LA CARA DETRÁS DEL VOLANTE. Por Mariano Cattaneo.

18 Oct 2018
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Ilus de Piero De la Franchesca.

LA CARA DETRÁS DEL VOLANTE

-Mariano Cattaneo-


La noche era más cerrada que de costumbre. El cielo parecía un techo de cemento y todo anunciaba que en breve se desataría una tormenta. No había luna a la vista y la ausencia de estrellas, reducían la visión del camino a los pocos segmentos iluminados por los faroles anaranjados al costado de la ruta.

Eran las 3 de la mañana y Ricardo se precipitaba sobre el acelerador del auto sin descuido. El marcador indicaba que estaba llegando a los 150 km por hora en una vía de máxima 130km. Como en la ruta no había nadie más y estos caminos no tenían cámaras ni radares de velocidad, se dio el lujo de apretar el pedal para llegar lo antes posible a su hogar. Las Grutas habían quedado atrás y por delante tenía unas ocho o nueve horas de camino hasta llegar a Bariloche.

Luego de una curva cerrada se vio sorprendido por un auto que estaba detenido en su carril. Pudo reaccionar a tiempo y pisó el freno, sacó el cambio y trató de reducir su velocidad antes de impactar con el auto detenido. Descubrió que el auto delante de él no estaba quieto, aunque iba a unos 40 km por hora. Un auto de color negro, antiguo, de unos 30 o 40 años atrás.

Ricardo se impacientó. ¿Porque ese sujeto iba en el carril rápido a tan poca velocidad, si a su derecha estaba el carril lento? Comenzó a hacerle luces para que le cediera el lugar.

Claro que podía cruzar el carril y sobrepasarlo. Pero a Ricardo le enojaba la actitud del conductor, sentía que lo hacía a propósito. Comenzó a tocar la bocina y le acercó el auto con violencia. Del automóvil negro, se asomó una mano. Le pareció ver que tenía colocado unos guantes blancos. La mano le hizo un gesto moviéndola de arriba hacia abajo con la palma extendida, indicándole que bajara la velocidad.

El conductor le estaba tomando el pelo. Ricardo apresuró el pie sobre el pedal, giro el volante y se pasó al carril lento para pasarlo. No sin antes bajar su vidrio para poder insultarlo.

Una vez colocado a la par miró al conductor y detuvo el insulto. El conductor del auto negro giró su cara hacia Ricardo. El rostro del sujeto era de un blanco enfermizo, la piel parecía una máscara lisa y tersa como la de un bebé. Los ojos muy abiertos y en la boca, una sonrisa que mostraba su reluciente dentadura.

La expresión desentonada con la situación, desorientó a Ricardo que aceleró sin mediar palabra y lo perdió cuando su auto tomó velocidad.

Las preguntas se juntaban en la cabeza de Ricardo. ¿Qué había visto?, ¿era un payaso?, ¿un mimo?... recordó que odiaba desde chico a los mimos. Seguro era un mimo. Pensó para relajarse, sabiendo que la respuesta no lo convencía en lo más mínimo.

Al cabo de unos 15 minutos su rostro se iluminó y tuvo que entrecerrar los ojos. El espejo retrovisor estaba proyectando una potente luz proveniente de los faros de un auto que se acercaba a toda velocidad detrás del suyo.

Cuando pudo desviar la vista hacia el espejo lateral noto que era el auto negro que se había cruzado unos kilómetros atrás. El auto que conducía el sujeto extraño, el mimo. Ricardo entendió que le estaba haciendo el mismo juego, si él manejaba a unos 160km por hora. ¿A cuanto venía el auto negro?, ¿170?, ¿180?.

Una vez que se colocó detrás de Ricardo, el Auto negro apagó las luces. Y Ricardo pudo ver por el espejo retrovisor al conductor. Casi pierde el control de su automóvil. Tal vez antes no había visto bien, pero ahora, le parecía que los ojos del sujeto que conducía el auto negro, eran más grandes que hace unos minutos, y la boca, mostraba una sonrisa amplia, casi que llegaba a las orejas. El extraño mimo  mantenía los ojos enormes sobre él y sus dientes temblaban de manera errática en la deformaba sonrisa. También producía un vaivén con la cabeza afirmando el aspecto lunático al conductor del auto negro.

Ricardo no lo pensó dos veces. Su auto era un último modelo, un auto de alta gama. Apretó el acelerador y llego a los 180 km en pocos segundos, dejando atrás la aterradora cara blanca.

Al mirar de nuevo el espejo descubrió que el siniestro auto ganaba terreno en la ruta. Vendría a unos 200 km por hora. A Ricardo no le dio tiempo de reaccionar y fue abordado por el costado derecho. El auto negro se le puso a la par sin esfuerzo alguno. Y el sujeto que conducía lo miró, con los ojos rojos inyectados de locura, una sonrisa que esta vez sí, estaba seguro: Era antinatural. Esa sonrisa ya no llegaba hasta las orejas, porque el mimo aterrador ni siquiera tenía orejas. La sonrisa se ampliaba perdiéndose detrás de la nuca. Y pudo sentir pese al ruido de los motores, el rechinar de los dientes. Un sonido agudo y filoso, como el grito de cien niños llorando a la vez.

Reaccionó de la única forma que su mente pudo conjeturar en ese estado de desesperación. Arremetió con toda furia contra el auto negro. Lo golpeó varias veces, mientras en el interior del auto misterioso, la cosa que conducía, no dejaba de sonreír y de mirarlo fijo. Como si Ricardo fuese un objetivo a cazar.

No le importó dañar de forma severa el costado de su reluciente auto nuevo, siguió golpeando al otro auto de forma violenta y solo se detuvo cuando logró sacar de la ruta al vehículo negro. Por el espejo retrovisor vio como el auto negro, que iba a más de 200 km por hora embistió una fila de árboles provocando una explosión descomunal. El fuego se extendió por sobre la copa de los árboles y el humo se alzó hasta el cielo.

No le importó haber matado a un hombre. Porque estaba seguro. Que esa cosa detrás del volante,  NO ERA UN HOMBRE.

Temblando, noto que su mandíbula estaba apretada al punto de sentir un fuerte dolor en la quijada. Sus manos se aferraban al volante con tal fuerza que al relajar el músculo noto como el cuero que cubría el volante había quedado marcado con las huellas de sus manos. Se relajó como pudo, se apoyó sobre el asiento y redujo un poco la velocidad, a unos 140 km por hora. Pasado unos 20 minutos seguía temblando, pero ahora podía controlar su respiración y la tensión por la adrenalina y el terror empezaba a neutralizarse.

Al mirar hacia su izquierda por el espejo, detuvo la respiración de forma voluntaria. Algo blanco venía en su dirección, un humanoide corría por la ruta a una velocidad increíble. Una cosa que sacudía los brazos como si fuesen cintas de papel, ganando terreno con zancadas descomunales.

Ricardo acelero, aceleró hasta que el pedal pese a la fuerza que ejercía el pie derecho de Ricardo no avanzaba más allá del suelo y el velocímetro digital se había clavado en 230 km. La cosa que corría lo alcanzó enseguida. Vio por el espejo la cara sonriente, que ahora era una cabeza repleta de dientes que temblaban y unos ojos enormes y rojos que lo miraban fijo.

El mimo antihumano se puso a la par de su ventana sin dejar de mirarlo, el sonido de sus dientes ya era ensordecedor y con un movimiento felino atravesó el vidrio y se introdujo dentro de su auto.


Fin


Anécdota del autor Mariano Cattaneo:

Tenía 8 años y no había visto mucho cine de terror. Me gustaba, claro, porque a mi Papá le gustaba la literatura de misterio y suspenso (y era un género que tocaba de costado el terror).
En los años 80´s, los cumpleaños con compañeros de escuela o amigos, tenían un punto en común: Siempre se veía una película en VHS. Normalmente una de acción, aventura o comedia. Ese día el Papá de Tomás (el cumpleañero) había alquilado 3 películas, 2 para los niños y una de terror para los grandes.
El cumpleaños pasó entre Robocop y Cortocircuito. Los chicos se fueron y yo me quede a comer ya que mi viejo pasaba más tarde.
Ahí fue cuando decidimos capturar la tercera cinta de VHS y ver que habían alquilado para los grandes.
Dimos play... todo era tranquilo, hasta que en la oscuridad de la habitación se dibujaron unos profundos y vengativos OJOS ROJOS, ojos que miraban hacia el cuarto, me miraban a mí, me advertían que vendrían por mi alma. El terror que sentí marcó mi amor por el cine de este género.
La película era THE FOG, de John Carpenter. Recuerdo muy bien volver a casa pensativo y aterrado, esos piratas no tenían compasión. A la hora de dormir no logré conciliar el sueño, en la puerta de mi habitación estaban flotando en la oscuridad, los ojos rojos de un Pirata que me había perseguido hasta mi casa. No se fueron hasta que mi Papá, a mitad de la noche, tuvo que pegar cinta negra en los señaladores rojos que brillaban en las teclas de la llave de luz.
El susto fue grande, pero la fascinación por ese sentimiento ganó por goleada.


“Este relato pertenece a ESTADOS ATERRADOS, compilación de cuentos de Mariano Cattaneo a editarse en el 2019 por Santa Guadaña.”


Ilustración: Piero De La Franchesca.


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