, pusieron un toldo y se instalaron. No se imaginaron que el padecimiento duraría tanto.
“En diciembre entregamos la casa en el Inter y yo, para esa época, ya no tenía trabajo. Me la rebuscaba cortando el pasto, Paola hacía algunas masitas y no solventábamos un alquiler”, recuerda Bulacio.
Un diez de diciembre llegaron al camping Carlos Xamena, “tuvimos que venir aquí, fue la única opción”, afirma Walter.
Pero las tormentas fuertes y la llegada de las fiestas de fin de año los hicieron desistir de la idea de quedarse más tiempo en ese lugar y se fueron a vivir con la madre del hombre.
El trabajo no llegaba y el lugar les seguía quedando chico, mientras que la propietaria quería sumarle a su madre un costo adicional al alquiler, por lo que no les quedó más opción que armar las carpas de nuevo en el camping.
Así fue que en febrero se instalaron nuevamente en el Xamena. “Mucha gente nos criticó por los medios, hablaron muchas cosas. Yo trabajaba, mi hijo tenía tres trabajos, nos complementamos mucho para llevar esto adelante porque se nos hizo muy pesado, no era como vivir en una casa”, expresa Walter.
Una ilusión para quitar dramatismo
Los primeros días en el camping no fueron tan complicados, ya que aún el verano le daba color a los días, la pileta entretenía a los chicos y los padecimientos podían camuflarse un poco.
“Primero fue algo lindo, fue como acampar en verano, vacaciones, los chicos en la pileta. Pero, a las dos semanas, se empezó a poner pesadito, complicado, ya no nos gustaba ni a nosotros ni a los chicos. Nos sentimos incómodos y molestos”, dice el padre de la familia.
La cotidianeidad se hizo una dura carga y ya no había cómo disimular la necesidad de un hogar. Hasta comer se hacía más difícil en el Xamena.
“Se hizo muy feo y muy drástico estar acá”, comenta Bulacio y agrega que no les quedaba otra opción: "teníamos que aguantar con la esperanza de que solucionaríamos todo el problema nuestro y saber que teníamos que lucharla si o si por los chicos”.
Soportando el clima y conviviendo con bichos
“Lo más duro de estar acá fueron las necesidades que pasamos, sobre todo los chicos: los bichos por ejemplo”, comenta Walter. Las fuertes lluvias del verano hicieron que un vendedor de helados del camping le prestara a la familia -que durante una tormenta perdió casi todos sus bienes- una pequeña casilla que servía de almacén durante la temporada turística.
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Walter y Paola acomodaron tres colchones y se amontonaron en el pequeño lugar para resguardarse de las lluvias.
“Un día mi mujer estaba acomodando la ropa y cuando levantó una prenda cayó un alacrán”, cuenta Walter. “Era grandecito esa fue una bastante fea”, agrega.
Cocinar y tener para comer todos los días tampoco fue fácil para esta familia, que además tenía que pagar $225 diarios al camping. “Ahora nos prestaron una pava y un anafe eléctrico pero antes era levantarse a hacer el fuego, calentar el agua y hacer el té. Comprábamos carbón y usábamos un poco de maderas. Lo mismo a la hora de comer”, relata el padre de familia.
“Hay bichos que ni nos imaginábamos que existían, es difícil tener picaduras con los chicos alérgicos, a mi hija la más chiquitita le picaban el pie y se le hinchaba”, señala Walter.
Por otro lado, la llegada de los días fríos, hizo más duros los días en el camping, “estos días estuvieron fatales. Los teníamos adentro de la piecita a los chicos, estaban resfriados, con tos. Anoche mi cuñada se los llevó por el frío que hacía”, continúa Bulacio y define su situación con estas palabras: “realmente una tortura estar acá”.
Sueño cumplido
“Hace menos de un mes tuvimos contacto con la gente de Revelares, que se empezaron a mover, y se pusieron a pelearla y consiguieron que el IPV nos dé una casa”, relata Walter.
El organismo de gobierno aseguró que en menos de un mes les darán una vivienda en Barrio La Lonja, pero mientras tanto les dieron a la familia de Walter y Paola una casa en barrio Parque Belgrano, según cuenta el matrimonio.
Hoy tendrán un hogar nuevamente. La emoción y la alegría de esta familia son tan grandes como la esperanza que los llevó a aguantar tanto.
“Es indescriptible al alegría, cuando nos dieron la noticia, los dos lloramos de emoción al saber que llegamos al final de la lucha, fue una larga lucha, fueron seis meses eternos, para nosotros fueron años”, dice Walter.
Sus hijos recibieron la noticia con mucha emoción. “Cuando vinimos ayer y les dijimos, se pusieron contentos y nos hacían preguntas: dónde es, cómo es la casa, qué podemos hacer, si podemos salir a jugar afuera. Felices los chicos” dice su papá y además agrega: “a partir de ahora es una vida distinta”.
El trabajo que no llega
Walter es maestro pastelero, y afirma que está dispuesto a hacer cualquier trabajo porque aprende rápido, tal como el lo explica. “Lo siguiente es tratar de conseguir un trabajo estable y digno para mí. Estoy dispuesto a hacer cualquier cosa, no sé cómo hacer una casa pero si me explicás como hacerlo, lo hago. Tengo mucha predisposición y me doy bastante maña a la hora de trabajar”, dice.
Walter es diábetico, una barrera que muchas veces le impide conseguir trabajo, aunque puede hacer cualquier actividad. “Soy diabético desde hace 20 años y hasta el día de hoy no entiendo cuál es la incapacidad, puedo trabajar a la par de cualquiera, hacía turnos de hasta 16 y 24 horas”, afirma Bulacio.
Si la esperanza los llevó a conseguir un hogar, seguramente es lo mismo que los ayuda a pensar que llegará el trabajo y podrán pronto seguir mejorando su calidad de vida.